[.SOVIESHU.]
Había caminado con paso firme por los pasillos del palacio occidental, en dirección a los establos, donde aguardaban mis hombres, listo para dar la orden de búsqueda. Cada segundo que pasaba sin rastro de Henrey pesaba sobre mí como una advertencia. La atmósfera se había vuelto extrañamente espesa desde que Warton III había soltado su acusación velada. Mi pulso era una mezcla de tensión e incomodidad, pero mantenía el rostro sereno, impenetrable. Lo último que necesitábamos era que los rumores se esparcieran.
Sin embargo, todo pensamiento se detuvo cuando la vi.
Allí estaba, de pie al final del corredor, entre columnas de mármol y cortinas doradas agitadas por la brisa, como si hubiese sido colocada allí a propósito por el mismísimo destino.
Zerpanya Vaelcourt.
La reconocí al instante, aunque iba vestida con un elegante vestido de tonos marfil y lavanda, con perlas bordadas que centelleaban a la luz del sol que atravesaba los vitrales. Su cabello, recogido con una peineta enjoyada, caía en ondas suaves sobre su cuello. Y en sus labios se dibujaba una sonrisa... esa maldita sonrisa que parecía saber más de mí que yo mismo.
—Sovieshu —entonó, como si fuéramos viejos amigos reencontrándose tras años de distancia. Su voz sonó melódica, casi dulce, pero yo sentí cómo mi estómago se contraía.
Me quedé paralizado, sin saber si dar un paso atrás o quedarme en mi sitio. No la había visto en meses, no desde... desde aquella noche en mi habitación. No desde que mi alma fue arrastrada hacia ella.
Ella se acercó sin vacilar y, antes de que pudiera articular palabra, depositó un beso lento en mi mejilla. Su perfume —una mezcla de violetas y algo más oscuro, más antiguo— me envolvió por completo.
—¿Qué haces aquí? —articulé finalmente, mi voz apenas un murmullo que contenía una oleada de preguntas y advertencias no pronunciadas.
Zerpanya sonrió aún más, como si hubiera estado esperando justo esa pregunta.
—Vengo a la celebración del príncipe Henrey —declaró con una naturalidad desconcertante, como si nada estuviera fuera de lugar.
Fruncí el ceño, sin poder evitarlo.
—¿Celebración? ¿Tú? ¿Una hechicera? —cuestioné, sin suavizar el tono. Sabía que tal vez, no era "solo" eso, pero necesitaba ver cómo respondía.
Ella alzó una ceja, como divertida por mi torpeza, y deslizó un dedo frío y largo hasta apoyarlo sobre mis labios.
—Shhh... Sovieshu. Eso es solo una faceta de mi vida. —Sus ojos brillaron con malicia mientras bajaba lentamente el dedo—. Hay muchas cosas que aún no sabes de mí... pero todo a su tiempo.
Quería replicar, pero entonces escuché pasos y, de pronto, la reina de Occidente apareció a nuestra derecha, vestida con una túnica celeste pálido que ondeaba como una ola tras ella.
—¡Lady Lysandra D'Orsay! —exclamó animadamente, caminando directo hacia nosotros.
Mi cuerpo se tensó, y por puro reflejo fingí una sonrisa. Zerpanya —o Lysandra, al parecer— se volvió hacia la reina con la misma sonrisa serena de siempre y se abrazaron como si realmente compartieran lazos familiares.
—Mi reina —saludó ella con ternura—. Siempre es un placer verle.
—¿Lady Lysandra y su majestad Sovieshu ya se conocían? —preguntó la reina, con sincera curiosidad, volviendo sus ojos hacia mí.
Iba a contestar algo genérico, pero Zerpanya me ganó la palabra con una facilidad escalofriante.
—Desde hace tiempo, sí —anunció con soltura, y sin darme tiempo a reaccionar, enroscó su brazo con el mío, como si realmente fuéramos cercanos.
La reina sonrió, encantada.
—¿Y cómo es que la sobrina favorita del trono occidental y el futuro emperador de Oriente se conocieron?
—Durante una de sus giras con la Orden de la Sombra —contestó Lysandra, y mi ceño se frunció apenas un segundo, oculto tras una expresión educada—. Mi carruaje fue atacado en un paso montañoso por bandidos del norte... y fue Su Alteza quien intervino con su escuadrón para salvarme. Desde entonces, le debo la vida. Es mi héroe.
Sentí cómo mi garganta se secaba. Cada palabra suya se entrelazaba perfectamente con la historia que yo mismo había fabricado para dar credibilidad a nuestras supuestas alianzas. Una mentira tan bien construida que ahora incluso ella la reforzaba... ¿Cómo demonios sabía eso?
No lo dije. No podía decirlo.
Solo asentí con un gesto leve, intentando no mirar demasiado a la mujer que se colgaba de mi brazo como si realmente le perteneciera.
—No sabía que Lady Lysandra fuera sobrina de Su Majestad —comenté con fingida cortesía.
La reina sonrió con cariño maternal.
—Lo es. Y mi sobrina favorita, además. —Acarició el rostro de Lysandra con afecto.
Zerpanya... Lysandra... ladeó la cabeza, encantadora, y bajó los ojos como una dama modesta.
Fue entonces cuando la vi.
Navier.
Estaba a lo lejos, en el patio lateral del palacio, junto a Karl. Su vestido color azul ondeaba con el viento, y sus ojos estaban fijos en mí. Había estado observándome... y yo, con Zerpanya colgada del brazo.
Un vacío me atravesó el pecho, y solté el brazo de Lysandra con gentileza.
—Disculpen, mi reina, Lady Lysandra... —anuncié con un tono suave, pero firme—. Debo reunirme con mi prometida.
La reina asintió con una sonrisa maternal.
—Por supuesto, Su Alteza.