Aun después de que Fabián se hubiese ido hace ya varios minutos, mi mente repetía una y otra vez la indecente acción que habíamos cometido. No sabía si ese era su nombre real pues era el que tenía en la aplicación y, algunas veces, hay graciosos que utilizan nombres falsos.
El cielo... es probable que me detestara en ese momento, pues seguía tocándome para acabar una vez más, con él como protagonista de mi imaginación.
Debía admitir que algo que amaba más que a mi cuerpo, era el suyo. Se me hacía único, irrepetible en esta vida, hecho a la medida de mis gustos. Cada vez que mis ojos se posaban en su cuerpo, me transportaba a un mundo en el que todo podía ser posible.
Quizás ese hecho lo remarcaba su poco usual palidez y su cabello levemente rojizo. Es evidente que no se ven muchos pelirrojos por la calle, y que precisamente sea uno con quien tenga estos grandes ataques de arrobamiento, me hacía sentir de alguna manera, diferente. Pero, ¿de verdad será eso?
Tan rojo como se encontraba el cielo, tan llamativo el destello del sol, las montañas era lo que más se asemejaba a sus hombros anchos, y tenía un pene que envidiaría el propio Rasputín. No había sentido tanto deseo por nadie en mi vida, que tampoco era tan longeva, pero esos pocos años hasta el momento, habían sido bien aprovechados.
Sea como fuere, si me tenía aún acostado, entre las sábanas caídas, pensando una y otra vez en él y en cómo dejaba mis entrañas ser suyas, entonces era claro que su temple me cautivó. Y no podía permitirlo.
No podía dejar que afectara mi estilo de vida. Él no debía interferir con mis pensamientos, con mi libido experimental. Era joven y mis objetivos claros, nada del otro mundo y nada tan complicado; por el contrario, aferrarse a una persona, sea por cualquier índole, hacía todo mucho más enrevesado.
El océano es enorme y hay muchos peces en él. El cielo lo es aún más y muchas aves vuelan a través. Y la tierra está llena de hombres y mujeres con quienes todavía no he estado. No es una misión de vida, pero tener sexo es un acto que me divierte, me mantiene despierto en este mundo de muertos vivientes. Me hace volar los sentidos y palpitar el corazón tan aprisa que pienso que moriría, pero feliz. Y así estuve rumiando una y otra vez durante cierto tiempo, hasta que el sol se ocultó.
No sé cuántos días pasaron desde la última vez que le vi, que estuve con él, que me volví uno con él; pero estaba listo para avanzar, para dejar volar mi mente una vez más, pues esta se hallaba enfrascada en una sola cosa, o en este caso, una sola persona, y no podía permitirme eso.
Me causaba estragos tener que obligarme a despejar mi mente cuando simplemente mi «yo» de siempre lo hiciera sin mucho esfuerzo: se encontraría a un chico o en otro caso una chica e iríamos a tener sexo sin pasión, sin fuego, sin luz cálida del sol, y me iría a casa a tomarme una ducha y ver alguna película, sin tanto conflicto.
Una noche del sábado, mis amigos me llamaron para ir a un club nocturno que fue inaugurado hace pocas semanas. Todavía era la novedad del pueblo. Y pensé que pudiera haber gente bastante interesante por allí. Era la excusa perfecta, me venía como anillo al dedo, y estaba listo para dominar la pista y atraer a lo mejor de lo mejor.
Me vestí con ropa de noche completamente nueva, me perfumé con aroma fuerte y cítrico, y salimos mi amiga, Susana, y yo, hasta allá en el carro de su papá.
El lugar era estruendoso, justo como esperaba. La música retumbaba bastante, tal vez a kilómetros del sitio, era una suerte que no viviera mucha gente en los alrededores. Los colores pasteles neón de la edificación resultaban muy atractivos y calientes; toda persona bajo esa excitante iluminación se mostraba mil veces más fascinante.
Susana aparcó enfrente, en el estacionamiento exclusivo del lugar, y allí nos encontramos con los demás. No éramos los más populares de la zona ni mucho menos, pero era evidente que donde nos parábamos, dábamos mucho de qué hablar.
Había una fila larga pero por suerte uno de mis amigos reservó a tiempo una de las mesas del bar, y gracias a eso, entramos vacilando a los pobres que seguirían esperando por que les dejaran pasar.
Por dentro era mucho mejor de lo que imaginamos. La pista estaba al fondo de todo, muchas personas bailaban con sus cuerpos rozándose unos con otros. Otros más se besaban, otros bebían, y otros cantaban; pero todos se parecían en algo a mi percepción, eran los seres más hermosos que había visto.
La luz neón, junto a los tragos, hacía que mi afirmación cobrara sentido cada vez más. Quería besar a todos y cada uno de los presentes en el lugar. Quería que me envolvieran en un gran abrazo desnudo, que me admiraran y me saborearan como yo deseaba hacerlo con todos.
Uno del grupo propuso jugar a girar la botella para entrar en calor, cuando yo ya me había convertido en un volcán desde que entramos. Todos accedimos, gracias al cielo. Cada uno la giraba con cierta fuerza, unos más que otros, pero toda dirección apuntaba a los labios de alguno de nosotros.
Al llegar mi turno, la giré sin vacilar. Cayó justo frente a Teodoro, un buen amigo quien le tengo bastante aprecio desde que lo conocí en la escuela y era mi compinche cuando hacíamos travesuras. Le pedí permiso a su novia de cabello rizado y risa coqueta, y con cierta picardía, lo besé con mis labios húmedos por el vodka. No me esperaba tal destreza con sus labios carnosos, pero estaba claro que Teodoro ya había dejado atrás la inocencia en la que lo tenía estimado.
¡Bien, Elvis, es todo lo que te puedo ofrecer!, exclamó Teo entre risas junto a todo el grupo. Ese beso me prendió, no podía negarlo. Mordía mi labio cada vez que veía a los demás besarse mutuamente durante el juego, aunque cada vez en períodos más cortos.
La noche continuó y los tragos seguían apareciendo. No pude aguantarme más sentado y me abalancé a la pista junto a los otros. Caminé entre la multitud como pude y llegué al centro del círculo formado por mis amigos. Me sentía vivo, bajo una luz azul que no dejaba de mantener mi cuerpo ardiendo.