El Retorno del Emperador

47.- El secreto de las aves

[.HENREY.]

El sol descendía lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos ámbar y escarlata. Las sombras de los establos se alargaban sobre el suelo de piedra y tierra, creando un ambiente cálido, casi irreal. El olor a heno, cuero y los suaves resoplidos de los caballos impregnaban el aire, mientras yo me apoyaba en una de las vallas, tratando de ignorar la mirada expectante de Ergi.

—Vamos, Henrey, hazlo otra vez —exclamó con entusiasmo, dando un paso al frente con los ojos brillantes de emoción.

Fruncí el ceño y aparté la vista.

—No —rechacé de inmediato, cruzándome de brazos con firmeza.

Ergi chasqueó la lengua y me miró con incredulidad.

—¿Por qué no? Ya lo vi, ya sé lo que puedes hacer —insistió, inclinando la cabeza hacia un lado—. No puedes echarte atrás ahora.

No respondí. En cambio, dirigí la mirada a Mackenna, esperando encontrar en él una pizca de apoyo. Sin embargo, mi primo solo me observaba con una expresión que decía claramente: ¿En serio se te ocurrió transformarte frente a Ergi?

No necesitó pronunciar palabra alguna. El reproche en su rostro fue suficiente.

Ergi, notando la interacción, giró hacia Mackenna con curiosidad.

—¿Tú también puedes hacer eso? —preguntó con un brillo travieso en los ojos.

Mackenna suspiró y negó con la cabeza.

—No —contestó de manera tajante.

—Sí —mencioné al mismo tiempo.

Mackenna giró hacia mí con una mirada de puro fastidio.

—¿Quieres mejor callarte? —murmuró entre dientes, como si su paciencia estuviera a punto de agotarse.

Pero Ergi ya no nos prestaba atención. En su rostro se dibujó una sonrisa radiante, como si acabara de descubrir el secreto más fascinante del mundo.

—¡Esto es increíble! —exclamó, agitando las manos con emoción—. Sabía que existían los cambiaformas, su clan se llamaba... ¿"Cabezas de chorlito", no? vaya, jamás imaginé conocer a uno... ¡o dos!

Mackenna suspiró de nuevo y sacudió la cabeza.

—No nos llames cambiaformas —advirtió con tono severo—. Y mucho menos nos llames cabezas de chorlito.

—¿Por qué no? —preguntó Ergi, alzando una ceja.

—Porque es un apodo estúpido e irrespetuoso —replicó Mackenna, con evidente molestia—. No somos un circo ambulante.

Ergi levantó las manos en señal de rendición.

—Está bien, está bien. Pero igual es asombroso —comentó, encogiéndose de hombros—. Recuerdo que cuando era niño, oí historias sobre ustedes. Decían que existía un clan de personas que podían transformarse en aves majestuosas.

Yo esbocé una media sonrisa.

—Lo seguimos siendo —admití con cierto orgullo.

Ergi parpadeó y su emoción aumentó.

—Entonces... ¿hay más como ustedes? —preguntó con voz ansiosa.

Abrí la boca para responder, pero antes de que pudiera articular palabra, Mackenna me dio un zape en la nuca.

—¡Oye! —protesté, frotándome la cabeza con una mueca.

—Tienes que aprender a callarte —me reprendió Mackenna, con los ojos entrecerrados—. Sí, hay más, pero no podemos revelar esa información tan fácilmente.

Ergi observó la escena con diversión.

—Entonces... ¿es un secreto? —preguntó con un dejo de picardía.

Lo fulminé con la mirada y avancé un paso hacia él.

—No puedes decirle nada de esto a nadie —le advertí, con un tono que dejaba en claro la seriedad del asunto—. Si lo haces, nos meterás en problemas.

Ergi se quedó pensativo por un momento. Sus ojos verdes, llenos de inteligencia, me escrutaron con detenimiento. Finalmente, sonrió con calma y asintió.

—No se preocupen —afirmó con seguridad—. No le diré nada a nadie.

Por alguna razón, supe que hablaba en serio.

Pero aún así, algo me decía que este no sería el final de la conversación.

[.NAVIER.]

El traqueteo del carruaje era constante, pero suave, acompañado por el repiqueteo de los cascos de los caballos sobre el camino empedrado. Afuera, el cielo se teñía de un dorado pálido con pinceladas anaranjadas, anunciando la inminente caída del sol. La brisa vespertina se filtraba por la pequeña rendija de la ventana, trayendo consigo el aroma de la tierra húmeda y los bosques lejanos.

Frente a mí, Sovieshu se mantenía con una postura relajada, pero sus ojos reflejaban algo diferente. Una determinación que no había visto en él antes. Su mirada, fija en algún punto del horizonte, tenía una intensidad casi palpable, como si ya estuviera viendo el futuro que quería construir.

Su mirada, fija en algún punto del horizonte, tenía una intensidad casi palpable, como si ya estuviera viendo el futuro que quería construir

—He estado pensando en los cambios que haré cuando ascienda al trono —comentó de repente, con una voz firme y segura.

Le observé con atención.

—¿Cambios? —repetí, ligeramente intrigada.

—Sí —afirmó con un leve asentimiento—. No quiero ser un emperador que simplemente siga las tradiciones sin cuestionarlas. Hay muchas cosas en este imperio que necesitan mejorar.

Me incliné ligeramente hacia adelante.

—¿Cómo qué? —indagué con genuina curiosidad.

Sovieshu entrelazó los dedos sobre su rodilla y respiró hondo antes de hablar.

—Para empezar, pienso acabar con el esclavismo —declaró con convicción.

Lo miré sorprendida.

—Eso generaría una gran revuelta entre la nobleza —le advertí, recordando lo arraigado que estaba el sistema de esclavos en muchas familias aristocráticas.

—Lo sé —replicó sin titubear—. Pero no me importa. La esclavitud no debería existir. Quiero encontrar una forma de erradicarla poco a poco, sin que la alta sociedad reaccione con demasiada violencia. Quizás, primero, restringiendo la compra de nuevos esclavos. Luego, ofreciendo incentivos a los nobles que liberen a los suyos.




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