El Retorno del Emperador

55.- Lazzlo Vs Vikt

[.HENREY.]

El sol empezaba a ocultarse tras las copas de los árboles cuando entramos al campo de entrenamiento. El aire olía a tierra batida y sudor, a acero templado y pasto recién podado. La brisa me azotó con un leve frescor, y el sonido metálico de las espadas chocando ya se escuchaba antes de que pudiéramos ver el centro del campo.

Mi mirada fue directamente hacia ellos: Lord Kosair y mi hermano mayor, el heredero Warton III. Sus espadas se movían como relámpagos entre el resplandor dorado de la tarde. Los pasos firmes de Kosair apenas alzaban polvo, mientras que Warton parecía forzar cada estocada, cada desplazamiento. No era un duelo amistoso para él. Lo conocía demasiado bien. Se estaba probando. A sí mismo. A los de Oriente. A todos.

—Está conteniéndose —murmuré, aunque no estoy seguro de si lo dije solo para mí o en voz alta. Vi cómo Kosair medía a mi hermano, observando su postura, sus hombros tensos, el temblor leve en sus muñecas al girar la espada. Lo estudiaba. Era evidente. Lo dejó avanzar tres veces, y justo cuando parecía que Warton lo alcanzaría, en una simple maniobra lo desmontó por completo.

La punta del sable de Kosair se posó sobre el pecho de mi hermano mayor. El duelo había terminado.

—Impresionante... —susurré, sin darme cuenta de que no estaba solo.

—¿Te impresionó tanto que quieres probar suerte? —me preguntó de repente una voz grave, elegante, casi divertida. Giré bruscamente y me encontré con su Alteza Sovieshu, que me miraba directamente, con ese brillo afilado en los ojos que parecía medir hasta mis pensamientos.

Me sonrojé como un tonto, pero no aparté la mirada.

—Sí... pero no contra Kosair. —Levanté la barbilla, sintiendo el impulso casi infantil de lanzarme al vacío—. Quiero enfrentarme a usted.

Hubo un breve silencio. Casi sentí que el mundo contenía el aliento. Sovieshu me observó como si intentara decidir si hablaba en serio o solo estaba haciendo una broma nerviosa. Luego sonrió.

—¿Conmigo? —soltó con un tono suave, entretenido, quizás un poco provocador—. Qué honor tan inesperado. ¿Y qué ganarías con eso?

—Una buena pelea, para empezar y una oportunidad —Me crucé de brazos, tratando de parecer firme, aunque mi voz no sonaba tan profunda como deseaba—. Y... si gano... quiero un lugar en la Escuela de Magia de Wilwol.

Sus cejas se arquearon. Por un momento pareció genuinamente sorprendido.

—¿Tú quieres estudiar magia? —interrogó, esta vez con interés real. Me sentí expuesto, pero no me eché atrás.

—Siempre me ha atraído —respondí con una sinceridad que casi me dolió en la garganta—. Magia curativa, ilusiones... pero aquí no hay maestros buenos. Solo guerreros y espadas.

—Interesante... —musitó Sovieshu, luego giró ligeramente el rostro hacia mi padre—. ¿Puedo aceptar esta apuesta?

—Que gane el que tenga que ganar —expresó mi padre con una media sonrisa, cruzando los brazos mientras contemplaba el campo—. Así sabremos de qué están hechos.

—Perfecto —declaró el futuro emperador de Oriente, enderezando su postura con elegancia casi felina—. Entonces, si yo gano... quiero una espada. Pero no una cualquiera. Una con gemas incrustadas. Algo para representar a Occidente en mi palacio.

Me detuve. No solo estaba aceptando el duelo. Estaba hablando de una alianza, una fusión simbólica. Estaba planteando una promesa ante mi padre, ante mí... y ante todos.

Asentí con un movimiento lento, consciente del peso de mis palabras.

—Entonces... que así sea.

Nos estrechamos las manos con firmeza. Su palma era fuerte, la de un guerrero entrenado. Me miró con intensidad, como si ya estuviera imaginando cómo iba a desmontar cada una de mis defensas.

Pero yo también tenía planes.

Y aunque supiera que probablemente perdería, ese combate marcaría el inicio de algo más grande. Una alianza. Un aprendizaje. Un destino que, de alguna forma, acababa de comenzar. Una amistad.

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f6446306878586a5454374e4c39413d3d2d313533313331373535302e313833386164396262343535396464313538373639323233393138302e6a7067

[.SOVIESHU.]

El campo de entrenamiento era amplio, bien cuidado y con una suave brisa que agitaba las cintas de los estandartes clavados en las esquinas. El sol caía oblicuamente, tiñendo el cielo de un suave dorado, como si el día también esperara en silencio el duelo que estaba por comenzar. Caminé hacia el centro, con la espada en mano, ajustando con precisión el guante de mi mano derecha mientras Henrey, a unos pasos de mí, trataba de disimular los nervios que lo sacudían desde los tobillos hasta el pecho.

Sus ojos, normalmente vivos y despreocupados, ahora parpadeaban con ansiedad, repasando su espada como si esperara que alguna runa mágica lo salvara del enfrentamiento que había propuesto con tanto orgullo. En ese momento, dos voces rompieron el silencio del ambiente.

—¡Vamos, Henrey! ¡Enséñale cómo se lucha en Occidente! —gritó un niño de cabellos azules que corría hacia el campo con entusiasmo. Lo reconocí de inmediato, aunque fingí no hacerlo: Mackenna. En mi vida pasada había sido su mejor amigo, un chico astuto, con un corazón leal y una lengua vivaz. A su lado, venía otro joven de semblante altivo y ojos intensos: Ergi. También lo recordaba... aunque en este tiempo, apenas era una versión joven y no tan rota de sí mismo.

—¡Hazlo morder el polvo, Henrey! —exclamó Ergi, cruzándose de brazos con una sonrisa burlona, aunque por el tono se notaba que era más un estímulo que una burla real.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.