[.SOVIESHU.]
La oficina del rey Warton era exactamente lo que uno esperaría del soberano de un reino que presumía de minas de gemas: mármol tallado en los muros, columnas de ónix, una chimenea alta de piedra azulada y una inmensa mesa rectangular hecha de ébano oscuro, con incrustaciones de oro y plata. La luz de la tarde entraba tamizada por los vitrales color ámbar, creando destellos dorados sobre los rostros de todos los presentes.
Me senté junto a Kosair, mientras Karl permanecía un poco más atrás, con su habitual postura recta y atenta. Frente a nosotros, el rey Warton II mantenía su porte imponente, con su hijo mayor —el heredero, Warton III— a su derecha, serio, con los brazos cruzados. Su mirada afilada y calculadora no dejaba pasar ni un gesto. Era claro que él sería el más difícil de convencer.
Kosair tomó la palabra primero. Su voz fue segura, medida, incluso amistosa.
—Majestad, estoy seguro de que comprenderá que los tiempos que atravesamos no son para titubeos diplomáticos. Los informes que nos han llegado desde el norte son alarmantes —expresó mientras sacaba de su capa, un pergamino enrollado y lo desenrollaba con parsimonia sobre la mesa—. Saqueos, ataques bárbaros, incursiones piratas que han diezmado rutas de comercio. Por eso mismo, tanto el Reino del Norte como nosotros en Oriente hemos reforzado alianzas militares para contener esa amenaza.
El rey Warton II asintió levemente, interesado, aunque sin comprometerse con ninguna palabra todavía.
—¿Y me dice que su Imperio ha unido fuerzas con el Reino del Norte? —preguntó con tono diplomático.
Kosair asintió con confianza.
—Así es. Y no solo eso, sino que algunas rutas marítimas han sido selladas y otras están ahora bajo protección armada directa de fuerzas conjuntas. Si no actuamos con rapidez, sus propios puertos podrían verse comprometidos, Majestad.
El heredero Warton III frunció el ceño y apoyó ambas manos sobre la mesa.
—Extraña coincidencia que todo esto esté ocurriendo justo ahora. Y más aún que se nos invite a un tratado de cooperación en medio de estos rumores tan... oportunos —cuestionó, con una voz templada, pero con un dejo de desconfianza que se notaba incluso en la forma en que me miró.
Kosair sonrió apenas, con la paciencia contenida que uno adquiere tras años soportando reuniones con burócratas testarudos.
—¿Lo duda, Alteza? No lo culpo. Pero no estoy aquí para convencerlo con cuentos, sino con hechos. ¿O acaso no ha notado la disminución del tráfico comercial en la costa oeste? ¿No ha recibido informes de comerciantes temiendo adentrarse en ciertas rutas? —inquirió, mientras lo miraba de frente, sin apartar la vista ni un segundo—. La diferencia es que nosotros actuamos antes de que sea demasiado tarde. Y le estamos ofreciendo una oportunidad, no una advertencia.
Pude notar cómo Warton III apretó la mandíbula. Su orgullo parecía más firme que su deseo de ceder.
Sentí que era momento de intervenir, así que entrelacé las manos y me incliné hacia delante.
—Y a eso agregaría algo importante —interrumpí con serenidad, dejando que mi voz llenara la sala sin elevarla más de lo necesario—. Majestad, Alteza... no podemos ignorar el ataque que sufrimos en el camino a su reino. No fue algo menor. Un atentado contra la vida de una futura emperatriz y un futuro emperador no es algo que pueda tratarse como un simple accidente. En ausencia de un tratado de paz entre nuestros pueblos, Oriente tiene total libertad para actuar... y tomar represalias si así lo considera justo.
El rey Warton II me miró en silencio por unos segundos. Luego, habló con esa cadencia pesada y firme que lo caracterizaba.
—No dejaremos ese ataque sin consecuencias. Nuestros guardias ya investigan el caso. Pero eso no justifica la urgencia de un tratado de cooperación. Occidente no es un reino cualquiera, Alteza Sovieshu. Nos encontramos en el umbral de un crecimiento sin precedentes. En unos años, podríamos dejar de ser vistos como simples aliados... para ser vistos como iguales.
Warton III pareció asentir con aprobación a las palabras de su padre. Por un instante, sentí que todo pendía de un hilo. Pero Kosair, una vez más, habló antes de que el silencio se volviera tensión.
—¿Y qué hay del futuro, entonces? —preguntó, cruzando los brazos y apoyando la espalda contra el respaldo de su silla—. Digamos que deciden esperar. ¿Qué garantías tienen de que cuando se decidan, nosotros seguiremos interesados? El Imperio de Oriente es una pieza fundamental del equilibrio del continente. Y, como prueba de eso, le revelaré algo que no suelo mencionar a cualquiera.
Sus ojos brillaron, y bajó un poco la voz para generar el efecto dramático que tanto le gustaba.
—Actualmente, estoy liderando una división secreta de la Orden Transnacional de Caballeros. No una cualquiera, sino una de las tres más importantes. ¿Saben ustedes quién vela por el Emperador Osis III? La misma división. ¿Y saben por qué lo hacen? Porque saben que Osis III no solo protegía al Imperio, sino a todo Wol.
Mentiroso astuto, Kosair no iba a aceptar un "NO" por respuesta, eso era seguro.
El rey Warton III arqueó una ceja, visiblemente sorprendido.
—¿Me está diciendo que esa organización apoya su causa?
Kosair sonrió.
—No solo la apoya. La respalda. La nutre. Las diez divisiones de la Orden están al tanto de nuestros movimientos. Y muchas de ellas desean que Occidente forme parte de esto. No por política, sino por futuro. Esta alianza no es solo para protegerse de ataques. Es una promesa de desarrollo económico, expansión territorial organizada y defensa unificada. Piénselo, Majestad... ¿realmente quiere quedarse atrás?