[.SOVIESHU.]
Había pasado ya casi todo el día en la oficina de mi padre. El aire estaba denso, cargado con el aroma antiguo de pergaminos, tinta y el leve perfume amaderado que mi padre usaba desde que tengo memoria. La chimenea chisporroteaba a un lado, apagando parcialmente el frío húmedo que traía el final del invierno. Los rayos del sol se filtraban apenas por las cortinas pesadas, dándole a la estancia ese tinte ámbar que parecía pintar los recuerdos más que iluminarlos.
Frente a mí, extendidos sobre el escritorio, yacían los documentos que había solicitado hacía semanas: registros, leyes, tratados, cláusulas olvidadas sobre la esclavitud. Las hojas más viejas estaban ya amarillas, como si el tiempo quisiera enterrar su contenido. Pero yo no iba a permitirlo.
Tomé una de las hojas con dedos firmes. La tinta desvanecida nombraba a un tal "Tharn Volten", propietario de doce personas. Doce seres humanos reducidos a propiedades legales. Sentí un nudo apretarme el pecho. Pensé en Rashta.
"Si tan solo..."
No terminé la frase en voz alta. Solo lo pensé, mientras mi mirada se perdía en el horizonte invisible que quedaba más allá de la ventana cerrada. No podía cambiar el pasado. Pero en esta vida, había hecho las cosas diferentes. Esta vez, ella no estaba atrapada entre barrotes disfrazados de deberes domésticos. Esta vez, tenía un nombre propio, una identidad, una cama caliente, comida, libros... Una posibilidad.
Suspiré y estiré el brazo para tomar la carta que me había llegado esa mañana, procedente del Internado de Señoritas de Lienthal. El sobre estaba perfumado con una esencia suave de jazmín y miel, y su caligrafía, aunque aún tímida, ya mostraba una estructura firme, un orden. Había leído la carta tres veces, pero lo volví a hacer, lentamente:
"Estimado Lord Vikt,
Hoy tuvimos clases de historia imperial. La señorita Liera me dijo que he mejorado mucho mi redacción. ¡Y yo también lo creo! Ya no hablo de Rashta como si fuera otra persona. ¿No le parece bien?
Hice una pintura para usted. Es un vivero de cristal con flores de todos los colores, como el que me describió una vez. Me gustaría entregársela yo misma. ¿Vendrá pronto? Mis amigas dicen que usted debe ser un noble muy importante. Yo les dije que sí, aunque para mí, usted es... más que eso.
Gracias por todo lo que hace por mí. Rashta está aprendiendo a ser alguien de verdad.
Con afecto,
Rashta."
La leí en silencio, mientras una sonrisa suave, casi triste, se formaba en mis labios. Ella no sabía quién era yo realmente. Para Rashta, solo era "Lord Vikt", un noble excéntrico que la había patrocinado. Y así debía seguir siendo, por ahora. Pero aun así, verla florecer, verla cambiar el rumbo de su historia, era uno de los actos más nobles que podía concederme.
Apoyé la frente contra mis dedos un momento, cerrando los ojos. Si pudiera... si pudiera enmendar cada error de mi vida pasada con la misma determinación, lo haría sin dudar. Rashta ya no era la joven que hablaba de sí misma en tercera persona, no era la sombra de alguien más. Era Rashta, con su voz, su pintura, su sueño. Y en pocas semanas, le daría su libertad formal. A ella, y a todos. Empezaríamos por ahí.
Un golpeteo seco interrumpió mis pensamientos.
—Adelante —exclamé, alzando la voz sin alzar la mirada.
La puerta se abrió de golpe, y al ver la figura alta y tensa de Kosair, no pude evitar alzar una ceja. Llevaba los guantes en la mano, el cabello algo revuelto, como si hubiera venido a toda prisa desde los establos o algún entrenamiento.
—¿Qué tormenta te ha traído hasta aquí con ese rostro? —solté, esbozando una media sonrisa divertida.
Kosair cerró la puerta con un empujón algo más fuerte de lo necesario, y se dejó caer en una de las sillas frente a mí.
—Lysandra se va —espetó sin preámbulo.
—¿Se va? —repetí, inclinándome hacia él—. ¿A dónde?
—A visitar a sus tíos —gruñó, frotándose la cara con las manos—. Unos duques de... qué sé yo. Un reino al sur del continente. Jamás había oído hablar de ellos.
Lo observé un segundo. Tenía los ojos tensos, la mandíbula rígida. Era raro ver a Kosair así. Siempre tan dueño de sí, tan feroz como un halcón en plena cacería. Pero ahora... ahora parecía un joven confundido, frustrado, y herido.
—¿Y qué te molesta? ¿Qué no te avisara? o ¿Qué no te llevara con ella?
—¡Que no sé nada de ella! —bramó de pronto, golpeando con el puño la rodilla—. No sé si tiene familia de verdad, no sé qué quiere, no sé si soy parte de algo real o solo... solo un idiota colgado de una sonrisa bonita.
Guardé silencio unos segundos, mirándolo con más seriedad. Luego solté un suspiro, dejé los documentos a un lado, y me crucé de brazos sobre el escritorio.
—Tal vez deberías poner tu caballo en otro horizonte —murmuré, con suavidad.
Kosair parpadeó.
—¿Qué?
—Que quizás estás cabalgando en dirección equivocada —añadí, con cautela—. No sabemos quién es Lysandra. No realmente. Sabemos lo que aparenta, lo que dice, lo que quiere mostrar. Pero tú, Kosair... tú mereces algo más que una sombra elegante.
Él me miró como si no entendiera, y luego frunció el ceño.
—¿Estás diciendo que miente?
—Estoy diciendo que no lo sabemos —concedí, bajando un poco la voz—. Y que si no estás seguro... tal vez deberías dejar de correr tras ella como si fuera la única fuente de agua en el desierto.