El Retorno del Emperador

93.- Aquí nada es casualidad.

[.RASHTA.]

Caminaba por los jardines laterales del palacio imperial, con pasos lentos y medidos, como si cada movimiento tuviera que corresponderse con la delicadeza del vestido que me envolvía. Era un atuendo hermoso, de un azul claro que recordaba al cielo despejado después de una tormenta. La falda caía con suavidad, dejando tras de mí un leve rastro de movimiento entre las flores y los senderos. El encaje en el borde de mis mangas rozaba apenas mi piel, y por un instante me sentí como si verdaderamente perteneciera a un lugar como ese.

El aire estaba impregnado de aromas dulces, mezcla de jazmín y lirios recién regados, mientras el murmullo distante de las fuentes añadía un susurro constante a mis pensamientos. De lejos noté cómo varias personas entraban a un salón de techos altos y candelabros resplandecientes. El vaivén de vestidos suntuosos y capas bordadas me hizo pensar que debía tratarse de un evento importante. No era difícil adivinar la razón: hacía apenas unos días, lady Navier me había contado, con esa voz calmada y firme que parecía siempre esconder algo más profundo, que el gran emperador Osis III había muerto.

Recordé cómo, en los pasillos, había escuchado a varias doncellas y cortesanos comentar con orgullo y pesar la pérdida. Decían que había sido un ejemplo para todo el continente, un gobernante cuya figura se engrandeció aún más gracias a la gira diplomática que su hijo había realizado, logrando alianzas y colocando el nombre de Oriente en lo más alto. Yo había escuchado todo aquello con cierta distancia, sin imaginar que de algún modo estaba parada en medio de ese mismo escenario.

No sabía aún dónde me encontraba exactamente, ni el peso real de los muros que me rodeaban. Tampoco sabía que ese palacio pertenecía al hijo de aquel gran emperador del que todos hablaban, y mucho menos que la mujer que me había rescatado, lady Navier, estaba prometida con él. Era ignorancia, pero también protección: a veces el desconocimiento era lo único que mantenía al corazón tranquilo.

Perdida en mis pensamientos, me dejé distraer por un grupo de mariposas que revoloteaban cerca de un rosal, y no me di cuenta de que alguien venía en dirección contraria. Cuando choqué contra un cuerpo firme, retrocedí con torpeza, llevándome la mano al pecho.

—Lo lamento —pronunció el joven de inmediato, girándose hacia mí con un aire de cortesía impecable.

Lo miré, y quedé anonadada. Su porte era elegante, su figura imponente, y aunque su rostro era serio, había una calidez extraña en la manera en la que sus ojos oscuros me observaron. Me quedé un momento en silencio, incapaz de articular palabra, hasta que logré reaccionar.

—No, por favor... la distraída fui yo —contesté, bajando un poco la mirada, avergonzada por mi torpeza.

Él sonrió, una sonrisa apenas curvada, pero lo suficientemente marcada para hacerme sentir que no había molestia alguna en su tono.

Él sonrió, una sonrisa apenas curvada, pero lo suficientemente marcada para hacerme sentir que no había molestia alguna en su tono

—Permítame presentarme —expresó con voz clara y firme, inclinando levemente la cabeza—. Soy Kosair Trovi.

Asentí, aún un poco aturdida por su presencia, pero traté de recuperar la compostura.

—Un placer —articulé, alzando un poco más la voz y acompañando mis palabras con una leve inclinación—. Soy Rashta Soviet.

Vi cómo sus labios se alzaron en una sonrisa más amplia.

—Un honor conocerla, lady Soviet —comentó con una cortesía natural que me desconcertó. Había en su manera de dirigirse a mí algo que me hacía sentir importante, aunque no lo era.

No pude evitar sonreírle en respuesta, casi por reflejo.

Él me observó unos segundos más, y luego, con un gesto de curiosidad, preguntó:

—¿Puedo saber por qué no está en el banquete?

Sus palabras me sorprendieron, y me quedé en silencio un instante antes de responder.

—Porque... no considero apropiado asistir a un evento al cual no fui invitada —expliqué con sinceridad, procurando mantener un tono sereno.

Sus cejas se arquearon apenas, como si no entendiera del todo mi razonamiento.

—¿No fue invitada? —replicó con desconcierto.

—No —aclaré, soltando un pequeño suspiro—. Estoy aquí porque lady Navier me rescató hace un par de días.

Él asintió lentamente, como si las piezas encajaran de pronto en su mente.

—Entonces, ¿es usted la joven que apareció de la nada en el bosque, a las afueras del palacio? —indagó, inclinando apenas la cabeza hacia mí.

Sonreí con timidez, encogiéndome un poco de hombros.

—La misma, en persona —respondí, intentando sonar ligera, aunque por dentro me estremecía al pensar que hasta aquel detalle se supiera.

Kosair sonrió otra vez, esta vez con un aire casi divertido, como si hubiera encontrado algo peculiar en mí. Antes de que pudiera añadir algo más, una voz femenina, dulce y envolvente, lo llamó desde la distancia.

—Lord Kosair...

Volteé hacia el origen del llamado, y vi a una mujer acercarse.

Era hermosa, de una elegancia que imponía incluso sin necesidad de adornos: su cabello negro como la noche caía en ondas brillantes, y su piel era blanca, tersa, como nubes bañadas por la luna




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