[.ZERPANYA.]
Cerré suavemente la puerta de la habitación de los invitados distinguidos, y el silencio se apoderó del espacio, roto únicamente por el chisporroteo de la chimenea. Ian estaba sentado en un sillón, con los brazos cruzados, la mirada perdida en el fuego, como si buscara respuestas en esas llamas que lo consumían por dentro.
Me acerqué lentamente, dejando que mis pasos resonaran sobre el suelo de mármol. Incliné un poco mi torso hacia él, como si quisiera seducirlo, y con una sonrisa apenas dibujada en mis labios le susurré:
—Todo está saliendo bajo control, Ian.
Él levantó la vista hacia mí, los ojos encendidos por una mezcla de rabia y cansancio.
—¿Bajo control? —inquirió con un tono cargado de reproche—. ¿Por qué hacemos todo esto, Zerpanya? Se supone que Sovieshu ya pagó parte de su pacto, ¿no? En la otra vida, en la guerra... él te entregó las mil almas de los guerreros que murieron por culpa de Henrey y de él mismo.
Solté una risita suave, casi burlona, mientras me inclinaba sobre el respaldo de su sillón, cerca de su oído.
—Uno no tiene que ver con lo otro —contesté con calma, disfrutando de su confusión.
Ian me miró, frunciendo el ceño con más fuerza.
—¿Cómo que no? —replicó con fastidio—. ¡Era un precio altísimo! Mil almas... ¡mil! ¿Y aun así seguimos aquí, moviendo piezas, manipulando a todos?
Lo observé unos segundos en silencio, dejando que se desesperara por la falta de respuestas inmediatas. Luego me incorporé con elegancia, apoyando las manos en el borde de la mesa cercana, y lo miré a los ojos.
—Todo esto lo hago para protegerte —revelé con una voz baja, como si fuera un secreto solo para él.
Él se levantó de golpe, claramente exasperado.
—¿Protegerme de qué, Zerpanya? —me cuestionó con un tono áspero, casi suplicante—. ¿De qué demonios quieres protegerme?
Me acerqué a él lentamente, mis dedos rozando la tela de su abrigo como si quisiera calmarlo con un gesto.
—De un destino que no mereces —contesté suavemente—. Todo esto es para que tengamos una vida juntos, lejos de las cadenas de la otra vida. Una vida sin preocupaciones, Ian.
Él me sostuvo la mirada, los labios apretados, el rostro endurecido por la incredulidad.
—Entonces vámonos de aquí —propuso con vehemencia, dando un paso más cerca de mí—. Ahora. Lejos de esta gente, de sus intrigas, de sus coronas. Formemos nuestra vida juntos... ¿no es eso lo que dices querer?
Esbocé una sonrisa triste, fingiendo vulnerabilidad, y acaricié su mejilla con suavidad.
—No es así de fácil, Ian —respondí en un murmullo.
Él retrocedió un paso, con un gesto brusco, y me miró con los ojos enrojecidos por la frustración.
—¿Y por qué no? —insistió, casi gritando—. ¿Por qué no simplemente nos vamos? ¿Qué más da lo que ocurra aquí?
Caminé hacia la chimenea, observando las brasas encendidas mientras hablaba.
—Porque necesito saber que todo estará bajo control —contesté con firmeza, girando el rostro apenas para mirarlo de reojo.
Él soltó un suspiro largo, agotado, y finalmente asintió con un gesto seco, resignado.
—Está bien —articuló, aunque en su voz se notaba que no lo aceptaba en realidad.
Me giré de nuevo hacia él y caminé con pasos calculados, posando una mano en su hombro.
—Necesito que te acerques a Kosair —le pedí en un tono suave, casi como si fuera una caricia.
Ian abrió los ojos con indignación, apartándose de mi toque.
—¿A Kosair? —repitió con enojo—. ¿Para qué demonios quieres que me acerque a él? Entre los nobles se dice que él te está cortejando. ¿No te parece suficiente jugar con todo esto?
Sonreí con calma, esa sonrisa mía que tanto lo irritaba porque sabía que escondía más de lo que decía.
—Es necesario —contesté despacio—. Manipularemos a Kosair, y él, sin darse cuenta, terminará acercándose a Rashta.
El nombre bastó para que su cuerpo se tensara como un arco listo para romperse.
—¿Rashta? —preguntó con voz contenida, casi en un gruñido—. ¿Para qué la quieres a ella en todo esto?
Yo incliné la cabeza con cierta gracia, disfrutando de su incomodidad.
—Porque es parte clave de mi plan —declaré con frialdad.
Él me observó, con la furia ardiendo en sus pupilas.
—Hace apenas unos minutos —reprochó con dureza—, le mostraste una visión falsa... una donde parecías besarte con Sovieshu. ¿Y ahora me vienes a decir que Rashta, precisamente ella, es necesaria?
Me acerqué lo suficiente para que nuestros rostros quedaran a unos centímetros. Lo miré intensamente, con esa sonrisa peligrosa que tanto me caracterizaba, y pronuncié despacio, como si fuera un veneno que goteaba de mis labios:
—Exactamente. Rashta es la llave... y tú, Ian, eres la mano que abrirá la puerta.
Me quedé en silencio después de eso, observando cómo su respiración se aceleraba, atrapado entre la ira, la desconfianza y la atracción inevitable hacia mí.
[.HENREY.]
Avanzaba por los pasillos sin dirección, con la mirada perdida en los tapices y candelabros que iluminaban tenuemente el mármol. Cada paso resonaba demasiado fuerte en mi cabeza, como si el eco me acusara de un crimen que no había cometido, o que quizá ya estaba cometiendo sin darme cuenta. No entendía qué me pasaba. Había algo dentro de mí que me quemaba, un vacío extraño, como si estuviera a punto de perder a alguien.