El Retorno del Emperador

52.- Emociones encontradas

[.SOVIESHU.]

El aroma de las especias y el vino flotaba en el aire, envolviéndonos como una niebla cálida y solemne. Había un susurro constante de cubiertos, el crujido leve del pan y, entre todo eso, las voces cuidadosamente moduladas de la realeza. Observé la disposición de la mesa, los candelabros de oro bruñido reflejaban la luz como estrellas atrapadas. El comedor de Occidente era, sin duda, una obra de ostentación... pero no carecía de gusto. Tal como Karl había dicho, los occidentales eran excesivos en sus detalles. Pero el oro y las joyas no solo adornaban los floreros o los muros... también servían como recordatorio de su poder económico. Un poder con el que bien podríamos cooperar, si se trazaban los términos correctos.

Esperé con paciencia, escuchando la conversación entre el rey Warton II y Kosair Trovi. Navier, como siempre, se desenvolvía con gracia absoluta. Parecía nacida para estar entre soberanos. No pude evitar mirarla un instante más de lo necesario. La línea firme de su mandíbula, su perfil digno, los rizos dorados perfectamente sujetos... Era más que una princesa consorte. Era la emperatriz en mi mente y en mi alma.

Tomé una ligera pausa para beber un poco de agua, y cuando la conversación derivó a temas más generales, consideré que era el momento adecuado para intervenir.

—Vuestra Majestad —comencé, y todos me dirigieron la mirada—, me temo que no puedo dejar pasar esta reunión sin hacer alusión a lo que ha ocurrido durante nuestro trayecto. El ataque... —hice una pausa medida, bajando la voz, pero manteniendo el tono firme— no es un asunto menor.

El rey frunció ligeramente el ceño, cruzando las manos sobre la mesa. Yo continué:

—He considerado prudente no hacer escándalo por lo ocurrido, entendiendo que pueden ser grupos externos al control de la corona. Sin embargo, creo que precisamente por ello, Oriente y Occidente deberían considerar un tratado de cooperación más sólido. Uno que permita reaccionar con agilidad y firmeza ante cualquier amenaza al orden y a la seguridad de nuestros pueblos.

El silencio fue momentáneo. Todos estaban atentos. Incluso Warton III, que hasta ese momento había hablado más por curiosidad que con política en mente, me observó con un brillo reflexivo en los ojos.

El rey Warton II ladeó la cabeza con un gesto evaluador, apoyando los dedos sobre la copa de vino que tenía delante.

—Alteza... —expresó con voz grave pero cortés—, veo que no solo tiene el don del mando, sino también el de la palabra. Es más que un heredero: es un verdadero político.

Incliné levemente la cabeza a modo de agradecimiento.

—Intento estar a la altura de las circunstancias, Majestad. Nuestro deber no es solo proteger los tronos que heredaremos, sino construir un legado que supere nuestras propias generaciones.

Noté, de reojo, que Navier me observaba con una expresión que conocía bien. Orgullo. Disimulado, discreto, pero presente. Sentí cómo algo se encendía dentro de mí. Me volví hacia ella, tomé su mano con delicadeza y la besé suavemente ante todos. No me importaron las miradas.

—Mi lady —murmuré apenas, lo suficiente para que solo ella escuchara.

Ella se inclinó apenas hacia mí, sin apartar la mano, aunque su rostro tenía ese matiz suave y reprobatorio.

Ella se inclinó apenas hacia mí, sin apartar la mano, aunque su rostro tenía ese matiz suave y reprobatorio

Solté una breve risa en mi garganta. Bendita sea. Hasta cuando me rechaza, lo hace con dulzura.

El rey Warton se puso de pie con dignidad, y todos, como marcaba el protocolo, lo imitamos al instante. Él se dirigió directamente a mí.

—Heredero Sovieshu, propongo que discutamos los términos del tratado en mi despacho privado. Me gustaría escuchar con más detalle lo sucedido. Lord Kosair, Lord Karl, Warton —miró a su hijo mayor— acompañadnos.

Asentí con firmeza y me volví hacia Navier, tomando su mano una vez más.

—No tardaré, querida —le aseguré con una mirada.

Ella, tranquila, asintió.

—Tarda lo que sea necesario... pero no más de lo prudente —replicó con calma.

Sonreí y le di un beso en la frente, esta vez sin disimulo alguno. Fue entonces que la reina, aún sentada, se dirigió a mí con ese tono melodioso y diplomático que la caracterizaba.

—Son una pareja muy bella, Alteza. Si no le incomoda, mi hijo Henrey y yo le daremos a Lady Navier un pequeño recorrido por el palacio. Me gustaría mostrarle nuestras salas más históricas.

Me tomó un segundo para responder. Mi instinto reaccionó antes que mi mente. Los celos me subieron por la columna como una punzada aguda. Henrey. Lo miré, tan joven, aún con aire de niño, pero ya mostrando esa inquietud que precede a la juventud... Y sin embargo, recordaba perfectamente que fue él quien, en otra vida, me robó todo.

Apreté un poco los labios antes de responder con serenidad.

—Por supuesto, Vuestra Majestad. Se lo agradecería mucho. Y confío plenamente en el príncipe Henrey para cuidar de mi prometida mientras me ausento.

Henrey se sonrojó de inmediato, bajando un poco la cabeza, como si no supiera bien cómo reaccionar.

—E-en caso de que haya otro ataque... no soy muy hábil con la espada príncipe Sovieshu—balbuceó.

Me incliné levemente, con una sonrisa en el rostro.

—No te subestimes tan pronto. Si entrenas, tal vez podrías convertirte en un espadachín hábil... quién sabe —comenté, con una chispa deliberada en la voz, evocando recuerdos que él aún no tenía.

Henrey me miró con cierta timidez, pero sus ojos se iluminaron.




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