[.SOVIESHU.]
La reunión del consejo terminó con la aprobación del tratado. Los miembros, tras deliberar y sopesar cada aspecto, finalmente acordaron que fortalecer la imagen diplomática de Oriente sin debilitar su poderío era una jugada inteligente. Mi padre asintió con aprobación cuando el último de los consejeros selló su consentimiento en el pergamino.
Cuando todos comenzaron a retirarse, me giré hacia Karl, quien ajustaba sus guantes con aire despreocupado.
—Karl —lo llamé, atrayendo su atención—. ¿Sabes dónde está Navier?
Karl arqueó una ceja y se cruzó de brazos, mirándome con una chispa de diversión en los ojos.
—¿Desde cuándo te interesa el paradero de lady Navier? —replicó con un tono burlón—. No recuerdo que en otras ocasiones te preocuparas tanto por ella.
Abrí la boca para responder, pero antes de que pudiera hacerlo, Kosair me observó fijamente desde su asiento. Su mirada era intensa, inquisitiva, como si tratara de descifrar algo en mi expresión.
—¿Realmente amas a Navier? —inquirió sin rodeos, su voz grave y firme.
No titubeé.
—Sí —afirmé con total seguridad.
Kosair me sostuvo la mirada durante unos segundos que parecieron eternos. Luego asintió lentamente, como si procesara algo que hasta ese momento no había considerado.
—Siempre pensé que no la querías —manifestó en voz baja—. Que solo la veías como un compromiso forzado, una obligación impuesta por nuestras familias.
No respondí de inmediato. Sus palabras explicaban muchas cosas. En mi otra vida, Kosair me había odiado. Lo sabía ahora. Quizás no fue solo por lo que hice en el pasado, sino porque siempre creyó que no valoraba a su hermana y aunque esa fue la imagen que yo mismo gane por... por haber tenido una amante. Me pregunté cuántas veces había tenido que tragarse su desprecio por el bien de Navier, por no hacerle daño a ella con sus conflictos personales.
No obstante, no dije nada. Kosair no era un hombre expresivo, no necesitaba que le dijera que entendía sus razones. Pero de algo sí estaba seguro: él amaba a su hermana, incluso más de lo que yo la amaba. Kosair daría su vida por ella sin dudarlo.
—Iré a buscarla —anuncié finalmente.
Karl se encogió de hombros y se giró hacia Kosair.
—Nosotros iremos a buscar un regalo para el príncipe Henrey —comentó, como si la conversación anterior ya no tuviera importancia—. No podemos ir con las manos vacías a su cumpleaños, después de todo.
Kosair asintió y, sin decir más, ambos se alejaron.
Cada quien tomó su camino.
[...]
Recorrí el palacio en busca de Navier, pero no la encontré en ningún lado.
Fui a las caballerizas, donde su yegua favorita seguía ahí, impaciente por salir a correr. Pregunté a los mozos, pero nadie la había visto esa tarde.
El campo de equitación y de polo estaban vacíos, el suelo aún mostraba marcas frescas de los cascos de los caballos, pero ningún jinete permanecía en el lugar.
La cancha de pádel estaba en total silencio, los raqueteros acomodaban las pelotas en sus lugares mientras limpiaban el área, pero ni rastro de Navier.
Mi último recurso fue la biblioteca.
Cuando llegué, el vasto salón de estanterías interminables estaba desierto. Caminé entre las mesas y los grandes ventanales, esperando encontrarla en su rincón habitual, pero estaba completamente solo.
Suspiré y, en lugar de marcharme, decidí quedarme un rato. Me dejé caer en una silla junto a la ventana y me quedé en silencio, con la mirada perdida en los jardines del palacio.
Pensé en todo lo que había pasado... y en todo lo que estaba por suceder.
Recordé la guerra, la devastación. Recordé la muerte de Navier, la de Henrey y la de Glorym. Mi vida pasada pesaba sobre mí como una losa invisible, algo que nadie más podía ver ni comprender. Todos los eventos que parecían estar ocurriendo por primera vez, yo ya los había vivido.
Mi destino estaba trazado. Sería emperador, me casaría con Navier... y eventualmente conocería a Rashta.
Rashta.
No había pensado en ella en mucho tiempo, pero su recuerdo llegó a mi mente sin aviso.
¿Fue mi culpa? ¿Fui yo quien corrompió su alma noble al introducirla en la alta sociedad?
¿O acaso siempre fue así y simplemente nunca lo noté por mi propia estupidez?
O... ¿fueron Henrey y Ergi quienes la orillaron, avivando su sed de poder hasta que no quedó nada de la dulce mujer que creí conocer?
Me pasé una mano por el rostro, sintiendo la fatiga pesar sobre mis hombros. No había respuestas fáciles para esas preguntas. Y aunque deseara creer que todo había sido un error, una gran tragedia en la que todos fuimos víctimas de las circunstancias... en el fondo sabía que no era así.
La historia de Rashta era una historia de dolor, de traición y de ambición.
Y de una forma u otra, yo había sido parte de ello.
[.NAVIER.]
Mi espalda permaneció recta, mis manos reposaban con elegancia sobre mi regazo y mis ojos no pestañeaban más de lo necesario. Frente a mí, la emperatriz me observaba con una mirada calculadora, evaluando cada uno de mis movimientos, cada palabra que salía de mi boca y cada gesto que hacía.