— Padre, está hecho.
La voz de Alék, la Primera Gran Majestad, estaba llena de orgullo mientras describía los detalles del genocidio en Kiome para rematar diciendo con desenfado:
— En fin, ahora el huérfano de mi hermano ya no tiene nada.
— Perfecto— dijo el rey Adán—. Ahora debes concentrarte en ganar la lealtad del pequeño hechicero para que se quede a tu lado. Asten será tu mano derecha cuando tomes el trono.
— Sí, padre— dijo Alék—. ¿Puedo saber por qué el pueblo debía desaparecer?
— Tengo planeado un futuro brillante para ustedes y ese pueblo era una mancha en el pasado de Asten. Nadie puede saber que es el hijo de una plebeya, es un error imperdonable que debe permanecer sepultado.
— ¿Y si él pregunta?
— Le diré que ocurrió un accidente.
Ambos rieron satisfechos de su plan perfecto. El único problema, el cual ellos desconocían, era que Asten los había escuchado sumido en un silencio horrorizado; cuando por fin pudo reaccionar salió corriendo rumbo a su habitación, sollozando por la rabia y la impotencia. En ese momento tomó la decisión que definiría sus acciones a partir de ese momento: haría caer a ese reino maldito aún si la vida se le iba en ello.
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Kyrie abrió los ojos sin hacer ruido.
La noche era tan silenciosa que podía escuchar la respiración de Sloane al lado suyo. Habían pasado tantos años juntos fingiendo ser marido y mujer que el compartir una misma cama, ahora que la identidad de Kyrie había sido expuesta, había sido un impulso unánime llevado a cabo de manera inconsciente. El hechicero resopló, ahora que estaba despierto a causa de ese mal sueño no podría volver a dormir, de modo que se dedicó a pensar en su extraña relación con la princesa de Leire.
Kyrie tenía clara una cosa: él no amaba a Sloane. La respetaba como una igual y la admiraba profundamente, pero eso no equivalía a sentir un amor puro hacia ella y el matrimonio fue la única forma que tuvo a su alcance para ponerla a salvo de un destino deshonroso. Recordaba claramente lo sucedido: él había sido enviado al reino de Ririe con el fin de pactar una alianza con Ayrea, pero había decidido aprovechar la oportunidad para alentar su causa con el rey Devon de Ririe.
— ¿Estás dispuesto a traicionar a tu propio reino? — preguntó el monarca mirando fijamente la máscara dorada que cubría el rostro del príncipe.
— Ese ya no es mi reino y alguien debe detener sus atrocidades— replicó el joven—. Estoy dispuesto a entregarle Ayrea en bandeja de plata para evitar que Scorchea quede bajo su tiranía.
Sus palabras parecieron convencer al rey Devon, quien aceptó fingir una alianza con el reino de Ayrea unificando así a Scorchea bajo el mandato del rey Adán. Cuando el segundo príncipe regresó a la capital real fue recibido por la noticia de que la resistencia leiriana había sucumbido y entre los prisioneros se encontraba la princesa Sloane. El joven príncipe iba a acudir a ver al rey, pero inesperadamente fue convocado por su padre, por lo que acudió a su encuentro.
— Padre— dijo con voz monótona.
— ¡Asten, bienvenido! — exclamó Adán con alegría—. Espero que me traigas buenas noticias.
Asten bajó la cabeza, informando:
— El Rey Devon está dispuesto a aceptar la alianza con Ayrea— dijo el joven.
— ¡Perfecto! — soltó el rey—. Asten, si realmente quisieras podrías conseguir el título de primer príncipe heredero.
— Estoy complacido de servir al lado de mi hermano. Él está más preparado para asumir el trono.
— Bien, bien, puedes retirarte.
Asten dio media vuelta para irse, deteniéndose de golpe con una idea en mente.
— Padre, hay algo que le quisiera pedir.
— ¿Ah? — dijo el rey Adán, mirándolo con interés.
— Sé que nunca le he pedido nada, por eso ruego al padre que me conceda está petición. Hay una cosa que quiero.
— Dime lo que quieras y te lo daré. Lo mereces.
El joven apretó los puños y respiró hondo, diciendo:
— Quiero tomar a la princesa de Leire como esposa.
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Al día siguiente, Sloane despertó con el aroma de comida recién preparada. Kyrie se asomó por el umbral de la puerta con una media sonrisa y dijo:
— Su Alteza, el desayuno está listo.
Sloane se levantó dirigiéndose a la sala, donde había dos cuencos humeantes sobre la mesa. Kyrie se dirigió a un sofá y tomó asiento empezando a comer tranquilamente.
— ¿Qué es esto? — preguntó Sloane probando un bocado.
— Sopa de tofú con eucalipto— respondió Kyrie sucintamente, completamente absorto en su comida—. Cómelo todo, es bueno para la salud.
La princesa soltó una risa baja empezando a comer y ambos permanecieron comiendo en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. De vez en cuando Sloane dirigía la mirada a Kyrie como si estuviera reevaluando cuando se encontraron por primera vez antes de su boda. En aquella ocasión había pensado en él como un príncipe engreído que no dejaba a otros ver su rostro, pero ahora empezaba a considerar tal acción como un mecanismo de defensa que había sido inculcado en él desde su niñez.
— Su Alteza— llamó Kyrie de repente—. Nos tomará un mes llegar a Ayrea desde aquí.
— Sí— dijo Sloane—. Así que lo mejor es darnos prisa. Ya perdimos tiempo.
— También podemos acortar el camino.
Sloane arqueó una ceja y Kyrie explicó:
— Existe un pantano asentado sobre una matriz antigua de transportación capaz de acortar distancias sin importar lo largas que sean, así que si vamos por ahí podremos llegar a la frontera de Ayrea en pocos días.
— ¿Y cuál es la trampa? — preguntó Sloane con una sonrisa.
Kyrie se echó a reír sin poder evitarlo. Era bien sabido que algo así siempre venía con un bonus riesgoso.
— ¿Aparte del duque Merel? — preguntó—. Bueno, ese pantano es como un laberinto lleno de viajeros perdidos que se convirtieron en bestias deformes. Hay dos guías, pero no son precisamente confiables: si les agradas te ayudarán, de lo contrario te llevarán a una trampa de la que no podrás salir.
— Es muy peligroso.
— Pero considerará que es nuestra mejor opción. Si un espectro tan poderoso como el duque pudo escapar del aislamiento será cuestión de tiempo para que espectros menores lo hagan.