El Retorno del Emperador

102.- Hoy me elegía a mí misma.

EL ESPERADO DÍA

[.SOVIESHU.]

Me contemplé en el espejo con una mezcla de orgullo y tormento. El traje ceremonial descansaba sobre mí como si fuese una armadura hecha de recuerdos y culpas. Los bordados dorados brillaban bajo la tenue luz de las velas, y sin embargo, yo me sentía desnudo, expuesto. Ajusté el broche imperial en mi pecho con manos temblorosas.

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Respiré hondo, tratando de ahogar el miedo. No era miedo al imperio ni al altar... era miedo a ella. A Navier.

¿Vendría?

Había tenido que confesarle algo, aunque no todo. La verdad completa habría sido una daga en su corazón, y tal vez en el mío. Pero al menos le había abierto una rendija a mis secretos. Eso me liberaba un poco, aunque también me condenaba: si no aparecía en la ceremonia, sería porque me había odiado demasiado para perdonarme.

Me senté en el borde de la cama, con la mirada fija en la ventana. El cielo comenzaba a despejarse, como si el día me exigiera salir, enfrentar mi destino. Pensé en Rashta para distraerme. Debía regresarla al internado, buscarle un futuro más seguro. Tal vez un buen esposo. Quizás... Kosair. Sí, alguien fuerte, alguien que no la dejara manipular por la nobleza. Ella aún era inocente, no estaba maleada como en la otra vida. En este nuevo camino, ella también tendría un futuro diferente.

Y yo... yo solo rogaba que Navier me eligiera.

Un golpe seco en la puerta interrumpió mis pensamientos. Mi corazón se aceleró.

—Adelante —articulé con voz grave, esforzándome por sonar sereno.

La puerta se abrió y entraron Karl, Kosair y Ergi. Cada uno llenaba el espacio con su carácter. Karl, impecable, rígido como un soldado. Kosair, con esa presencia cálida y autoritaria que siempre imponía respeto. Y Ergi... con esa irreverencia burlona que nunca abandonaba ni en los momentos solemnes.

—¿Ya estás listo? —preguntó Karl con voz neutra, examinándome de arriba abajo como si fuese un general revisando las filas antes de la batalla.

Asentí sin hablar, pero mis ojos lo delataron. Karl lo notó, porque apretó los labios y me sostuvo la mirada con firmeza.

Kosair avanzó, me dio una palmada en el hombro, fuerte, como para despertarme de mis miedos.

—Escúchame bien —expresó con voz grave—. Todo saldrá bien. No lo dudes ni por un segundo. Eres un buen hombre, Sovieshu. Un hombre como tú no merece ser abandonado. Y Navier... estaría loca si no llegara hoy al altar.

estaría loca si no llegara hoy al altar

Lo miré con intensidad. La seguridad con la que hablaba era casi insultante frente a mis dudas. Tragué saliva, incapaz de responder de inmediato. Solo asentí.

Y entonces, un pensamiento me golpeó con la fuerza de un trueno: esta vida era distinta. Muy distinta. Tenía a Kosair de mi lado, a Ergi cerca, incluso a Henrey. Personas que antes me odiaban, ahora me respetaban. Esa era mi victoria secreta. Pero...

Fruncí el ceño de golpe.

—¿Dónde está Henrey? —pregunté, notando su ausencia con un sobresalto—. No lo he visto en toda la mañana.

Ergi fue el primero en responder, con una sonrisa torcida.

—Llegó su hermano, Wharton III. Anoche. Han estado juntos desde entonces.

Había una chispa de disgusto en su tono. No me pasó desapercibida.

Karl lo notó también y soltó una carcajada breve.

—¿Qué pasa, Ergi? ¿Acaso estás celoso? —lo pinchó, disfrutando de la incomodidad ajena.

El joven duque arqueó una ceja y replicó con sarcasmo:

—Por supuesto. Estoy celoso. Ese muchacho de ojos morados y cabellos dorados no debería pasar ni cinco minutos con su despreciable hermano.

Me mordí el interior de la mejilla. El comentario fue ácido, pero noté que había verdad detrás.

Kosair lo interrumpió con severidad.

—Ergi, modérate. Wharton es lo único que le queda a Henrey de su familia. No lo critiques por querer recuperar algo de eso.

Ergi resopló, como si la paciencia se le agotara.

—No entienden. No es cuestión de familia. Es peor.

Lo observé fijamente, con un nudo en el estómago

Lo observé fijamente, con un nudo en el estómago.

—¿Entonces qué es? —pregunté, sintiendo que la respuesta no me agradaría.

Ergi se inclinó hacia mí, sus ojos brillando con rabia contenida.

—Hace meses envié a uno de mis hombres a Occidente. Y lo que descubrí no fue agradable. Nadie quiere a Henrey allá. Lo llaman "El principe oriental", dicen que ya no pertenece a Occidente. Y esos rumores... no nacieron del pueblo. Nacieron del propio castillo de Wharton.

Mis manos se crisparon.

Kosair entrecerró los ojos y añadió con tono grave:




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