[.NAVIER.]
Había algo solemne, casi sobrecogedor, en la sala de juntas del palacio de Oriente. Cada vez que me sentaba allí, rodeada de muros recubiertos en mármol blanco, cortinas de terciopelo carmesí con detalles dorados y un candelabro de cristal del tamaño de un carruaje suspendido sobre nuestras cabezas, no podía evitar sentirme dentro del corazón palpitante del imperio. Las paredes estaban adornadas con pinturas históricas de antiguos emperadores en momentos de gloria, y el mobiliario, con patas talladas a mano y respaldos de terciopelo azul noche, daba la impresión de que todo en ese salón estaba destinado a permanecer por siglos.
Estaba sentada en el extremo izquierdo de la gran mesa de caoba, junto a la emperatriz madre, quien mantenía su habitual porte regio incluso cuando no llevaba corona, y a mi derecha estaba Lysandra D'Orsay, o como era conocida formalmente, la marquesa D'Orsay, con sus guantes de encaje oscuro, su vestido perla perfectamente entallado y ese brillo sereno en los ojos que jamás me permitía adivinar lo que realmente pensaba.
Aun así, con el tiempo, había aprendido a tolerarla... incluso a respetarla. Tal vez no éramos amigas, pero tampoco éramos rivales.
—La gira de Su Alteza debe concluir en unos días —comentó la emperatriz madre mientras giraba suavemente su copa de porcelana sobre el platillo—. Considerando lo mucho que Sovieshu, ha conseguido, deberíamos organizar un banquete a la altura de su regreso.
Asentí, cruzando las manos sobre mi regazo.
—Me gustaría encargarme de ello —propuse con suavidad, aunque con firmeza—. Sovieshu y yo organizamos un banquete similar antes de que partiera, ¿recuerda? Fue para dar la bienvenida a los nuevos miembros de la guardia imperial. Pensamos que integrarlos antes de la gira serviría para consolidar lealtades.
—Y funcionó a la perfección, tengo entendido —comentó la emperatriz con una pequeña sonrisa que apenas levantó las comisuras de sus labios. Su aprobación era escasa, pero cuando la otorgaba, era tan valiosa como una moneda de oro en tiempos de hambre.
—Yo podría ayudarte con los arreglos si así lo deseas —intervino Lysandra, girándose levemente hacia mí con una sonrisa tranquila—. Sé que este tipo de preparativos pueden ser abrumadores si uno está sola, especialmente cuando se trata de un evento tan importante.
La observé por unos segundos, calibrando su expresión, su tono, su lenguaje corporal. No percibí ninguna intención oculta, ningún deseo disfrazado. Era simplemente eso: una oferta. Y, francamente, sabía que sería útil. Lysandra era eficiente, discreta y elegante. Además, con el tiempo, se había convertido en una buena compañera. No una amiga —no aún—, pero alguien en quien, por lo menos, ya no temía confiar ciertas tareas. Y a decir verdad, hacía semanas que notaba sus preguntas veladas sobre Kosair. Que si su rutina, que si sus gustos, que si tenía planes futuros... No, definitivamente no estaba interesada en Sovieshu. Lo cual me aliviaba más de lo que estaría dispuesta a admitir.
—Agradezco tu ofrecimiento —accedí, relajando mis hombros—. Será agradable trabajar juntas en esto.
La reunión se extendió por unos minutos más, repasando informes sobre la situación fronteriza, la distribución de suministros, y finalmente, me animé a hacer la pregunta que me había rondado desde el inicio.
—¿Se sabe cuándo regresará la Orden imperial? —inquirí, mirando directamente a la emperatriz.
Ella negó despacio, entrelazando sus manos sobre la mesa.
—Aún no hemos recibido respuesta. El ave mensajera que enviamos hace tres días no ha regresado, pero por las fechas, debería llegar esta noche... o a más tardar, mañana.
Asentí, intentando que la decepción no se notara en mi rostro. Había aprendido a disimular bien mis emociones, pero aun así, sentí ese pequeño vacío en el estómago que siempre me dejaba la incertidumbre.
Una vez finalizada la sesión, salimos juntas de la sala, escoltadas por un par de guardias. Lysandra caminaba a mi lado, con ese paso elegante y mesurado que siempre la hacía parecer parte del mobiliario imperial.
—¿Estás bien, Navier? —inquirió en voz baja, como si temiera romper el silencio respetuoso del pasillo.
Volteé hacia ella, forzando una sonrisa. Pero la expresión se volvió honesta casi al instante.
—Sí... —comencé, y luego exhalé lentamente—. Solo lo extraño. Desde aquella noche en la que casi lo pierdo, entendí que no me importa el trono, ni los pactos, ni los títulos... Me importa él, todo lo que estoy haciendo, es solo por él... No quiero perderlo. Nunca.
Lysandra me sostuvo la mirada, y aunque su rostro apenas cambió, noté el destello de comprensión en sus ojos.
—Lo sé —articuló con suavidad—. Y él lo sabe también.
—¿Vienes conmigo a la oficina? —le pregunté, cambiando de tema y señalando con un leve movimiento de cabeza hacia el ala oeste del palacio—. Aún estoy remodelándola.
—¿No ha llegado el escritorio de madera de agar? —inquirió con una ceja arqueada, claramente divertida.
Negué con un suspiro resignado.
—No. Espero que llegue antes que Sovieshu, quiero que sea una sorpresa. Lo mandé a hacer especialmente para él... Cada detalle, incluso los compartimentos secretos, están diseñados según sus gustos.