El Retorno del Emperador

85.- Navier & Sovieshu

[.NAVIER.]

El sol ya comenzaba a ocultarse detrás de las murallas doradas del Imperio de Oriente cuando el carruaje finalmente rodó por la gran avenida empedrada que conducía a las puertas del palacio. Sentí una oleada de emoción y nostalgia al ver las altas torres decoradas con estandartes carmesí ondeando con orgullo sobre la ciudad que me había visto crecer.

Ian, sentado frente a mí, se enderezó ligeramente y miró por la ventana con los ojos entrecerrados, como si intentara comprender dónde estábamos

Ian, sentado frente a mí, se enderezó ligeramente y miró por la ventana con los ojos entrecerrados, como si intentara comprender dónde estábamos.

—Este lugar... —comentó, observando con atención los jardines simétricos, las fuentes iluminadas por lámparas de aceite y los centinelas imperiales perfectamente formados a ambos lados del portón principal—. ¿Es este... un palacio?

Lo miré con una pequeña sonrisa, asintiendo con suavidad mientras alisaba mis guantes blancos sobre las rodillas.

—Sí. Es el Palacio Imperial de Oriente.

Él parpadeó, claramente sorprendido, y giró su mirada hacia mí con curiosidad evidente.

—Entonces... ¿eres parte de la familia imperial?

Inspiré hondo antes de responder. A pesar de lo natural que debía parecer para mí decirlo, sentí cómo el corazón me palpitó con fuerza en el pecho.

—Soy la prometida del futuro emperador —anuncié con calma, observando su reacción.

Ian abrió un poco los ojos, y por un segundo, me pareció ver respeto sincero en su mirada. Se inclinó ligeramente hacia adelante, sin esconder su asombro.

—Debo admitir que no lo esperaba. Tienes un porte elegante, claro, pero jamás habría imaginado que eras la futura emperatriz. Gracias por ayudarme... aún con tu estatus.

—Eso no importa ahora —murmuré con una leve sonrisa—. Estabas herido y necesitabas asistencia. No podía simplemente dejarte en medio del bosque.

El carruaje se detuvo abruptamente, y una voz familiar y firme se escuchó desde fuera.

—Su Alteza, hemos llegado.

Ergi se adelantó para abrir la puerta, pero fue otra figura la que captó mi atención de inmediato. Sovieshu.

Estaba allí, de pie, frente al carruaje, flanqueado por Sir Artina y al menos una docena de guardias imperiales. Llevaba el uniforme formal del príncipe heredero, con la capa azul noche sobre los hombros, bordada con hilos dorados que brillaban con la última luz del atardecer. Sin embargo, sus ojos... sus ojos estaban apagados.

Apenas lo vi, sin pensarlo, sin importar el protocolo, me lancé hacia él. Bajé del carruaje con un impulso suave y lo abracé con fuerza, enterrando el rostro en su hombro. Inhalé su aroma familiar, cálido, a madera y especias, como si eso pudiera devolverme el tiempo perdido.

—Sovieshu... —murmuré con la voz ligeramente temblorosa por la emoción del reencuentro.

Él me envolvió en sus brazos también, pero su gesto fue... distinto. No ausente, pero sí contenido. Como si su mente estuviera en otra parte, como si sus pensamientos fueran una niebla espesa que no podía apartar. Me separé un poco para mirarlo mejor, con el ceño ligeramente fruncido.

—¿Estás bien? —le pregunté con suavidad, estudiando cada facción de su rostro, sus ojeras, su leve rigidez.

Él bajó la mirada por un segundo, luego la alzó nuevamente, y afirmó con voz baja:

—Sí... pero necesito hablar contigo en privado. Hay asuntos del imperio que debemos tratar cuanto antes.

Sentí un vacío instalarse en mi pecho. Sus palabras eran correctas, formales... pero su tono tenía un matiz sombrío que no pasé por alto. No insistí en ese momento, solo asentí en silencio, sabiendo que no era el lugar para interrogarlo. Me tomó la mano con una suavidad protectora y comenzó a caminar conmigo hacia el interior del palacio.

Mientras cruzábamos los portones de mármol tallado, sentí el peso de las miradas de los guardias, de Ian descendiendo del carruaje ayudado por Ergi, de la tensión que no había previsto encontrar a mi regreso. El palacio, mi hogar, me parecía el mismo de siempre, pero el ambiente... no. Algo estaba mal. Muy mal.

—Sovieshu... —volví a llamar su atención con un hilo de voz cuando estábamos por llegar al vestíbulo principal—. ¿Pasó algo mientras no estuve?

Él apretó con más fuerza mis dedos, sin detener el paso.

—Te lo contaré en cuanto estemos a solas —murmuró con un susurro casi dolido.

Y supe, sin necesidad de más palabras, que algo se había quebrado. Algo que no conocía aún, pero que cambiaría el curso de los días venideros. Apreté los labios y seguí caminando a su lado, sabiendo que debía estar fuerte. Para él. Para el imperio. Para todo lo que estaba por venir.

[...]

La oficina de Sovieshu siempre había tenido ese aire solemne y cálido al mismo tiempo. Las cortinas pesadas de terciopelo azul oscuro filtraban la luz del atardecer, y el olor a pergamino antiguo y cera derretida flotaba en el ambiente como un susurro constante. Estábamos solos. Ergi había acompañado a Ian con los médicos del palacio y me había asegurado que lo tendrían bajo observación. Yo, sin embargo, tenía otra preocupación frente a mí. Sovieshu no se había sentado detrás de su escritorio, como acostumbraba. Caminaba lentamente de un extremo al otro de la estancia, con las manos enlazadas a la espalda, como si cargara un peso invisible.

Me acerqué unos pasos, rompiendo el silencio con la suavidad de mi voz.

—Sovieshu... ¿qué ocurre?




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