El Retorno del Emperador

56.- Cosecha de gemas

[.SOVIESHU.]

El cielo comenzaba a vestirse de sombras cuando me quité la camisa que se había ensuciado por el duelo con Henrey, dejando que la brisa nocturna acariciara mi piel sudada. Había tenido un día largo, pero satisfactorio. El duelo con Henrey me había dado más de lo que esperaba. No solo había demostrado mi destreza sin humillar a nadie, también había sembrado la semilla de una amistad valiosa... y, tal vez, de un futuro más seguro para Oriente.

Me encontraba abotonando una camisa de lino oscuro, apropiada para la cena con los reyes, cuando escuché unos nudillos golpeando con firmeza la puerta. Fruncí el ceño. ¿Navier? No esperaba visitas antes de la cena. Caminé con paso medido hacia la entrada y abrí. Frente a mí, con expresión contenida, estaba Warton III.

—Su Alteza —saludé con una leve inclinación de cabeza, abriendo la puerta de par en par—. Adelante, por favor.

Entró sin titubeos, aunque noté cierta tensión en su andar, en la manera en que cruzaba los brazos por la espalda. Observó con rapidez la habitación mientras yo me aproximaba a una pequeña mesa con copas de vino.

—¿Desea beber algo? —le ofrecí.

Negó con la cabeza y exhaló lentamente.

—No, gracias. No tomaré mucho de su tiempo. Solo vine a informarle que el consejo estará reunido tras la cena. Mi padre desea su presencia.

Asentí en silencio, sirviéndome una copa para mí.

—Lo esperaba —respondí, con voz tranquila—. El tratado merece una conversación más formal.

Warton III respiró hondo, como si la verdadera razón de su visita aún se debatiera dentro de él. Caminó unos pasos hacia la ventana y se volvió hacia mí con decisión.

—Heredero Sovieshu... quería pedirle un favor. Uno muy personal.

—Lo escucho —declaré, bajando mi copa y dedicándole toda mi atención. Mis ojos se clavaron en los suyos, atentos al más mínimo matiz de intención.

—Se trata de Henrey.

Mi pecho se tensó. De inmediato, apagué cualquier expresión emocional en mi rostro, aunque mis sentidos se agudizaron.

—Henrey tiene talento —continuó—. Un talento genuino para la magia. Y tiene el deseo de estudiar en la Academia de Magia de Wilwol, como ya le expresó, si no me equivoco, durante el duelo.

Asentí suavemente.

—Así es. Y le aseguré que, si deseaba ese camino, haría lo que estuviera en mis manos para que lo recorriera.

—Si... Bueno —intervino de inmediato, con una sonrisa tensa—. Justamente por eso vengo. Quisiera... que no lo acepte.

Mi ceja se alzó casi por reflejo.

—¿No lo acepte? ¿Por qué motivo?

Sus ojos, que al principio estaban cargados de cortesía, se volvieron más duros. Directos. Reales.

—Porque Occidente lo necesita. Porque Henrey haría más por nuestro reino si permanece aquí. Si se marcha a Wilwol, aprenderá a amar Oriente. A servir a Oriente. Y eventualmente... a olvidar quién es y qué debe proteger.

Guardé silencio por unos segundos. Analicé sus palabras, su tono, la rigidez de su cuerpo. Era evidente. Warton III no solo tenía reservas sobre el tratado... lo despreciaba. Pero había algo más: ¿miedo? Miedo al futuro. Al posible liderazgo de su hermano menor.

—Ya veo —musité con cuidado—. Así que no está de acuerdo con la alianza.

—No lo estaré nunca —reconoció sin rodeos—. Mi padre quiere construir un puente entre nuestros reinos, pero yo... yo destruiría ese puente en cuanto tenga el poder. Así que si el consejo lo aprueba... que así sea. Pero en cuanto sea rey, anularé ese tratado.

Apoyé ambas manos sobre la mesa con parsimonia, observándolo con atención. No estaba molesto. En el fondo, había esperado algo así.

—Está en su derecho —admití, con voz medida—. Siempre y cuando llegue a ser rey.

Sus labios se curvaron en una sonrisa segura.

—Lo seré —afirmó con convicción—. Soy el heredero legítimo.

—Eso no está en discusión —repliqué, aunque mis pensamientos estaban en otra parte. En otra vida. Una donde ese muchacho frente a mí, no duraba mas que yo en el trono.

Se giró, dispuesto a marcharse, y antes de abrir la puerta, murmuró con tono ambiguo:

—Espero que su visita no traiga más problemas de los necesarios, Alteza.

—Eso espero yo también —repliqué con calma.

Cuando abrió la puerta, se topó con Karl y Kosair, ambos con los nudillos alzados, listos para tocar. La escena fue tan sincronizada que casi me provocó una sonrisa. Warton los saludó con una inclinación de cabeza y se alejó sin una palabra más.

Karl me lanzó una mirada inquisitiva.

—¿Todo bien?

Asentí con lentitud, y luego miré a ambos con seriedad.

—Sí. Pero Warton romperá el tratado en cuanto sea rey.

Kosair frunció el ceño y soltó una maldición por lo bajo.

—¿Entonces para qué seguimos perdiendo el tiempo con estos occidentales?

Karl suspiró, cruzando los brazos.

—¿De qué serviría negociar si todo se va a deshacer después?

Me serví otra copa de vino, la giré entre mis dedos y respondí con calma.

—Porque no necesitamos su firma. Solo necesitamos la de Henrey.

Ambos me miraron, confundidos.

—¿Por qué la de Henrey? —cuestionó Karl—. Él no es el sucesor.

Levanté la mirada, pausadamente, y mi voz descendió en gravedad.

—Porque Warton está enfermo.

Kosair entrecerró los ojos.

—Lo noté en el duelo. Respiraba forzado. No era solo el cansancio.

—Exacto —confirmé—. Y si todo sale como espero, Henrey será el próximo rey. Así que no importa lo que piense Warton. A quien debemos mantener de nuestro lado... es a su hermano.

Kosair asintió, comprendiendo al instante.

—Entonces mañana, en su fiesta de cumpleaños, aprovecharé para acercarme a él. Le caeré bien. No es difícil cuando uno es tan encantador como yo.

—Eso espero —murmuré con una sonrisa—. Porque si ganamos a Henrey... Oriente no solo firmará un tratado. Firmará su futuro.




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