Kyrie y Sloane partieron al amanecer del día siguiente.
La princesa caminaba en silencio, repasando lo ocurrido anteriormente. Tal como lo había sugerido Kyrie, Sloane reposó en cama gran parte del tiempo, levantándose únicamente cuando era estrictamente necesario. En ese tiempo había podido analizar más de cerca al hechicero: sus movimientos pretendían ser desgarbados pero escondían una cierta elegancia que se le hizo extrañamente familiar. Tras decidir que Kyrie no representaba ningún peligro para ella, Sloane decidió rememorar el tiempo que pasó al lado de Asten sin dejar de preguntarse si sería capaz de reconocerlo aún después del tiempo transcurrido, sobre todo por un pequeño detalle que había recordado antes de dormir.
— Señorita, debo hacer una parada aquí— dijo Kyrie sacando a Sloane de su ensoñación.
— Está bien— dijo ella asintiendo levemente.
Entonces miró el edificio en el que se habían detenido era un templo. Sloane frunció el ceño mientras que Kyrie entró al interior del lugar y la princesa observó el sitio desde el umbral de la entrada. Tanto el interior como el exterior eran sencillos, de un agradable color menta, dentro del templo solo había unos tapetes y un altar con algunas ofrendas y varillas aromáticas frente a la estatua de un hombre con rostro benevolente; una de sus manos estaba sobre su pecho sosteniendo una flor mientras que la otra se alzaba sobre su cabeza con la palma extendida sujetando un gorrión. Al reconocer la estatua Sloane dio un respingo.
— Dariv— susurró dando un paso atrás.
Dariv era uno de los siete reravea, es decir, uno de los dioses que abandonaron su lugar en el cielo para establecerse en la tierra. La leyenda decía que siete poderosas deidades habían desertado del paraíso tras quedar decepcionados de la pobre gestión de los otros dioses, retirándose al mundo mortal donde formaron pequeñas comunas; las cuales dieron origen a los siete reinos de Scorchea. Mientras que en Leire se adoraba a Keeva, la diosa de la benevolencia, en Zayxo se le rendía culto a Dariv, dios de la naturaleza; no era de extrañar que sus pobladores lograron construir sus edificaciones sin ofender al bosque.
Kyrie se arrodilló frente a la estatua, juntando sus manos bajó la cabeza y comenzó a orar en voz baja, al terminar su oración cambió las varillas aromáticas y salió reuniéndose con Sloane; a la princesa le dio la impresión de que el hechicero había salido un poco triste pero antes de que pudiera decir algo Kyrie se le adelantó:
— Hay una tienda de caballos unos metros más adelante— dijo—. Será mejor comprar un par.
— De acuerdo— dijo Sloane.
Una vez compraron los corceles, reanudaron la marcha. Su destino era la comarca Nerea, situada en uno de los puntos más alejados de Zayxo donde el príncipe Asten reposaba según lo dicho por Kyrie, y aunque Sloane seguía sin poder creer que su esposo hubiera terminado en un sitio así de recóndito no tuvo más remedio que confiar en su guía. Luego de cabalgar en relativo silencio volvieron a encontrarse rodeados de bosque; Kyrie volteó hacia Sloane con una expresión de curiosidad y dijo:
— ¿Puedo preguntarle algo?
— Adelante— dijo Sloane mirándolo de reojo.
— Dicen que el segundo príncipe heredero usaba una máscara para ocultar su rostro, ¿es verdad?
— Sí.
Ese era el detalle recordado por Sloane: Asten solía llevar una máscara dorada todo el tiempo, de modo que nadie sabía cuál era su apariencia. Algunos decían que eso era para poder andar por la calle sin ser reconocido pero el rumor más extendido era que su cara estaba horriblemente desfigurada y el rey había ordenado cubrirla para evitar la vergüenza de tener un hijo feo. Kyrie sonrió con burla y dijo:
— ¿Entonces cómo podría reconocerlo?
— Tengo mis trucos— dijo Sloane—. Tú limítate a llevarme hasta dónde está.
— De acuerdo.
Sloane había pensado en eso antes de partir y había investigado un poco sobre la realeza de Ayrea, descubriendo que todos los miembros de la casa real poseían una característica única: tres marcas de nacimiento al lado de cada ojo con la forma de hojas de eucalipto, largas y delgadas, de un color rojo intenso. Del mismo modo, toda la familia real compartía algunos rasgos como la palidez nívea de su piel y unos ojos bicolores: el iris era de un color azul profundo mientras que la pupila era de color menta. Algo que Sloane había notado durante su trayecto era que toda la gente con la que se había topado tenía una piel pálida, por lo que tendría que confiar en reconocer al príncipe por su mirada. En todo caso, tenía un amuleto que utilizaría como último recurso.
— ¡Señorita! — exclamó Kyrie situándose frente a su caballo.
Sloane se detuvo y por un momento le pareció ver un poco de menta en los ojos de Kyrie, pero el hombre giró la cara antes de que pudiera ver más detenidamente y señaló a lo lejos; hacia donde se encontraba una cabaña que resultó ser un restaurante.
— Será mejor que paremos a comer algo— dijo, dirigiéndose a la cabaña, la cual resultó ser un restaurante.
Ambos bajaron de sus caballos y entraron al establecimiento. El lugar estaba semi vacío en ese momento, las mesas tenían manteles naranjas que hacían juego con las paredes color durazno y el piso color beige luciendo agradables a la vista. Kyrie y Sloane se sentaron en una de las mesas más alejadas del lugar y el hechicero le dijo a la princesa:
— Debería probar la carne de venado, es deliciosa.
— Soy vegetariana— dijo Sloane con una sonrisa.
— ¿En serio? — preguntó Kyrie—. Tiene finta de ser alguien que le gusta la carne.
— Eso es estúpido.
Sloane frunció el ceño y miró a otro lado con disgusto, pero una alarma se encendió en su interior, Kyrie se encogió de hombros y pidió la comida. La princesa miró a su acompañante con detenimiento notando la forma extraña en la que disponía de los cubiertos: en lugar de usar un cuchillo para desgarrar la pierna de venado usaba un tenedor y una cuchara. Sloane apartó la mirada reprimiendo un recuerdo y se concentró en su comida, una desabrida sopa de vegetales.