El Retorno del Emperador

51.- Las costuras del tratado

[.HENREY.]

El comedor estaba impregnado por el aroma de los platillos más exquisitos que nuestra cocina real podía ofrecer. Estábamos rodeados de copas de cristal tallado, candelabros de plata, y floreros que, como todo en este reino, ostentaban piedras preciosas incrustadas. Pero ni el esplendor del salón ni los manjares que tenía frente a mí me ayudaban a concentrarme en la comida. La razón estaba justo delante de mí.

Navier Ellie Trovi.

La prometida del heredero Sovieshu.

La futura emperatriz de Oriente.

Ella sostenía una conversación fluida y segura con mi padre y con Kosair, su hermano, sin perder el porte, sin vacilar, sin siquiera parecer cansada luego de un viaje largo y de haber estado al lado de un herido. Yo había oído que las damas de Oriente eran refinadas, pero lo que tenía frente a mí era más que eso: era una figura de autoridad en formación.

—Oriente y Occidente comparten algo más que una frontera, Su Majestad —declaró ella, con voz firme pero serena, mientras miraba a mi padre—. Compartimos intereses estratégicos. La inestabilidad en un reino vecino afecta al otro. Y hasta ahora nuestras alianzas han sido... poco consolidadas.

Mi padre asintió, con una sonrisa pensativa, mientras acariciaba su barba.

—Una observación muy acertada, lady Navier. Lo cierto es que siempre hemos confiado más en pactos temporales que en vínculos duraderos.

—Una costumbre que ha dejado cicatrices —agregó Warton, mi hermano, mientras cruzaba los brazos—. Hemos pagado el precio de confiar en tratados inestables.

—Así es —comentó Kosair, con una expresión que imponía respeto—. La familia Imperial de Oriente, y en especial Su Alteza Sovieshu, desea corregir esos errores del pasado. Nuestro propósito aquí no es solo formalidad. Buscamos verdadera cooperación.

Noté cómo Warton frunció el ceño. Estaba midiendo sus palabras, y comprendí que la presencia de Kosair lo ponía en alerta. No por miedo, sino porque reconocía en él a un hombre hábil... astuto.

—¿Y cómo sería esa cooperación? —cuestionó Warton, inclinándose hacia él, con un tono retador pero cordial.

Kosair sonrió levemente, con ese tipo de sonrisa que se da cuando uno sabe que va a dominar la conversación.

—Occidente tiene lo que Oriente no posee en abundancia: minerales raros. Pero Oriente ha invertido por siglos en la formación de magos, sanadores, alquimistas, astrónomos. Un intercambio justo de conocimientos y recursos podría no solo enriquecer nuestras naciones, sino también prepararnos para lo inevitable.

—¿Lo inevitable? —intervino mi padre, intrigado.

—La guerra que se avecina más allá de nuestras tierras Majestad. Piratas, reinos bárbaros, facciones rebeldes que crecen en silencio. No basta con mirar adentro, debemos ver más allá de nuestras murallas —afirmó Kosair, con una claridad que estremeció incluso a mí.

Me quedé observando. Ese hombre era un lobo vestido con piel de cordero. Sus palabras eran medidas, pero tras ellas se ocultaba una visión política que imponía respeto. Sentí algo muy extraño: admiración, sí... pero también envidia.

Si Occidente lograba este tratado, si sellábamos una alianza real con Oriente... podría existir una posibilidad. Tal vez... solo tal vez, de poder solicitar un ingreso especial a su Academia de Magia. Ese pensamiento me quemó el pecho. No quise decir nada. Solo escuché. Solo observé.

Y sobre todo, la observé a ella.

Navier.

Sus ojos verdes como gemas relucían con inteligencia y determinación. Su cabello rubio caía en ondas suaves sobre sus hombros, brillando con la luz de los candelabros. Tenía los labios ligeramente curvados, atentos a cada palabra, a cada gesto. Era imposible no verla como lo que era: una futura emperatriz en toda la extensión de la palabra.

Cuando sus ojos se cruzaron con los míos, sentí cómo el estómago se me contraía. Ella no frunció el ceño, no apartó la vista. Me ofreció una pequeña sonrisa, cordial y serena. Bajé la mirada de inmediato, como si me hubieran atrapado robando un pedazo de cielo.

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Mi madre, como advirtiendo la intensidad de la conversación, se aclaró la garganta con gracia.

—¿Por qué no dejamos los asuntos de estado para más tarde? Estoy segura de que los señores desean continuar estos temas en un ambiente más privado.

Todos asintieron con educación. Mi padre incluso levantó su copa en señal de acuerdo. Y justo entonces, Warton volvió a poner el dedo en la llaga, dirigiéndose a Navier.

—He escuchado varios rumores sobre su compromiso con el heredero Sovieshu... espero no parecer impertinente, pero siempre me ha interesado distinguir los hechos de las habladurías.

Navier no parpadeó. Tomó su copa, bebió un pequeño sorbo, y luego lo miró con una expresión tranquila, casi aristocrática.

—No tiene por qué disculparse, Su Alteza —expresó con gentileza—. Si desea aclarar alguna duda, puede hacerlo conmigo directamente. Yo prefiero las palabras sinceras antes que los rumores distorsionados.

Casi me atraganté de la risa. Tuve que disimularlo con una tos fingida. Ella giró su rostro y me dedicó otra sonrisa breve. Me ruboricé como un niño. ¿Por qué me afectaba tanto?

—Entonces es cierto —insistió Warton—. ¿Fueron prometidos desde pequeños?

Navier asintió con serenidad y colocó su copa sobre la mesa con elegancia.




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