[.NAVIER.]
La habitación aún estaba a medias entre el sueño y la realidad cuando empecé a despertar. No abrí los ojos de inmediato. Lo primero que percibí fue una vibración suave, un sonido grave y tenue, como un canto sin palabras que parecía envolver todo el espacio. Mi cuerpo seguía acurrucado, tibio y tranquilo, contra el pecho desnudo de Sovieshu. Podía sentir el ritmo lento de su respiración, el vaivén de su pecho subiendo y bajando con una calma que me invitaba a seguir durmiendo, pero aquella vibración me atrapó por completo.
Con lentitud, parpadeé un par de veces y elevé la mirada. La luz del sol ya se filtraba tímidamente por los pliegues de las cortinas, anunciando el inicio de un nuevo día. Me despegué un poco de su pecho, sin romper el momento del todo, y en cuanto lo hice, Sovieshu bajó la vista hacia mí con una sonrisa adormilada en los labios.
—Buenos días, mi mariposa —murmuró con una voz tan suave y acogedora que sentí un pequeño vuelco en el pecho.
No pude evitar sonrojarme. La mañana tenía una dulzura especial.
—Buenos días —balbuceé, con las mejillas aún tibias por la vergüenza de haberme quedado dormida sobre él sin siquiera haberme dado cuenta.
Sovieshu se incorporó apenas, y con suma delicadeza, rozó mis hombros con sus labios. Su beso fue ligero como el roce de una pluma, y cálido como un rayo de sol.
—¿Dormiste bien? —preguntó, con un tono sincero y atento, como si realmente le importara más que cualquier otra cosa en el mundo.
Asentí mientras acomodaba un mechón suelto de mi cabello detrás de la oreja.
—Sí... muy bien. Más de lo que esperaba —admití, sintiéndome extrañamente segura, como si mi cuerpo hubiera descansado no solo por fuera, sino también por dentro.
Me quedé observándolo unos segundos, notando que aún tenía la voz grave del amanecer, y sin pensarlo mucho, solté una pequeña sonrisa.
—Cantas muy bonito —comenté con algo de timidez, creyendo que aquello que me había despertado era precisamente su voz cantando.
Sovieshu soltó una carcajada suave, de esas que hacen que las costillas se sacudan un poco, pero sin romper la atmósfera.
—No estaba cantando —aclaró divertido—. Solo estaba vibrando mi voz... Es una costumbre. Me ayuda a mantener la garganta relajada.
—Aun así, sonaba bien —expresé con sinceridad mientras me sentaba y estiraba un poco los brazos—. Es una bonita forma de despertar.
Justo en ese momento, alguien tocó la puerta. El golpe seco y urgente rompió la burbuja íntima en la que nos habíamos refugiado. Sovieshu se puso de pie en un instante haciendo que tambien yo me incorporara, su camisa aún desabotonada, dejando ver su pecho bien definido y parte del abdomen que apenas la tela alcanzaba a cubrir. Yo me quedé mirandolo por un segundo de más, y luego me sacudí para volver al presente.
—¿Esperabas a alguien? —inquirió él, girando hacia mí con el ceño ligeramente fruncido.
Lo miré con una expresión que seguramente hablaba por sí sola. ¿A quién podría estar esperando yo, en plena mañana, en un castillo occidental? Le respondí con los ojos y un leve movimiento de cabeza que significaba algo así como: "¿Hablas en serio?".
Iba a acercarse a la puerta cuando volvieron a golpear. Esta vez, una voz clara, fuerte y urgentemente preocupada atravesó la madera.
—Navier, abre. Es urgente.
Era Kosair.
Sovieshu retrocedió al instante, quitando su mano del picaporte como si la plata hubiera quemado su piel. Buscó con la mirada un lugar donde ocultarse, su expresión se volvió entre cómica y desesperada.
—¿Le tienes miedo a mi hermano? —pregunté, ladeando la cabeza con ironía mientras cruzaba los brazos.
Él me miró con el rostro serio, pero en sus ojos brillaba una chispa de complicidad.
—No es miedo. Es precaución —puntualizó mientras avanzaba en dirección al baño—. Kosair es... excesivamente protector contigo. ¿Imaginas lo que pensará si me ve aquí? Con la camisa abierta. A estas horas. En tu habitación. Sin haberte desposado aún.
Me costó no soltar una carcajada. Admití para mis adentros que tenía un punto. Le indiqué con la mano que se escondiera en el baño, y en cuanto vi que la puerta se cerraba tras él, me giré y abrí la puerta principal.
Kosair entró sin perder tiempo. Estaba pálido, y su mirada era todo menos tranquila. Algo muy malo debía estar ocurriendo.
—¿Qué pasa? —pregunté con el corazón empezando a latirme con fuerza.
Me tomó por los hombros, sus manos eran firmes pero no agresivas, y me miró directamente a los ojos.
—Te lo diré, pero primero prométeme que no vas a alterarte —me pidió con una voz baja, como si no quisiera que nadie más lo oyera.
—¿Qué está pasando? —insistí, ya con un nudo en la garganta—. Dímelo, Kosair.
Asintió con un suspiro breve y entonces soltó:
—Henrey y Sovieshu han desaparecido.
Tardé unos segundos en procesarlo. Parpadeé lentamente. ¿Desaparecido? Pero Sovieshu estaba en el baño. Lo había visto hace apenas un segundo...
—¿Qué? —exclamé con incredulidad.
Fue entonces cuando la puerta del baño se abrió de golpe y Sovieshu salió con el rostro desencajado.
—¿¡Cómo que Henrey ha desaparecido!? —interrumpió con voz grave, y sus ojos se fijaron de inmediato en Kosair.
Mi hermano alternó su mirada entre él y yo, y pude ver cómo en su cabeza las piezas comenzaban a encajar... erróneamente.
—¡No empieces! —le advertí al instante, antes de que su boca siquiera se abriera—. Ni te hagas ideas.