El Retorno del Emperador

69.- Corazón en llamas

[.SOVIESHU.]

Estábamos caminando, a punto de entrar por la gran puerta del salón, cuando sentí la suave presión de la mano de Navier sujetando mi brazo. Me detuve al instante. Ella me miró con una expresión serena, pero sus ojos... sus ojos escondían algo que no terminaba de descifrar. Algo importante. Algo que pesaba.

—Sovieshu... —murmuró con un hilo de voz, como si temiera romper el momento antes de tiempo—. Antes de que entremos, necesito decirte algo. Es importante...

Me giré hacia ella, completamente dispuesto a escucharla. Quería que me lo dijera, fuera lo que fuera. Pero justo cuando iba a responderle, cuando mis labios se abrieron para invitarla a hablar, las enormes puertas del salón se abrieron con un estruendo tan oportuno como maldito.

El maestro de ceremonias —ese hombre de voz potente y rostro eternamente inexpresivo— alzó una mano enguantada y anunció con un tono que retumbó en las paredes:

—Con ustedes, el heredero del Imperio de Oriente, su Alteza Imperial, Sovieshu Vikt, y la princesa consorte, lady Navier Ellie Trovi.

Una oleada de aplausos, reverencias y murmullos envolvió el aire como un vendaval dorado. Me giré hacia Navier, ofreciéndole el brazo con una sonrisa que pretendía ser natural, aunque mis pensamientos aún estaban atados a lo que fuera que ella quiso decirme. Ella lo tomó con elegancia, y juntos atravesamos el umbral hacia el salón de los nobles.

Los candelabros de cristal iluminaban con una calidez envolvente, haciendo que el dorado de los marcos y los manteles brillara como fuego líquido

Los candelabros de cristal iluminaban con una calidez envolvente, haciendo que el dorado de los marcos y los manteles brillara como fuego líquido. Las mesas estaban perfectamente dispuestas, y el perfume de flores frescas flotaba en el ambiente como un hechizo.

Un empleado de la familia real —con guantes blancos y el uniforme impoluto— se acercó a nosotros e hizo una leve reverencia antes de guiarnos hacia nuestra mesa. Al llegar, ayudé a Navier a sentarse, asegurándome de que su vestido se acomodara sin arrugarse. Se veía hermosa, como siempre... pero esta noche había algo distinto en su porte. Más firme. Más joven. Más... mío.

Me senté a su lado, y al acomodarme, noté la mesa de regalos a nuestra izquierda. Era una montaña de obsequios finamente envueltos, cada uno más ostentoso que el anterior. La nobleza occidental sabía cómo competir por la atención.

—¿Kosair, encontraste algo? —le pregunté en voz baja mientras me inclinaba hacia él.

Kosair, con la copa de vino entre los dedos, ladeó una ceja. No respondió de inmediato. En cambio, alzó su dedo índice y lo movió lentamente en dirección a la gran escalinata de entrada, la misma por la que nosotros habíamos desfilado hace apenas unos minutos.

Seguí la dirección de su señal y... ahí estaban.

—Con ustedes, la familia real de Occidente —declaró el maestro de ceremonias— Su Majestad el rey Warton II y su esposa, la reina Allez I; su alteza, el príncipe heredero Warton III, y su alteza, el príncipe Henrey, el festejado de esta noche.

Mi pecho se contrajo.

Henrey.

Entró caminando como si nada hubiera pasado. Con la espalda recta, una media sonrisa en los labios, y los ojos brillantes bajo la luz de los candelabros. Como si su desaparición hubiese sido solo una broma. O peor aún, un mal sueño.

Todo el salón se levantó en aplausos. Nuestra mesa también. Aplaudí, aunque no podía dejar de mirarlo, ni de preguntarme qué clase de pantomima era esta. ¿Dónde había estado? ¿Por qué no parecía afectado?

Sentí una presencia a mi lado. Kosair se acercó mas mí y, con una calma perturbadora, murmuró:

—Tal parece que la desaparición de Henrey fue un regalo de su propio hermano.

Lo miré de inmediato, mis cejas se fruncieron.

—¿Estás diciendo que fue Warton?

Kosair asintió suavemente mientras giraba su copa con un leve movimiento de muñeca.

—Ergi está investigándolo. Pero todo apunta a que Warton III quiso darle un escarmiento a su hermanito por haberse puesto del lado del tratado.

Apreté la mandíbula. Me llevé una mano al rostro por un instante y traté de calmar el torbellino de ideas que se alzaba en mi cabeza. Warton estaba cavando su propia tumba. Había elegido el peor momento para jugar a los castigos.

—Ergi ya llegó al salón —añadió Kosair con un tono más bajo.

Me giré de inmediato y ahí los vi: Ergi, entrando con Mackenna, ambos caminando con una compostura que me hizo sospechar que sabían exactamente lo que estaba ocurriendo tras bastidores. Ergi cruzó miradas conmigo y asintió apenas con la cabeza, como si confirmara las sospechas de Kosair.

Pero entonces, como un espectro vestido de seda, apareció ella.

—Lady Lysandra D'Orsay —anunció una doncella cercana mientras la guiaba entre los invitados.

Zerpanya.

—Lord Kosair —lo saludó con una media sonrisa encantadora mientras extendía la mano con gracia. Su voz era miel mezclada con veneno.

Kosair tomó su mano y la besó con lentitud, como si quisiera grabar el momento en su memoria. No me pasó desapercibido el modo en que la miraba.

Y eso solo podía significar problemas.

—Lady Lysandra —respondió Navier con un gesto gentil, alzando levemente la cabeza en señal de respeto.

—Lady Navier, siempre es un placer verla —murmuró Zerpanya, luego saludó con un gesto elegante a Karl.

Finalmente, se volvió hacia mí. Sus ojos se clavaron en los míos como si nunca nos hubiéramos visto antes. Como si no hubiéramos compartido una habitación hacía menos de una hora.




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