El Retorno del Emperador

61.- Errores del pasado

[.SOVIESHU.]

El aire de la noche era tibio, perfumado por las bugambilias en flor que trepaban con orgullo por las columnas de mármol. Las ramas de los árboles se mecían con un ritmo lento y constante, proyectando sombras alargadas bajo la luz pálida de la luna. Caminábamos sin apuro: Kosair a mi derecha, con los brazos cruzados y una expresión demasiado tranquila para alguien que acababa de mentir sobre liderar una división secreta de la Orden Transnacional de Caballeros, y Karl a mi izquierda, con el ceño fruncido y los labios apretados como si estuviera tratando de digerir un veneno lento.

—¿Cómo demonios vamos a cumplir todo lo que prometimos? —soltó Karl de pronto, la tensión en su voz igual de marcada que la que le recorría los hombros—. Y más aún... ¿cómo piensas meter a Kosair en la Orden Transnacional de Caballeros, si no tenemos ni la menor idea de quién forma parte de esa organización? ¡Ni siquiera sabemos dónde están!

Me detuve frente a una fuente de piedra tallada, donde el reflejo de la luna flotaba como una perla temblorosa. Apoyé las manos en el borde, dejando que el murmullo del agua templara mis pensamientos. Luego giré lentamente hacia él.

—Yo sí sé de alguien que forma parte de esa orden —le confesé, sin quitarle la vista de encima.

Karl parpadeó. Su reacción fue rápida, pero no tanto como la de Kosair, que se incorporó con brusquedad, girando hacia mí con una mezcla de asombro e incredulidad pintada en sus facciones.

—¿Qué dijiste? —inquirió él, con una voz baja pero cargada de energía.

Asentí, con lentitud, saboreando el momento. Aunque mi rostro no lo mostrara, mi mente hervía con los recuerdos del pasado. Aún podía verlo frente a mí: Lord Ángel, con su sonrisa ladina y su mirada calculadora, revelando su verdadera identidad como capitán de la Quinta División de la Orden de la Sombra. Pero eso había ocurrido mucho después... casi al mismo tiempo en que Navier estaba embarazada. Él había estado allí, en las sombras, observándome todo ese tiempo.

"Ángel... si empiezo a buscarte desde ahora...", pensé, mientras el silencio se extendía entre nosotros como un velo espeso. "Si te encuentro antes de que todo se complique, quizás puedas presentarnos a la división... quizás puedas abrirle la puerta a Kosair. Y entonces, realmente estaremos metidos en esto."

Pero antes de que pudiera continuar con ese pensamiento, una voz diferente nos interrumpió. Una voz joven, arrogante, un tanto chillona... y extrañamente familiar.

—Qué escena más conmovedora... ¿debería sentirme excluido?

Levanté la vista, y allí estaba.

Ergi.

Era apenas un muchacho, tal vez quince años como mucho. Su cabello rubio caía con descuido sobre su frente, y aunque aún no tenía la altura o la presencia que recordaba del Duque de Claude, ya se le notaba ese aire de superioridad tan molesto como imposible de ignorar. Vestía un abrigo color marfil con bordados marinos que hacían honor a su herencia boheana, y su andar tenía esa elegancia desganada propia de quien ha aprendido a disimular el dolor con desprecio.

Me ofreció una media sonrisa cargada de ironía.

—Me enteré de la gran noticia. Felicitaciones por el tratado —espetó con un tono claramente fingido, como si cada palabra le costara un esfuerzo sobrehumano.

Me giré del todo hacia él y le sonreí, con esa sonrisa diplomática que tanto me había servido a lo largo de dos vidas.

—Gracias, Ergi —le respondí con una calma impecable—. Ha sido una labor ardua.

Noté cómo sus ojos, tan verdes azulados como el mar que rodeaba su tierra natal, me analizaban con desconfianza. No era para menos. Yo sabía exactamente por qué me odiaba.

Entonces di un paso hacia él, y suavicé mi voz como si compartiera un secreto.

—Me llegó la noticia del incendio en el palacio de Bluhovan... y de lo que ocurrió con Lady Alyssia, Lamento sinceramente lo que pasó.

La sorpresa lo golpeó como un puñetazo.

—¿Tú... tú sabes de eso? —murmuró, ahora sin esa arrogancia forzada.

Asentí con gravedad. Vi cómo vacilaba, cómo su mandíbula temblaba apenas perceptiblemente. Por un instante, solo uno, dejó de ser el joven sarcástico y prepotente que solía ser, y se convirtió en un niño herido, uno que había visto arder su hogar con su legado dentro.

—Gracias... supongo —musitó, bajando la mirada.

Aproveché ese momento.

—Ergi, si algún día necesitas algo... lo que sea... te pido que no dudes en venir a mí —le ofrecí, con la voz firme, pero cálida.

Sus ojos se alzaron, incrédulos, intentando descifrar si me burlaba de él o si realmente hablaba en serio.

—¿Por qué me lo dices...? —susurró, más confundido que molesto.

Di otro paso, acercándome más, y puse una mano en su hombro.

—Porque es un favor que te debo —le confesé, mirándolo a los ojos—. Aunque tú no lo sepas... te debo más de lo que imaginas.

Me observó con detenimiento. La incredulidad se mezclaba con la confusión, y detrás de ella... algo parecido a la sospecha. Pero no insistió. Solo asintió una vez, con rigidez, y dio un paso atrás.

—Lo tendré en cuenta —articuló con frialdad, antes de girarse para marcharse con la misma altanería con la que había llegado, aunque ahora, esa actitud se sentía... menos sólida.

Cuando desapareció entre los arbustos, Kosair resopló y se rascó la nuca.

—Ese niño me da escalofríos... ¿Siempre ha sido así?

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