Sloane di Canabria abrió los ojos y se incorporó de golpe.
La mujer se llevó una mano a la cara y después se frotó los ojos. En ese momento la puerta de su habitación se abrió y una mujer regordeta de cabello rizado con un vestido verde entró.
— Ah, despertaste— dijo al ver a Sloane—. Por un momento creí que debía despertarte yo. Tus súbditos esperan.
— Enseguida voy— dijo Sloane con una sonrisa—. Gracias, Lori.
Lori Clarice, virreina del reino de Leire, se despidió con una reverencia y salió del cuarto. Sloane recorrió el lugar con la mirada, apreciando cada detalle elegido por ella misma: las paredes color violeta, las decoraciones de cerámica simulando la naturaleza, el candelabro negro que colgaba del techo decorado simulando un cielo estrellado y la sencilla cama dónde estaba; Sloane apartó las cobijas y se puso de pie admirando su cuerpo en el espejo junto a su ropero. Años de entrenamiento desde niña la habían dotado de un cuerpo esbelto y flexible, de rasgos firmes y piel elástica, más allá de ser un gesto narcisista era como un recordatorio de lo que había sobrevivido: su cuerpo estaba lleno de cicatrices que fueron producidas ya fuera durante la guerra o después de ésta.
Sloane era la princesa heredera del reino de Leire, uno de los siete pueblos de la tierra de Scorchea, el último en caer durante el conflicto armado ocasionado por el reino de Ayrea. Todo había comenzado cuando el rey Adán organizó una cruzada para apoderarse del reino de Nayae y evolucionó hasta convertirse en una conquista sangrienta para unificar a Scorchea bajo el mandato de Ayrea. El rey encontró una encarnizada resistencia que fue pisoteada y los que no murieron fueron hechos prisioneros, Sloane se encontraba entre éstos últimos y tras ser torturada fue casada con uno de los príncipes herederos de Ayrea.
Sloane terminó su contemplación y se vistió colocándose un sencillo vestido verde olivo, se puso un colgante de corales y sujetó su largo cabello cobrizo con un broche en forma de flor. Una vez estuvo lista salió asomándose por un balcón, dónde una multitud la esperaba. La población prorrumpió en aplausos al ver a su futura reina, el estandarte de la nación, aparecer de forma austera y sencilla saludando a sus súbditos con una sonrisa. El reino de Leire se había levantado de las cenizas gracias a ella, y aunque en la actualidad Sloane fungía como gobernante no podía ser coronada como reina hasta que su matrimonio fuera disuelto.
— Ciudadanos de Leire— dijo Sloane en voz alta, con lo que la multitud guardó silencio—. Hoy nos reunimos para agradecer a la gran diosa Keeva por un año más de prosperidad y libertad, elevaremos nuestras plegarias hasta ella para que la paz entre los reinos perdure.
— ¡Por la paz entre los reinos! — exclamaron los asistentes a una sola voz.
Una risa lúgubre se escuchó entre la multitud y una figura de negro se elevó en el aire señalando a Sloane con un dedo de fuego y exclamó con voz ominosa, la cual provocó escalofríos en todos los presentes:
— ¡Nunca conocerás la paz mientras yo viva!
El corazón de Sloane dio un vuelco y un instante después sintió un dolor abrasador en el pecho que la hizo caer al suelo. A pesar del suplicio agónico que recorría su cuerpo, Sloane se puso de pie solo para ver como aquella figura desaparecía de su vista tan rápido como había aparecido. El pánico se apoderó de los presentes y todos salieron corriendo entre gritos de terror.
Finalmente el dolor fue demasiado para Sloane y se desmayó.
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Sloane recuperó la conciencia dos horas después. Sus ojos color miel recorrieron el lugar con desconcierto y vio a Lori a su lado, la mujer tenía los ojos cerrados y dos de sus dedos se posaban con suavidad en la muñeca de Sloane como si estuviera revisando su pulso. Luego de unos minutos Lori frunció el ceño y abrió los ojos mirando a la princesa con preocupación.
— Princesa, su enfermedad está avanzando— dijo—. Es cuestión de tiempo para que afecte permanentemente el corazón
— ¿Cuánto tiempo? — preguntó Sloane.
— Uno o dos meses. Con las infusiones que ha estado tomando el pazo se alargaría a seis meses.
Sloane suspiró; en ese momento la puerta se abrió y un hombre de uniforme verde olivo entró, su cabello estaba cortado al rapé y se movía con elegancia, el hombre se acercó a la cama y se inclinó ante ella, diciendo:
— Su Alteza, le traigo noticias. Al parecer hemos logrado encontrar una pista prometedora sobre el paradero del príncipe Asten.
El corazón de Sloane dio un vuelco y la princesa se incorporó de golpe. Asten, el segundo príncipe heredero de Ayrea, había sellado el reino luego de su caída y él era el único que podía retirar o renovar el sello que mantenía aislado al reino. Esa era la principal razón por la que llevaba años buscándolo.
La otra razón se resumía en cuatro palabras: Asten era su esposo.