Un retrato nunca es solo óleo y lienzo; es una ventana cosida a la eternidad por la mano de un artista desesperado. Si te detienes lo suficiente, no verás la pintura, sino la celda. El modelo no sonríe, sino que espera. Su rostro, fijado en la perfección de un instante que no existe, te observa con unos ojos que han perdido la esperanza de parpadear. El terror es este: sabes que, en algún punto, la figura se cansará de su inmortalidad forzada. Y un día, cuando la habitación esté oscura y el silencio sea absoluto, la pintura cederá. La mano que creíste muerta en el lienzo tocará el cristal, el pigmento se agrietará como piel seca, y la belleza que tanto admiraste saldrá al fin a respirar tu último aliento. El retrato siempre espera... para poseer a quien lo creó.
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Editado: 16.11.2025