El Retorno del Emperador

87.- Un re-encuentro desconocido

[.NAVIER.]

Habían pasado algunas semanas desde que asumí nuevas responsabilidades en palacio. La mañana era luminosa, casi demasiado brillante, como si el sol quisiera forzarme a disfrutarla. Me encontraba de pie en el balcón de mi habitación, observando desde las alturas los jardines del ala este, donde un grupo de jóvenes de la alta sociedad comenzaba a reunirse. Llevaban vestidos de montar perfectamente diseñados, sonrisas ensayadas y posturas impecables. Desde aquí, podía notar cómo sus doncellas se apresuraban a colocarles los guantes de montar, ajustarles los sombreros y acariciar sus caballos en su nombre. A simple vista, parecía una imagen encantadora... pero sabía lo que significaba.

Ninguna de ellas estaba aquí por mí. No por quién soy realmente, sino por lo que represento.

Ser la futura emperatriz atraía muchas sonrisas falsas y palabras dulces en exceso. Me preguntaba cuántas de esas jóvenes deseaban genuinamente cabalgar conmigo y cuántas soñaban en secreto con que yo las escogiera como mis futuras damas de compañía. Tal vez todas. Tal vez ninguna.

El viento movió con suavidad la tela de mis mangas y por un momento, cerré los ojos. Anhelaba que al menos una de ellas me tratara como una igual... como una amiga. Pero eso, aquí, era un lujo.

Escuché unos suaves golpes en la puerta de mi habitación. Me giré con calma, dejando atrás la vista del balcón, y caminé hacia el centro de la estancia. Alcé la voz con la formalidad que el entorno requería, aunque no dejé de sonar amable.

—Adelante.

La puerta se abrió con discreción, y no pude evitar sonreír al ver que era Sovieshu quien entraba. Su presencia siempre iluminaba mis días, incluso en los más densos. Vestía su uniforme de príncipe heredero, perfectamente ceñido, con su broche imperial resplandeciendo bajo la luz. Sus cabellos estaban algo alborotados, como si hubiera estado apurado, pero sus ojos seguían siendo los mismos: serenos, sabios, levemente cansados.

—¿Ya estás lista? —inquirió mientras avanzaba hacia mí, su tono era suave, casi melancólico.

Asentí con delicadeza, colocándome frente a él.

—Sí, hace un rato. ¿Vendrás con nosotras?

Él se acercó lo suficiente para besarme la frente con ternura, ese gesto suyo que siempre me desarmaba. Luego negó con la cabeza, su mirada evitó la mía por un instante.

—No esta vez... lo siento. Tengo una reunión con el Consejo Imperial. Han solicitado mi presencia con urgencia —murmuró, con ese tono que intentaba sonar tranquilo, pero estaba cargado de algo más profundo.

Fruncí levemente el ceño. Lo conocía demasiado bien.

—¿Estás seguro de que todo está bien?

Él asintió enseguida, aunque esa respuesta no me convenció en absoluto.

—Sovieshu... —insistí, esta vez con una voz más baja, más íntima—. Puedo notar que algo te preocupa. Dímelo, por favor.

Suspiró. Bajó la mirada un segundo y luego volvió a mirarme, como si se debatiera entre protegerme o ser honesto.

—No es nada grave —aseguró al fin—. Solo... que el Consejo entro en alerta. Quieren que la sucesión esté asegurada cuanto antes.

Sentí un nudo en el pecho. No por la prisa del Consejo, sino por lo que esto significaba para él. Alargué mi mano y tomé la suya, con suavidad.

—¿Y tú cómo estás? —susurré.

Él me observó como si le hubiera hecho la pregunta más sencilla y al mismo tiempo más difícil del mundo.

—Estoy... tratando de sostener todo sin que se note cuánto me pesa —expresó con una media sonrisa cansada—. Pero no quiero preocupar a nadie. Solo necesito cumplir con estas reuniones y asegurarme de que mis padres puedan descansar pronto. Ellos ya han dado todo por el Imperio.

Asentí con lentitud, sintiendo una calidez extraña en el corazón. Esa entrega suya... esa madurez que no todos veían.

—Haré lo que sea para apoyarte —le aseguré, con la voz cargada de determinación—. Puedes contar conmigo.

Él apretó mi mano, como si esa promesa le aliviara de verdad. Se acercó y me rodeó con los brazos. Me sostuvo con fuerza contra su pecho y murmuró con un leve temblor en su aliento:

—Te necesitaba, Navier... necesitaba de ti para que mi mundo tuviera sentido.

Sentí mis ojos humedecerse, pero no lloré. Lo abracé con el mismo fervor, deseando que mis silencios también pudieran sostenerlo.

Tras unos segundos, se separó lentamente.

—Volveré en unas horas. Solo unas cuantas —me prometió, intentando sonar más animado—. Además, estarás acompañada por todo un grupo de jóvenes encantadoras.

Rodé los ojos con una sonrisa sarcástica.

—Encantadoras, sí... pero no están aquí por mí. Solo quieren asegurarse un puesto cerca del trono. Y sinceramente, Sovieshu, estas semanas apenas nos hemos visto, a pesar de vivir bajo el mismo techo.

Él pareció incomodarse un poco con mi reproche, pero luego suspiró y asintió.

—Tienes razón. He estado ausente y lo siento. Trataré de escaparme para alcanzarte más tarde, lo prometo.

—Te lo agradecería mucho —repliqué, con una sonrisa más dulce—. No prometo que las chicas no te atosiguen si llegas, pero al menos yo estaré feliz.

Él se rió por lo bajo y me besó de nuevo, esta vez en la mejilla.

—Entonces no me hagas esperar tanto para volver a verte sonreír —susurró, antes de alejarse hacia la puerta.

—Entonces no me hagas esperar tanto para volver a verte sonreír —susurró, antes de alejarse hacia la puerta

Lo observé marcharse. Cuando la puerta se cerró tras él, me permití suspirar largamente. Recogí el aire en mis pulmones, me recompuse frente al espejo, y salí también. Era momento de enfrentar otra cabalgata de sonrisas falsas y ojos evaluadores. Pero lo haría... por mí, por él, y por lo que algún día seremos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.