El Retorno del Emperador

54.- Un duelo amistoso

[.NAVIER.]

El sonido de nuestros pasos se volvió más suave cuando dejamos atrás los pasillos del palacio y salimos a los jardines. El aire estaba impregnado de un perfume sutil y dulce que parecía provenir de todas partes. El sol de la tarde caía con delicadeza sobre el sendero de piedra, dibujando sombras caprichosas entre las ramas de los sauces y las glicinas que trepaban con gracia por los arcos de mármol.

Nos detuvimos frente a un portón de hierro forjado, cubierto parcialmente por rosas de un tono violeta intenso que jamás había visto. La reina empujó el portón con una mano enguantada y al instante se abrió ante mí un paraíso.

El jardín personal de Su Majestad era simplemente celestial.

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f633579544d4438685a5432357a513d3d2d313533313330373437342e313833383331633966626234666131643438383837353532313937322e6a7067

Una fuente de piedra blanca dominaba el centro del lugar, con esculturas de ninfas talladas con una precisión admirable. El agua caía con una musicalidad hipnótica. A su alrededor, se extendía un mar de flores perfectamente cuidadas: peonías color durazno, lirios dorados, tulipanes de un rojo encendido, y una especie de orquídeas azul celeste que parecían brillar bajo la luz solar. Los arbustos, recortados con forma de animales fantásticos, daban al sitio un aire onírico, como sacado de una fábula antigua. Pájaros de plumas iridiscentes revoloteaban entre los árboles frutales, mientras mariposas enormes danzaban entre los pétalos.

—Este lugar... —susurré sin poder contenerme, posando la mirada en cada rincón— es el jardín más hermoso que he visto en toda mi vida.

La reina soltó una risa suave, como si se sintiera halagada de verdad por mi asombro.

—Me alegra que le agrade, Lady Navier. Es el único rincón del mundo donde me permito olvidar que soy reina —confesó con una dulzura que rara vez mostraba en público—. Aquí dejo de ser la esposa de un rey y la madre de un heredero... y simplemente soy yo.

Asentí, comprendiendo mejor por qué el aire en ese jardín se sentía más ligero, más humano.

Caminamos un poco más, cruzando bajo una pérgola cubierta de jazmines. Entonces, sin dejar de mirar una flor que sostenía entre los dedos, la reina comentó de forma casual, como si solo estuviera compartiendo una observación cualquiera:

—Parece que mi hijo, el príncipe Henrey, ha quedado anonadado por su belleza, Lady Navier.

Me detuve un segundo, sintiendo cómo el rubor me subía por las mejillas, pero lo manejé con la misma cordialidad que empleaba en las recepciones diplomáticas. Sonreí, bajando levemente la cabeza con respeto.

—Es muy amable, majestad. Me siento halagada, pero estoy segura de que el príncipe solo ha sido cortés conmigo.

Ella me miró de reojo, con una media sonrisa que no logré descifrar del todo, y luego murmuró con una voz más baja, aunque cargada de intención:

—Tenga cuidado con su belleza, Lady Navier. A veces, los hombres jóvenes creen que pueden tomar lo que desean... sin importar las consecuencias.

Parpadeé, confundida por el tono ambiguo de sus palabras. No supe si me estaba elogiando, advirtiendo o ambas cosas al mismo tiempo. Me quedé en silencio por unos segundos, decidiendo que lo más prudente era no responder.

En ese momento, se escucharon pasos apresurados acercándose desde uno de los pasillos laterales que conectaban al jardín. Al girarme, vi que se trataba de Kosair y Karl... venían acompañados nada menos que por el heredero, el príncipe Warton III.

—¡Kosair! ¡Karl! —exclamé al verlos— ¿Dónde está su Alteza Sovieshu?

Karl se adelantó con un tono formal pero amigable.

—Su Alteza se ha quedado hablando a solas con el rey Warton II, mi lady —explicó mientras se detenía junto al grupo.

Asentí despacio, comprendiendo que aquella conversación debía ser importante. Al parecer, Sovieshu ya había previsto algo así.

La reina se volvió con elegancia hacia Kosair, analizándolo de pies a cabeza con una sonrisa ligera.

—Su hermana, Lady Navier me ha hablado muy bien de usted, Lord Kosair —comentó con cierta picardía en la voz.

Kosair me lanzó una mirada directa, arqueando una ceja con expresión burlona.

—¿Ah, sí? —inquirió con falsa sorpresa— ¿Y qué ha estado diciendo la futura emperatriz de Oriente a Su Majestad?

Contuve una risa y me encogí de hombros con fingida inocencia, pero fue la reina quien respondió, con una voz pausada y refinada:

—Me ha contado que usted es un hábil espadachín, experto en combate cuerpo a cuerpo. Que tiene un agudo sentido para la estrategia y las tácticas militares... y un amor profundo por los animales, especialmente los caballos.

Kosair abrió los ojos ligeramente, visiblemente impresionado. Casi parecía no creerse que yo tuviera una imagen tan... limpia de él. En realidad, solo había dicho la verdad.

El príncipe Warton III, que hasta entonces había permanecido en silencio, intervino con curiosidad:

—¿De verdad es usted un espadachín tan habilidoso?

Antes de que Kosair pudiera responder, Karl habló con el tono serio de quien conoce bien la reputación de su camarada.

—Lo es. De hecho, ha recibido varias propuestas de nobles que desean casar a sus hijas con él, en Oriente.

El príncipe Warton frunció el ceño, visiblemente intrigado.

—¿Solo por ser buen espadachín?

Karl negó con la cabeza y añadió con calma:

—No solo por eso. Kosair también es adinerado. La familia Trovi es una de las más poderosas de todo el imperio de Oriente. Cuenta con el respaldo de la familia imperial de Oriente y dispone de grandes recursos... eso lo convierte en un prospecto codiciado. Y bueno, maneja una división importante como ya habrá escuchado hace un momento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.