[.NAVIER.]
Me encontraba en el jardín principal del palacio occidental, junto a la fuente de mármol blanco decorada con nenúfares mágicos que cambiaban de color según la hora del día. La brisa fresca movía los pliegues de mi vestido azul con sutileza, y el aroma de las rosas que florecían en los setos cercanos se mezclaba con la fragancia suave del jazmín trepando por las columnas.
Había observado llegar a varios invitados durante los últimos minutos. Los carruajes se alineaban elegantemente en la explanada, y los heraldos del palacio guiaban con destreza a cada noble hacia el ala de los huéspedes distinguidos. Las voces, risas y pasos se fundían en una sinfonía de cortesía, saludos ensayados y murmuraciones propias de los eventos aristocráticos.
Suspiré.
Mi mente estaba en otro lado. Henrey aún no aparecía. Y aunque todos fingían normalidad, las miradas entre los sirvientes del castillo y los jefes de guardia delataban la tensión bajo la superficie.
Pero entonces, algo mas capto mi atención.
Un carruaje completamente negro, lujoso, con detalles en dorado envejecido, tirado por cuatro caballos grises de crines perladas, se detuvo frente a las escalinatas del jardín. Las insignias que decoraban las puertas del vehículo no pertenecían a ninguno de los reinos que yo conocía. No era el escudo de White Mond. Ni mucho menos el de Luipt.
Fruncí el ceño con intriga, mientras los soldados que custodiaban el carruaje formaban una fila a ambos lados. Su armadura era distinta, antigua en diseño, pero impecablemente cuidada. Oscura, con ribetes violetas, y un símbolo bordado en el pecho que no logré identificar. Parecían caballeros de una orden real... pero de un reino que no pertenecía a ningún continente cercano. ¿Quizá de Hwa? ¿O incluso más allá?
Mi atención fue absorbida por completo cuando la puerta del carruaje se abrió y descendió una mujer.
Nunca había visto a alguien así.
Tenía el cabello negro como la noche cerrada, liso y tan brillante que parecía absorber la luz. Su piel era de una blancura casi irreal, como si el sol jamás la hubiera tocado, y sus ojos... oh, sus ojos. Eran tan profundamente azules que bajo los rayos del sol parecían destellar entre violeta y zafiro. Caminaba con una elegancia silenciosa, la cabeza erguida, los labios ligeramente curvados en una expresión indescifrable.
Me quedé mirándola sin poder evitarlo. Su porte, su mirada, el modo en que sus pasos acariciaban el suelo... era como si no perteneciera a este mundo. Y aun así, aparentaba mi edad. Quizá unos meses más o menos. Pero no más de dieciocho, como yo.
—¿Navier?
La voz de Karl me sobresaltó ligeramente. No me había dado cuenta de que se me había acercado.
Giré el rostro hacia él. Se notaba agitado. Había corrido.
—Te he estado buscando por todo el palacio —me comunicó con cierta urgencia, respirando hondo—. No sabíamos si te habías movido al ala de los invitados o si habías subido a tus aposentos.
—¿Han encontrado ya al príncipe Henrey? —le pregunté de inmediato, incapaz de ocultar la inquietud en mi voz. Lo último que deseaba era que algo malo ocurriera en este lugar... y mucho menos a alguien tan joven como Henrey.
Karl negó con la cabeza, su mandíbula estaba apretada.
—No, pero Sovieshu y Kosair ya están moviéndose por su cuenta. Están buscándolo. Se separaron para cubrir más terreno.
Asentí en silencio. Me alivió saber que estaban actuando, pero la incertidumbre seguía royéndome las entrañas.
Volví la mirada hacia el carruaje negro. La joven acababa de pasar cerca de la fuente, caminando como si conociera cada rincón del palacio. Detrás de ella iba un hombre... un guardia, sin duda, pero no cualquier guardia. Era alto, imponente, de hombros anchos y una musculatura marcada incluso bajo la capa púrpura que lo cubría. Tenía el cabello plateado, y su mirada era tan gélida como su porte. Parecía más una bestia domesticada que un escolta. Y sin embargo, su andar detrás de la joven era protector, casi reverente.
En ese instante, sin siquiera pretenderlo, capté una frase dicha en voz baja por la misteriosa mujer. Su voz era etérea, suave como un susurro, pero cargada de intención.
—Espero ver a Su Alteza Sovieshu.
Mis ojos se abrieron con sorpresa.
—¿Qué? —musité sin poder evitarlo.
Giré ligeramente, con discreción, fingiendo ajustar el broche de mi manga mientras la observaba alejarse en dirección al ala de los invitados.
Karl la había oído también. Lo noté porque frunció el ceño y se giró hacia mí, murmurando:
—¿Quién será esa mujer?
Yo me quedé callada unos segundos. Observando cómo sus cabellos oscuros se mecían con el viento, cómo su silueta se perdía con elegancia tras las columnas del pabellón sur.
—No tengo idea —murmuré al fin—. Nunca la había visto. Y ese escudo en el carruaje... no pertenece a ningún reino conocido de Wol. Tampoco es de Luipt.
Karl seguía observándola, pensativo.
—¿Y por qué querría ver a Sovieshu?
Tragué saliva. Algo dentro de mí se tensó. La duda me rozó como una brisa helada en la nuca.
—No lo sé... —confesé finalmente, sin apartar la vista del punto en que había desaparecido—. Pero espero que no se conozcan. O si lo hacen... que no sea por las razones que estoy temiendo.
No lo dije en voz alta, pero lo sentí en el pecho. Aquella mujer no había venido simplemente a celebrar el cumpleaños de Henrey. No. Su presencia cargaba con algo más. Un secreto. Una historia oculta entre las sombras.