El Retorno del Emperador

57.- Encuentros y mentiras

[.NAVIER.]

La noche había caído sobre el palacio occidental con una serenidad casi mágica. Desde la habitación de invitados asignada para mí, el susurro del viento entraba sin reservas por las puertas del balcón, acariciando con dulzura las cortinas que se mecían como fantasmas danzantes. Me había tomado un momento para mí misma. Había salido al balcón, descalza, con el vestido aún sobre mis hombros, y permití que la brisa me acariciara el rostro.

El cielo estaba limpio, tachonado de estrellas, y la luna se alzaba con una fuerza plateada que daba a todo un aire de ensoñación. Apoyé las manos sobre la barandilla de piedra blanca, tallada con motivos de lirios y halcones, emblemas de la casa real de Occidente, y cerré los ojos unos segundos. El viento me hablaba. Me recordaba que no estaba en casa... y que, aunque Sovieshu estaba aquí, todo era distinto.

Había cambiado.

No podía explicarlo, pero lo había notado desde que despertó de la fiebre hace unas semanas. En su forma de hablar, en su mirada, en cómo me tomaba la mano como si él recordara algo que yo había olvidado. No era el joven arrogante e impulsivo de antaño. Y sin embargo... seguía siendo él.

Era como estar frente a un retrato que alguien había retocado. La misma persona, pero con nuevos matices. Más profundidad. Más oscuridad... pero también más luz.

Un golpeteo suave en la puerta interrumpió mis pensamientos. Volví al interior de la habitación con pasos cautelosos, y me dirigí hacia la entrada. No esperaba a nadie.

—¿Quién es? —pregunté, sin abrir de inmediato.

—Warton, Alteza —contestó una voz grave al otro lado—. Vengo a escoltarla al comedor. La cena está servida.

Me detuve un instante, confundida. No era habitual que el heredero de un reino viniera en persona a buscar a una invitada, ni siquiera si esa invitada era una prometida imperial. Abrí la puerta lentamente y allí estaba él: el príncipe heredero Warton III. Vestía un traje oscuro, con detalles dorados en los hombros, y llevaba un broche de halcón en el pecho. Su rostro era sereno, casi inexpresivo, pero sus ojos... tenían una intensidad difícil de ignorar.

—Me sorprende verlo aquí —comenté, sin poder evitar la franqueza—. No es común que alguien de su rango acompañe personalmente a una invitada.

Esbozó una sonrisa leve, apenas una línea curvada en su rostro.
—He querido hacerlo esta vez. Considero que una mujer de su estatus merece algo más que un criado anunciando la cena.

No quise contrariarlo, no por diplomacia, sino porque no había nada explícitamente inadecuado en el gesto. Así que asentí con suavidad.

—Acepto su gesto, príncipe Warton —respondí, y él extendió su brazo.

Dudé apenas un segundo antes de posar mi mano en la suya. Era un gesto elegante, caballeresco.

Mientras caminábamos por los pasillos iluminados por candelabros de cristal y lámparas de aceite perfumado, el silencio se mantuvo por unos segundos. Pero él fue el primero en romperlo.

—Su prometido, el heredero Sovieshu —comenzó con tono neutro—. Parece tener ideales bastante... elevados.

—Así es —afirmé sin dudar—. Sovieshu siempre ha soñado con transformar Oriente en algo más que una potencia. Su mirada está puesta en el futuro.

Warton giró levemente el rostro hacia mí, aunque no se detuvo.

—¿Y usted? ¿Comparte esos ideales?

Le sostuve la mirada.

—Estoy para apoyar a la familia imperial de Oriente. Siempre y cuando esas visiones estén fundadas en la paz.

Warton asintió con lentitud, como si estuviera midiendo mis palabras.

—¿Y si esa paz se rompe algún día?

—Eso dependerá —repliqué con calma—. De quién levante la espada primero.

Por un instante, lo vi sonreír. No una sonrisa cálida, sino una de esas que se dan cuando alguien queda satisfecho con una respuesta inesperada.

—Muy diplomático.

—No es diplomacia —aclaré—. Es la verdad. Oriente está prosperando la paz... pero eso no nos hace débiles.

Él iba a decir algo más, lo noté por cómo inhaló, pero justo entonces escuché pasos acercándose por el corredor.

Cuando giramos por el arco principal del ala norte, los vi. Sovieshu y Henrey caminaban lado a lado, con una sincronía que me resultó nueva... y un poco inquietante.

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Sovieshu se adelantó en cuanto me vio, y sin decir palabra, se inclinó ligeramente y me besó la mejilla.

Su gesto fue suave, tierno, cargado de esa familiaridad que aún me descolocaba.

—Estaba por ir a buscarte —comentó, con esa voz baja que siempre usaba cuando no quería que otros escucharan lo que decía solo para mí.

Antes de que pudiera responderle, Warton habló.

—Me tomé el atrevimiento de acompañar a lady Navier. Espero no haber cruzado ningún límite. Alteza.

No me hizo falta ser una experta en gestos para notar el leve endurecimiento de la mirada de Sovieshu.

—No hay problema —expresó con cortesía, pero su tono arrastraba un dejo de algo más... ¿desdén? ¿Celos?

Lo miré detenidamente. Era sutil, pero evidente: Sovieshu y Warton ya no mantenían la misma cordialidad que horas antes. Algo había cambiado entre ellos, y lo percibí de inmediato.

Fue entonces que noté también otro detalle: Henrey se mantenía muy cerca de Sovieshu. Había algo en su forma de caminar, en cómo lo observaba, que me hablaba de una confianza creciente, de una complicidad nueva.




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