El Retorno del Emperador

95.- ¿Será posible...?

[.NAVIER.]

Nunca imaginé que Sovieshu soltaría aquella bomba con tanta naturalidad.

—La boda será en dos días —anunció con voz firme, proyectando seguridad a todo el salón.

El murmullo se quebró en un estallido de aplausos que resonó en cada rincón del lugar. Yo me quedé inmóvil. ¿Dos días? Repetí esas palabras en mi mente como si no pudiera procesarlas. Dos días para dejar de ser solo la prometida del heredero y convertirme en emperatriz consorte. Dos días para despedirme de mi vida como hija, como hermana, como prometida.

Mis labios sonrieron, pero dentro de mí había un temblor sutil, un presentimiento extraño que no lograba descifrar. Aplaudí junto con los demás, aunque sentí en el aire esa incomodidad disfrazada de júbilo. Sí, aplaudían, pero la mayoría no estaba de acuerdo; lo leí en sus miradas, en esas sonrisas tensas y esos gestos forzados.

Busqué instintivamente a mi familia entre la multitud. Allí estaban.

Mi padre, el duque, me observaba con ternura desbordada; sus ojos azules azules con lágrimas contenidas, aunque algunas ya se habían escapado por sus mejillas arrugadas. Al verlo así, sentí un nudo en la garganta. Mamá, siempre elegante, se mantenía erguida y serena, aunque noté cómo sus manos apretaban con fuerza el pañuelo que sostenía.

Y, justo un poco más atrás, Kosair. Su porte recio contrastaba con la sonrisa suave que me dedicaba en ese instante. Me parecía imposible creer que, después de tantos años de distancias y responsabilidades, ahora estuviera aquí, firme, como un guardián. A su lado se encontraba Lady Lysandra, con sus ojos vivaces y esa expresión de complicidad femenina que siempre me transmitía calma.

Me dije a mí misma: "Este es un buen momento de mi vida. Tengo a mi familia unida, tengo al hombre que amo a mi lado, y una alianza con una noble de renombre que me abrirá nuevas puertas". Y, sin embargo, algo en el fondo me susurraba que no todo estaba tan perfecto.

Tomé aire y, cuando Sovieshu regresó a mi lado tras su anuncio, lo miré con cierta incredulidad.

—¿Dos días? —musité, sin poder evitar que mi voz se quebrara un poco, aunque traté de que sonara como un comentario ligero.

Él me miró con esos ojos llenos de determinación y contestó con calma:

—No veo por qué esperar más. La corte necesita estabilidad, y quiero que todos te reconozcan como mi emperatriz cuanto antes.

Asentí, mostrándole una sonrisa que parecía genuina, aunque por dentro mi pecho se encogía.

Mi padre se acercó en ese instante. Lo vi levantar una copa con mano temblorosa.

—Hija mía, jamás había sentido tanto orgullo como hoy —expresó con la voz rota por la emoción—. He esperado toda mi vida para verte convertida en lo que mereces ser.

Sentí cómo mis mejillas se humedecían. Lo abracé con suavidad, y le susurré:

—Padre... tus palabras son todo lo que necesito para mantenerme firme.

Él apretó mi mano y replicó con un suspiro emocionado:

—Sé feliz, Navier. Eso es lo único que pido.

Mamá se unió a nosotros y me acarició el rostro como si aún fuera una niña pequeña.

—Estarás bien —aseguró con voz baja pero segura—. Siempre has sido más fuerte de lo que aparentas.

Kosair, que no podía quedarse atrás, soltó un resoplido casi divertido.

—No dejaré que nadie se atreva a incomodarte en estos días, hermanita. Y si alguien lo intenta, que se prepare —expresó con esa mezcla de seriedad y calidez que solo él sabía transmitir.

Lady Lysandra intervino entonces con una sonrisa encantadora:

—Todos estamos de tu lado, Navier. Piensa que lo que viene será un cambio grande, sí, pero también es la oportunidad de brillar como siempre has debido hacerlo.

Agradecí cada palabra, cada gesto, pero mi mente regresaba una y otra vez al mismo punto. ¿Por qué en dos días? ¿Por qué esa prisa repentina? Aunque Sovieshu me inspiraba confianza, esa sensación vaga de que algo no estaba bien se enroscaba en mí como una sombra imposible de apartar.

Volví a mirar al salón. Los nobles sonreían, brindaban, hablaban entre ellos como si todo fuera celebración, pero yo distinguía la incomodidad en cada mirada furtiva, en cada ceja arqueada. Algunos parecían molestos, otros simplemente sorprendidos. Me resultaba evidente que había quienes no aceptarían fácilmente aquella decisión.

Me giré hacia Sovieshu otra vez, buscando en sus ojos alguna pista, alguna razón oculta, pero él seguía con su porte solemne, ajeno a mis dudas.

Y ahí lo entendí: amaba a Sovieshu, confiaba en él, pero no podía acallar esa voz interna que me repetía que el destino estaba preparando algo más, algo que aún no alcanzaba a ver.

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[.HENREY.]

Apenas dejé que mis palmas chocaran con las de los demás, sintiendo la vibración de los aplausos extenderse por todo el salón, un extraño ardor me atravesó el pecho. No fue dolor exactamente, pero sí una sensación incómoda, como si mi corazón hubiese decidido latir fuera de ritmo. Llevé una mano al centro de mi torso, intentando disimular, mientras sonreía aún de manera mecánica.

Fue entonces cuando una visión, breve como el parpadeo de un relámpago, se deslizó en mi mente. Me vi a mí mismo... con Navier. No la Navier distante y diplomática que todos conocían, sino una cercana, cálida, con los labios tan próximos a los míos que logré sentir el roce de su aliento. Nos besábamos. Nos queríamos. Supe que la imagen era imposible, absurda... y sin embargo, ahí estaba, tan real que me dejó sin aire.




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