[.NAVIER.]
Habíamos terminado de desayunar hacía apenas unos minutos y el ambiente en el salón se había transformado. Las mesas aún guardaban los restos de frutas, panecillos y copas de vino a medio terminar, pero la atención ya no estaba en los alimentos. Los nobles se habían puesto de pie y, como enjambres de abejas, revoloteaban en grupos, entablando conversaciones donde las sonrisas parecían dulces, pero las intenciones eran tan afiladas como dagas ocultas.
Desde mi sitio en una mesa esquinada, junto a un ventanal que dejaba entrar la claridad de la mañana, observaba todo en silencio. El aire estaba impregnado de perfumes caros, mezclados con el aroma de las flores frescas dispuestas en floreros de cristal. A un costado, la emperatriz viuda permanecía sentada cerca de otro ventanal, rodeada de sus damas de compañía. Algunas jóvenes, que apenas rozaban la adultez, se inclinaban hacia ella con sonrisas calculadas, buscando llamar su atención, quizás con la esperanza de que algún día fueran tomadas en cuenta hasta como amantes del futuro emperador.
Yo no me inmiscuí en aquella maraña de ambiciones. Solo me limité a sentarme en silencio, acompañada de lady Nian, quien se hallaba a mi lado. Ella era apenas un par de años mayor que yo, pero la diferencia se notaba. Su porte tenía una confianza distinta, una seguridad que pocas jóvenes podían ostentar en ese salón.
Observé cómo varias miradas masculinas se clavaban en ella. No era de extrañarse: su belleza era de esas que desarmaban a cualquiera. El cabello pelirrojo, en un tono vino profundo, caía en ondas perfectas sobre sus hombros; sus ojos, de un azul verdoso que parecía mutar según la luz, daban la impresión de atravesar el alma con una sola mirada. Su piel blanca contrastaba con el intenso color de su cabello, y su sonrisa estaba siempre acompañada de un brillo inteligente en la mirada. Comprendí de inmediato por qué la mitad de los hombres presentes se habían girado hacia ella, incapaces de ser sutiles.
Me encontraba absorta en esas observaciones cuando escuché su voz.
—¿Qué opinas? —me preguntó con suavidad, interrumpiendo mis pensamientos.
Parpadeé, un tanto perdida.
—¿Perdón? —repliqué, intentando recordar cuál había sido su pregunta.
Ella rió con delicadeza, apenas un murmullo elegante que no llamó la atención de nadie más.
—Te pregunté si considerarías que yo fuese tu dama de compañía, aunque no lo fuese de manera oficial —explicó, mirándome de frente con una serenidad envidiable.
Me quedé en silencio unos segundos, calibrando sus palabras.
—¿Y cómo funcionaría exactamente algo así? —pregunté, ladeando la cabeza con genuina curiosidad.
Lady Nian entrelazó sus manos sobre su regazo y me sostuvo la mirada con firmeza, aunque sin perder ni una pizca de respeto.
—De ahora en adelante tendrás muchos enemigos, lady Navier. Y no hablo solo de mujeres celosas ni de nobles oportunistas, sino de familias enteras que verán en ti una debilidad o un obstáculo. —Su tono fue honesto, incluso compasivo, pero jamás irrespetuoso.
Me incliné apenas hacia adelante, intrigada.
—Continúa —le pedí en voz baja.
Ella asintió ligeramente hacia el centro del salón.
—Observa a tu alrededor. La mayoría de los nobles presentes está ofreciendo a sus hijas a la familia imperial —explicó con calma.
Giré el rostro y confirmé lo que decía. Sovieshu, al otro extremo, hablaba con un grupo de damas y nobles. Su postura era cordial, no romántica, pero las intenciones de aquellos padres eran más que claras. Un nudo se me formó en el pecho y, aunque intenté controlarme, un leve brote de celos me recorrió como un golpe inesperado.
Nian, como si hubiese leído mis pensamientos, me devolvió la atención con una sonrisa cálida.
—Yo no estoy aquí para convertirme en tu enemiga, sino en tu aliada —aseguró con voz firme—. Una vez que sea la duquesa de Tuania, tendré acceso a las familias más nobles e influyentes de Oriente. Y puedo usarlos a tu favor. Puedo limpiar tu imagen frente a ellos, y entonces nadie se atreverá a desafiarte.
Reflexioné unos segundos. La familia Kyrneth, a la cual ella pertenecía, era una de las más influyentes socialmente del imperio. Y los duques de Tuania, su futuro enlace, siempre habían sido figuras importantes. Tenía razón, sin duda.
—¿Por qué te preocupa más mi imagen que a mí misma? —pregunté finalmente, con un atisbo de desconfianza, aunque sin dureza.
Nian sonrió de nuevo, mostrando un gesto casi fraternal.
—Porque allá afuera, la gente es cruel, mi lady. Han inventado rumores y comentarios sobre la familia imperial, y tú has estado en el centro de muchos de ellos. —Suspiró levemente, bajando la voz—. Tu cercanía con el príncipe heredero estos meses ha generado especulaciones. Algunos lo ven como un signo de debilidad por parte de él, otros como una alianza peligrosa. Ambas lecturas, aunque opuestas, tienen un mismo fin: usarlos a ustedes, separarlos o manipularlos.
Sus palabras pesaron sobre mí con la fuerza de la verdad. No pude evitar recordar que, fuera de las paredes del palacio, nunca habían visto con buenos ojos que dos niños, Sovieshu y yo, hubiésemos sido comprometidos para cargar algún día con el imperio.
Incliné la cabeza y suspiré.
—Acepto tu propuesta, lady Nian —anuncié con calma—. Serás una de mis damas de compañía oficiales. No será necesario que permanezcas a mi lado todo el tiempo, pero tendré en ti a una aliada.
Su rostro se iluminó de satisfacción.
—No te arrepentirás, futura emperatriz —aseguró con una determinación que me sorprendió—. Nadie en este imperio se atreverá siquiera a pronunciar una palabra en tu contra.
La miré fijamente, reflexionando. Quizás a esto se refería Sovieshu aquella noche en que enterró a su padre, cuando murmuró con voz rota que "las cosas no debían pasar así". Tal vez él también había escuchado esos rumores... y había intentado protegerme de ellos.