Kyrie y Sloane cabalgaron sin descanso hasta llegar al templo de Dariv, allí Kyrie se detuvo bajando del caballo para entrar al edificio repitiendo la misma rutina que hizo la primera vez que paró ahí y salió poco después.
— ¿Vas a detenerte en cada templo que veamos para orar? — preguntó Sloane.
— No— replicó Kyrie secamente—. Mo voto fue cumplido.
— Tu...
— Será mejor que volvamos a la cabaña, supongo que aún hay cosas que quieres saber.
Kyrie volvió a montar el caballo y reanudó la marcha guiando a Sloane hasta el que había sido su hogar los últimos diez años. Una vez allí conjuró un hechizo alrededor de la cabaña para ocultar cualquier rastro de su presencia y dijo:
— Su Alteza, es mejor que nos quedemos aquí unos días; hasta que nuestro rastro se pierda.
— De acuerdo— dijo Sloane.
Ambos entraron a la cabaña y Kyrie se dirigió a la cocina para preparar té. Sloane decidió esperar en la sala y tomó asiento en un sillón, poniendo en orden sus ideas, preguntándose en qué momento había pasado todo esto. Se suponía que iba a ser algo sencillo: solo debía encontrar al príncipe Asten, llevarlo a Ayrea para que volviera a sellar el reino y después lo mantendría en Leire el tiempo suficiente para que estuviera a salvo... y ahora tenían que cuidarse las espaldas de un vengativo Merel von Byron.
— Esto está mal— dijo Sloane hundiéndose en su asiento.
— Más que mal, diría yo— dijo Kyrie llevando una bandeja de té, la cual dejó sobre la mesa—. No esperaba nada de esto.
— ¿Y qué esperabas exactamente? — preguntó Sloane acomodándose en el sofá.
Kyrie la miró, sirvió el té y dijo:
— Esperaba encontrarme con Merel, por eso hice correr la voz sobre la segunda majestad. Lo que no esperaba era encontrarme contigo.
Sloane soltó una seca carcajada, negando con la cabeza.
— ¿De verdad creíste que no seguiría cualquier pista que me llevara a ti? — preguntó.
— No creí que perderías tiempo buscándome— respondió Kyrie encogiéndose de hombros.
— Eres un idiota.
La princesa bufó tomando un poco de té. Su sabor a menta le sorprendió gratamente, de forma extraña sintió como si un gran peso se desvaneció de su cuerpo y observó a Kyrie recodando algo:
— ¿Por qué dijiste que el rey de Ayrea causó su propia ruina?
Kyrie se tensó de forma imperceptible. Esperaba esa pregunta pero aún así tardó en dar una respuesta; bebió un poco de té y preguntó a su vez:
— ¿Sabe usted por qué Ayrea quería conquistar el reino de Nayae?
— Porque Nayae es una nación de curanderos— respondió Sloane—. En aquellos tiempos solía decirse que Ayrea no contaba con un distrito de curanderos debido a que éste se encontraba en una tierra inhóspita y había sido sepultado por arena venenosa.
— Mitad cierto, mitad falso— dijo Kyrie con acritud—. El distrito fue enterrado, pero no por su localización ya que era en realidad un sitio afortunado.
Sloane frunció el ceño levemente mirando a Kyrie y preguntó:
— ¿Cómo sabes eso?
— Yo nací allí— dijo Kyrie sucintamente.
Una sonrisa de melancolía curvó sus labios mientras recordaba aquel sitio borrado del mundo. Había pasado mucho tiempo, pero aún mantenía frescas las memorias de su infancia: las calles jubilosas y el paisaje boscoso de Kiome, su ciudad natal. Era un sitio próspero y lleno de vida cuyos habitantes llevaban existencias sencillas, dedicadas al estudio, la contemplación y la labor altruista. Una pequeña utopía escondida en un reino corrupto que se ocupaba de sus propias cosas.
Kyrie era el hijo único de una enfermera llamada Vera Grassel, una mujer apreciada por su carácter amable y su increíble habilidad para curar cualquier cosa que trataba ya fueran heridas provocadas o enfermedades, era experta en casi todo.
— ¿Casi? — preguntó Sloane, confundida.
— Cuando cumplí cinco años sufrí quemaduras en mi rostro— dijo Kyrie—. Fue un accidente, pero mis heridas fueron graves y ella no pudo curarlas, así que tuve que andar con el rostro vendado hasta que fui a la capital.
Lo que Kyrie decidió no mencionar fue que esas heridas habían sido provocadas por su propia madre en un ataque de pánico, ya que fue a esa edad que sus marcas de nacimiento aparecieron y lo único que a Vera se le ocurrió en ese momento fue arrojarle a la cara el agua hirviendo que usaría para hacer té, curando superficialmente sus quemaduras. El niño recordaría sus palabras, dichas entre una retahíla de disculpas:
"No puedes dejar que nadie vea tu rostro. Solo así estarás a salvo"
— Desde que era niño quería ser médico brujo— dijo Kyrie—. La gente de Kiome solía tener una habilidad nata en magia curativa y un buen ojo para detectar enfermedades y envenenamientos, por lo que ser médico brujo sería relativamente fácil. Pero resulta que mi habilidad mágica era mediocre, por lo que tuve que ir a la capital para estudiar magia... y todo se fue al carajo.
El joven bajó la mirada, apretando el puño. Tal como su madre le había dicho, el muchacho iba con una máscara sencilla que cubría su rostro y se presentó en la escuela imperial de magia. Las personas con las que se topaba volteaban a verlo con extrañeza pero él no le había dado importancia y fue admitido en la institución.
Y fue ahí cuando lo descubrieron.
— Espera— dijo Sloane—. ¿Cómo te descubrieron?
— Resulta que la casa real tiene una habilidad mágica hereditaria— dijo Kyrie. El joven chasqueó los dedos haciendo aparecer una llama azul y sonrió con amargura—. Hice esto en una clase y el profesor me llevó a con el director, quien a su vez me llevó con el rey. Eso llevó a Kiome a la ruina.
Ese día había quedado grabado en la mente de Kyrie por años...
+++++
— ¿Dices que este niño es hijo mío? — preguntó el rey Adán mirando al chico arrodillado ante él.
— Así es, Gran Majestad— dijo el anciano Luan, un hombre enjuto, director de la escuela de magia—. Él pudo conjurar la flama azul... y tiene las marcas.
— Déjame ver.