Un día para la boda.
[.RASHTA.]
Me encontraba sentada en el borde de la cama, con el tobillo aún vendado y un tedio insoportable que me apretaba el pecho como si fuera una cuerda demasiado ajustada. Había pasado horas mirando el mismo techo blanco, escuchando el eco distante de los pasillos del palacio. Así que, para despejarme, me levanté con cierta dificultad y me dirigí hacia el balcón.
El aire fresco acarició mi rostro y me hizo sentir un alivio inmediato. Desde allí, observé los jardines que se extendían como un mar de flores y senderos perfectamente cuidados. Decenas de criados iban y venían con prisas, cargando cajas, adornos dorados, telas pesadas de terciopelo rojo y candelabros que relucían bajo la luz del sol. Todo parecía indicar que se preparaba algo majestuoso.
—Seguro se trata de la coronación del nuevo emperador... —murmuré en voz baja, como si mis palabras fueran un secreto que sólo el viento podía escuchar.
Me apoyé en la barandilla de mármol, inclinándome hacia adelante, mientras mi mente empezaba a divagar.
—Lord Vikt... —susurré, dejando escapar su nombre con una nostalgia suave que me oprimió el corazón. Cerré los ojos por un instante, recordando el día en que me tendió la mano, cuando mi vida no era más que un naufragio sin rumbo. Aquel hombre me había salvado de hundirme en la desesperación, me había devuelto un lugar en el mundo. Y ahora... ¿dónde estaría él? ¿Pensaba en mí como yo lo hacía en él?
La incertidumbre me punzó el alma.
—Tal vez... cuando Lady Navier tenga un momento libre, podría pedirle ayuda. Sí... ella podría enviar a alguien a buscarlo, para que él sepa que estoy bien... —reflexioné en voz alta, aferrándome a la barandilla con más fuerza.
Mi mente saltó entonces hacia la mujer que me había acogido en este lugar. Lady Navier. La futura emperatriz.
—Es increíble... —murmuré, dejando escapar una sonrisa débil, aunque sincera—. El pueblo no podría tener a mejor persona como su líder.
Me sorprendí a mí misma al decirlo con tanta convicción, porque en verdad apenas la conocía. Pero aquella impresión era imposible de borrar: su mirada dulce y fuerte al mismo tiempo, su voz serena pero firme, su trato tan distante de la arrogancia que suelen tener los nobles... y sobre todo, ese instante en el que me había rescatado sin importarle quién era yo.
Recordé cada detalle: el brillo de su vestido, el dorado de su cabello ondeando como un estandarte, la forma en que había ordenado a sus hombres ayudarme, sin importarle que yo fuera una simple muchacha herida y perdida.
—Ella... —me descubrí diciendo, mientras mis ojos se humedecían—. Ella, que es la mujer más rica e influyente de todo el imperio, tuvo más corazón que la familia que me trató como esclava cuando era niña.
Apreté los labios, sintiendo cómo el recuerdo de aquel tormento aún me quemaba por dentro.
Me cubrí el rostro con ambas manos y respiré hondo.
—Si no hubiera sido por Lord Vikt... —articulé entre dientes, con un hilo de voz quebrada—. Yo nunca habría tenido fuerzas para seguir.
Un golpe suave en la puerta interrumpió mi cadena de pensamientos. Me giré con sobresalto.
—¿Señorita Rashta? —preguntó la voz de una doncella desde el otro lado—. ¿Se encuentra bien?
Me aclaré la garganta, intentando borrar el temblor de mis palabras.
—Sí, sí, estoy bien... —contesté con cierta prisa, obligándome a sonreír aunque nadie pudiera verme.
—¿Desea que le traiga algo de té o algún libro para distraerse? —insistió con amabilidad.
Dudé unos segundos.
—Un libro estaría bien... —respondí finalmente, aunque en realidad lo último que quería era leer.
Cuando la doncella se alejó, volví a apoyar mis brazos sobre la barandilla y dejé que mi mirada se perdiera otra vez en la agitación de los jardines. Los adornos brillaban, las telas ondeaban, los criados trabajaban con tanto esfuerzo como si estuvieran construyendo un escenario para un sueño.
—¿Cómo será todo esto? —me cuestioné a media voz—. ¿De verdad es sólo la coronación? ¿O acaso... podría ser... algo más grande?
Mi corazón latía con un presentimiento extraño, como si me estuviera perdiendo de un secreto demasiado importante. Pero en ese momento, más que temores, lo que llenaba mi mente era él.
—Lord Vikt... —susurré una vez más, casi como una plegaria—. Pronto nos volveremos a encontrar, lo sé...
Me quedé allí, con la mirada fija en el horizonte, aferrada a esa esperanza, sin imaginar que el destino ya me había tejido una sorpresa tan grande que ni en mis sueños más atrevidos habría podido concebirla.
[.NAVIER.]
El murmullo de las costureras llenaba la habitación, un ir y venir de telas, alfileres y cintas que parecían danzar en torno a mí. El vestido que llevaba puesto era tan majestuoso que la palabra quedaba corta; la falda se abría en varias capas como un mar en movimiento y la cola se extendía por varios metros, con bordados tan delicados que parecían hechos por manos divinas. Sovieshu había mandado a llamar a las mejores costureras del imperio y, como si no fuera suficiente, también había hecho venir a un artesano para que confeccionara joyas con piedras de maná. Aquello me parecía un capricho extraño, pues no comprendía su repentina fascinación con esas piedras.