El revolotear de los cuervos

XXXIII

—¿Y bien? ¿Has averiguado algo? —exigió Adam.

Un lúgubre bar de la ciudad fue su punto de encuentro. Adam identificó a Boris en cuanto ingresó al poco frecuentado sitio. Resultaba fácil reconocerlo. Boris era, como un clásico detective de los cuentos de antaño, boina, gabardina y mocasines.

—Hay un arma homicida —reveló sin más preámbulo—. Es un cuchillo de plata, de esos que forman parte de colecciones antiguas y exclusivas.

—¿Qué es lo increíble de todo eso, Boris? ¿Acaso me citaste aquí para que no tengas que pagar tus bebidas?

—Lo increíble, es que ese pequeño dato fue borrado del expediente, al no poder comprobar que ese cuchillo le pertenecía a la maestra —movió su vaso, haciendo que los hielitos colisionaran con el vidrio del recipiente—. Siendo sinceros, nadie en la comisaría cree que se trate de un suicidio, yo sospecho de James Hooke, su novio.

—¿Crees que alguien lo esté encubriendo?

Boris se encogió de hombros, dándole un sorbo a su vaso de coñac e indicándole al mesero que le diera otro.

—No podrás ser el detective que sueñas, si desde ahora te conviertes en un alcohólico, Boris.

—Será un sueño frustrado, amigo —explicó Boris con desanimo—. Mi fortuna apenas me permite pagar dos tragos en esta humilde cantina, por lo que bien podré ser un típico policía hasta jubilarme.

—Nada de sueños, Boris. Dicen que para lograr ser quien quieres ser, debes fingir que ya lo eres —alentó con malicia y picardía—. ¿Qué te parece si el detective Boris le hace una pequeña visita al sospechoso para obtener mayores pruebas?

Boris soltó el trago que tenía en la mano, pero sus ojos emocionados se vieron aplacados por el sonido del teléfono de su amigo. Adam contestó de inmediato, era Christine.

—Me temo que tengo que irme, amigo mío. Quisiera saber si en verdad tienes madera para eso que tanto anhelas, y de ser así, yo mismo me comprometo a ayudarte.

Boris terminó el par de tragos que le sirvieron, mientras maquinó sus próximos movimientos. Era una fascinante idea la de fingir estar investigando el caso, pero era demasiado riesgoso, había demasiadas cosas en juego, lo tenía que pensar muy bien antes de cometer cualquier estupidez. Terminó sonriendo, al reconocer que, ante todo, él amaba el riesgo.

Adam condujo veinte minutos hasta el parque de Mavue. La brisa era demasiado agradable. Sentía que estaba en un sueño flotando, porque nunca había sido tan feliz. Incluso llegaba a dudar. ¿Podrá ser cierto? ¿De verdad me está pasando a mí? La miró a lo lejos con un abrigo de gamuza color rojo y el cabello suelto, ondeando salvaje entre la frescura de la noche. Eran más de las diez.

—¿Qué me has hecho? —le preguntó—. ¿Estoy bajo los efectos del hipnotismo? ¿Tienes algún tipo de control remoto que en cuanto escucho tu voz reacciono como perrito entrenado?

—Eres un exagerado, mi amor —replicó ella y volvió a mirar hacia la nada, justo donde finalizaba la colina y dejaba mirar el cielo estrellado, pues las luces del pueblo quedaban al otro extremo—. Uno nunca sabe cuándo será el último día de su vida, ¿cierto? ¿Y si hoy fuera ese día?

—Si hoy fuera el último día de mi vida, solo quisiera estar contigo —murmuró Adam y tragó saliva. La misma sensación volvió a embargarlo, esa que le decía que aquella felicidad era incierta, momentánea, etérea, que podía esfumarse de un minuto a otro—. ¿Qué harías tú?

—Traerte aquí.

—¿Para contemplar las estrellas?

—No precisamente —replicó con astucia—. Si miras al otro lado, podrás encontrar lo mejor de Mavue e incluso podría decir que del pueblo. Es una vista estupenda hacia cualquier ángulo, ¿sabes?

Las letras rojas chirriantes parpadearon “Motel Ilusión”, frente a sus ojos.

—Señorita Bennett, ¿me está usted haciendo una propuesta indecorosa?

Su rostro era una explosión de color, pero logró sostenerle la mirada.

—Sería la primera vez que lo hiciera, licenciado.

James sonrió. De nuevo podía sentir la felicidad deslizándose entre los dedos, escapándose bajo las estrellas que sobresalían entre el solitario parque.

—Jamás me hubiera atrevido, pero —Christine cubrió sus ardientes mejillas—, si fuera el último día de mi vida y fuera incapaz de hacer una locura de este tipo, creo que me arrepentiría, Adam.



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En el texto hay: muerte, sangre, problemas mentales

Editado: 05.08.2018

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