El revolotear de los cuervos

XXIX

A la mañana siguiente se sorprendió al encontrar no solo la cama sino todo el resto de la casa vacía. Santiago le había dicho que tenía que terminar de adecuar la vieja bodega para que no solo fuera el local de su recicladora, sino también el hogar de Justine. Se sintió culpable por no ofrecerle de nuevo su casa, después de su última pelea con Sophía, pero todavía no resolvía su situación con Adam. No podía seguir durmiendo con él en su alcoba, mientras que Santiago se mataba trabajando para recabar el dinero que le debía. Tampoco podía tener a Justine tan cerca, mientras Adam le hacía el amor con soltura.  Se giró complacida por el recuerdo de Adam besándole el cuello cuando encontró la nota que éste le había dejado sobre el buró.

—“Ella llamó y preguntó por Mandy, tengo que decirle lo que pasó. Mi avión sale a las diez…” —leyó textualmente la notita, mientras se le partía el corazón.

Christine estaba inmersa en un remolino de sentimientos, por una parte pensaba en Santiago y lo difícil que se le hacía juntar el dinero que Adam le exigía. También pensaba en Justine, cuyo hogar estaría invadido de herramientas, máquinas y basura de todo tipo. Pero lo que realmente estaba acabando con su cordura era la nota de su amante, porque hasta ese momento no se había percatado que ni siquiera eran novios, no eran nada. La urgencia con la que iba a ver a su ex esposa, tomando el primer avión para ser él quien fuera a ella era asfixiante. Empezó a caminar por su habitación como león enjaulado, releyendo la nota una y otra vez, sin encontrarle algún sentido. Trataba de contenerse, de no aparentar ser la típica novia celosa que empieza a acosar a su amado, pero la palabra novia le parecía muy lejana, casi como si fuera una fantasía y no tuviera ningún tipo de derecho de reclamarle; además Mandy, su única hija había muerto y su madre debía saberlo. Se estaba desesperando, tomó el celular y marcó el número de Adam, pero de inmediato la mandó a buzón, estaba apagado.

Se arrojó sobre la cama con las manos extendidas, en una de ellas todavía tenía su celular, cerró los ojos y respiró profundo, tratando de eliminar todos los pensamientos negativos que la asediaban.

—¿Por qué no escuché la llamada de esa mujer? ¿Por qué se fue sin decirme nada? Sin decirme un “nos vemos más tarde”… ¿Acaso ya no piensa volver?

Recordó que el único momento en que lo había dejado solo era cuando ella había salido a buscar a su pequeña sobrina. Tiempo suficiente para recibir la llamada y planear su viaje de último minuto, sin mencionarle nada, para luego dejarla dormir plácidamente entre sus brazos. Solo quería darle un beso de buenas noches y mirarla de nuevo como un angelito, para convencerse a sí misma que esa niña no merecía que el odio que sentía por su madre se lo heredara a ella. En su lugar, permaneció espiándola mientras pintaba quién sabe qué en su cuarto de arte.

—¡Tengo que ver esos cuadros! —dijo al levantarse de golpe, recordando lo extraño que le había resultado que la pequeña pintara con tal determinación a esas horas de la noche. Sin embargo, en el momento, no se atrevió a interrumpirla, ni a hacer el mínimo ruido que delatara su presencia, solo se dedicó a observarla con paciencia y admiración.

Bajó a toda prisa hasta llegar al cuarto de arte, y esa sensación de que todo estaba fuera de su lugar la invadió de nuevo, pero ahora sabía la razón. Buscó en el rincón donde ya sabía que la niña había guardado su trabajo y encontró la pintura todavía fresca que manchó sus dedos, lo que le impidió poder apreciarlo en su totalidad. Junto a ese cuadro, había otro más que ella no había dejado ahí, lo sacó con premura con ambas manos, pero en cuanto vio de que se trataba lo soltó por inercia. Su rostro estaba lleno de horror, de asombro, de una confusión inexplicable, pero al mismo tiempo podía apreciar la calidad del trabajo de una pequeña niña, con pinceladas precisas y matices borrosos que trasmitían sentimientos con solo mirar aquel retrato.

—Es Mandy —balbuceó con labios temblorosos y ojos bien abiertos—, estoy segura que es ella. Mi pobre pequeña… ¡No!

Se puso de pie sin dejar de contemplar el cuadro que la horrorizaba. Se llevó ambas manos a la cabeza, insertando sus dedos entre su cabello despeinado y negó con la cabeza dos veces. Una angustia que no conocía invadió su paz y regocijo que tenía hasta la noche anterior, agregándose al cúmulo de emociones que la perturbaron desde muy temprano, que no la dejaban pensar, ni respirar a gusto.

Volvió a tomar el cuadro entre sus manos. El rostro plasmado en el cuadro era difuso, no detallaba facciones, era como un manchón color piel. El cabello, por el contrario, estaba perfectamente delineado en color rubio, al igual que las proporciones que demostraban que se trataba de una niña. El color verde pistacho del vestido era vívido, casi real, a pesar de no tratarse de un retrato profesional, ni de contener una técnica laboriosa, estaba demasiado detallado. La perspectiva de la imagen era como si la estuvieran viendo desde arriba, desde la casa del árbol, el lugar donde estaba Justine contemplando aquel incidente, pero lo realmente aterrador era la abundante sangre que se plasmaba en el retrato, salpicada por todas partes, dándole un aspecto nauseabundo y aterrador.



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En el texto hay: muerte, sangre, problemas mentales

Editado: 05.08.2018

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