[.SOVIESHU.]
Había pasado un año. Un año desde aquella noche en que estuve a punto de morir por tercera vez. Un año desde que el filo de una daga me rozó el corazón y los ojos de Navier se llenaron de un terror que nunca podré olvidar. Un año... y sin embargo, hoy, estaba de pie frente a las puertas del Palacio de Firnos, en la costa sur del continente de Wol, con la túnica ceremonial de Oriente ondeando al viento, con la frente en alto y la mirada fija hacia el horizonte.
Había cumplido todo lo que prometí. Todavía no era un emperador, pero ya caminaba como uno.
Kosair se hallaba a mi lado, montado en su corcel negro, el mismo que el rey Warton II me había obsequiado, como parte de una desesperada disculpa pública por "lo ocurrido con su hijo". Llevaba su armadura imperial bruñida hasta brillar como un espejo. Y no solo era mi capitán de la Guardia Imperial... también se había convertido en el capitán de la Octava División de la Orden de la Sombra, la más temida fuerza militar transnacional del continente. Todo gracias a Lord Angel.
Metí a Kosair en la Orden Transnacional de Caballeros. Lo logré gracias a un aliado inesperado: Lord Angel, capitán de la Cuarta División, un hombre con apenas un año más que yo, pero con una mirada que me obligaba a no confiar completamente ni en mis propios pensamientos cuando él estaba cerca. Un favor, me había dicho. Solo un favor. Que se cobraría cuando él lo decidiera.
—Estoy apostando por ti, Sovieshu. No por tu sangre, ni por tu corona. Por ti. Haz que valga la pena. —esas fueron sus palabras la noche que sellamos el acuerdo, sentados sobre la terraza helada del cuartel de la Orden. Yo, con los labios aún agrietados por el frío, y él, con una copa de licor oscuro entre los dedos.
Desde entonces, Kosair no solo se convirtió en el Capitán de la Guardia Imperial de Oriente —el más joven en ostentar el cargo en la historia—, también fue nombrado Capitán de la Octava División de la Orden de la Sombra. Su reputación creció tan rápido como su ego. Y a veces, incluso más.
Nuestra "gira diplomática" por el continente de Wol duró nueve meses. Nueve agotadores, teatrales y cuidadosamente planeados meses. Lo que la opinión pública celebraba como un viaje por la paz, en realidad, era mi escalera. Mi preparación silenciosa para tomar el trono, y tener el apoyo de cada reino, en caso de... En caso de cometer errores.
Con cada brindis, cada apretón de manos, cada discurso calculado, construía el Sovieshu que los pueblos necesitaban ver. El heredero firme, el joven diplomático, el líder moderno. No el muchacho que casi muere bajo una sombra traicionera. No el niño que una vez dudó de su destino. No el viejo hombre de mi vida anterior que había sido la burla de la familia Vikt. Ni el enamorado que causo una guerra por despecho...
[...]
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—Tienes la sonrisa de un joven heredero, pero los ojos de un hombre viejo y herido. —me soltó una embajadora del sur después de una cena— ¿Cuál es el verdadero Sovieshu?
—Ambos —le respondí sin parpadear.
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[...]
Mientras desmontábamos frente a la entrada del Palacio para la última cena diplomática de nuestra gira, escuché a Kosair soltar un suspiro contenido.
—Nunca pensé que terminaría uniformado en dos ejércitos a la vez —comentó, dejando escapar una carcajada leve, aunque su mirada seguía vigilante—. Si esto no me convierte en el soltero más atractivo del continente, no sé qué lo hará.
—Tampoco pensé que alguna vez usarías ese escudo sin quejarte —le respondí, esbozando una sonrisa de medio lado—. Pero mírate ahora. Capitán imperial. Capitán de la Octava. Definitivamente... El favorito de las viudas de los reinos del norte.
Él soltó una risa más franca.
—Lo hago por el imperio, claro está —afirmó con fingida solemnidad, llevándose la mano al pecho—. Y por Navier. Si no regresamos pronto, me va a matar. Ha estado sola con los consejeros diplomáticos de diez reinos... y con Lysandra.
Al oír su nombre, mi sonrisa se tensó ligeramente, aunque lo disimulé bajando la mirada hacia los escalones.
—¿Ella sigue actuando bien? —pregunté, aunque la respuesta ya la sabía. Lysandra, o más bien Zerpanya Vaelcourt, había jugado su papel a la perfección.
—Más que bien —replicó Kosair mientras caminábamos hacia el gran salón del palacio—. Es tan correcta, tan cortés... pero sé que está planeando algo. Siempre lo está. Aunque debo admitir que... me intriga.
—¿Intriga o te gusta? —indagué, elevando una ceja.
Kosair se rió suavemente, sin responder. Era suficiente.
La cena diplomática fue un desfile de rostros bien peinados y sonrisas ensayadas. A nuestro paso, los nobles se inclinaban, algunos con sinceridad, otros con cautela. Habíamos recorrido el continente durante meses bajo el estandarte de la paz, pero sabíamos que era algo más. Estábamos sembrando influencia, tejiendo alianzas, y, sobre todo, limpiando el camino para mi futuro como emperador.
Mientras charlaba con el embajador del Reino de Alnoa, sentí un nudo familiar en el pecho. No por ansiedad, no. Era la sensación de estar exactamente donde debía. Había trabajado para esto. Había sangrado por esto. Y pronto lo tendría.