Semanas después de rechazar la propuesta irrisoria de Fabián, recuerdo haberme sentado con Susana y Teodoro en una cafetería de la calle principal del pueblo. Rumiar solo al respecto me hacía querer tragar mi propia cabeza.
Aunque les platiqué por encima la historia, estuvieron de acuerdo en que ambos éramos unos completos extraños y que esa proposición se veía bastante rara y apresurada. La respuesta era tan clara y despejada como el cielo de aquella tarde: había hecho bien.
No solo porque dos desconocidos no hacen una relación, sino porque la vida de soltero me funcionaba y la quería aprovechar durante toda mi juventud. Las jornadas llenas de placer carnal era como miel sobre mi cuerpo, no podía desprenderme de ella. Y puede que él no entendiera eso, y era totalmente obvio, no me conocía para nada.
Esa misma tarde mis amigos y yo planeamos ir al club una vez más, pero solo nosotros tres, una vueltecita por la bestialidad de la noche, tan ansiada como prohibida y negada a los bienhechores.
Como no hicimos reservación, esperamos en la fila junto a demás jóvenes del pueblo. Allí se juntaron con nosotros Mónica y Andrés, también habían estado con nosotros durante la visita anterior. La rubia tinturada era muy conocida en la universidad; muy estimada con los profesores, muy deseada entre la chaviza. El muchacho de piel oscura y cuerpo trabajado desde su adolescencia robaba la atención de muchos, incluyéndome, y es que sus ojos claros eran tan penetrantes y su voz tan gruesa y melodiosa que caías más rápido de lo que te levantaba.
Nunca había tenido oportunidad con alguno de los dos, pero esa noche quería arriesgarme, parecía que la ruleta del destino apuntaba a mi suerte.
Los cinco ya estábamos dentro tal vez luego de media hora, justo como recordaba, la iluminación del lugar me calentaba los poros segundo a segundo. Había algo en el ambiente nocturno que me encantaba, me electrizaba la piel, y disfrutaba cada segundo de ello. Compramos varios tragos y fuimos a bailar cuando sentimos que nos comenzaba a hacer efecto el alcohol.
Era una sensación agradable a mis sentidos, todos presenciaban cómo devoraba cada mal sentimiento entre la luz neón azul. Gozaba cómo las chicas me rodeaban con sus brazos para bailar cuerpo a cuerpo, cómo sus ombligos rozaban mi ínfimo vello abdominal. Y cuando la música era más animada y retumbante, con los brazos en los hombros, saltar junto a los chicos sincronizadamente era solo equiparable a la pasión de ser parte de algo que te importa.
En un punto de la noche, nos encontramos sentados recordando anécdotas famosas de los años anteriores de la universidad. Una de ellas era cuando una tarde, un profesor presenció un carro agitándose en el estacionamiento del campus, y descubrió a una pareja teniendo relaciones sexuales. Todos nos enteramos y presenciamos cómo les hacía bajar del vehículo con regaños suficientes para despertar a cualquier panda dormilón.
Otra resultaba de una ocasión en la que era de noche y supuestamente, en el baño del pasillo del cuarto piso de la Facultad de Ingeniería, una chica desapareció pues invocó a un espíritu en el espejo del baño repitiendo tres palabras malditas.
—Eso es estúpido —dije entre risas, Teodoro estuvo de acuerdo.
—¿Ah sí? ¿Y cómo explicas que jamás volvieron a saber de ella, Elvis?
—Mónica, está claro que es un invento, ni siquiera sabes quién es ni cómo se llama.
—O si al menos existió esa chica o el tal espíritu —concluyó Teo.
—¿Y por qué no lo averiguamos?
Todos fijamos nuestra vista en Andrés. Fue una ridiculez pero entre nuestra borrachera decidieron que sería una idea divertida colarse en la universidad en la madrugada. Yo me encontraba tan incrédulo como con cualquier tema paranormal, pero igualmente fui para presenciar la payasada del año.
Salimos del sitio entre risas, volteretas y juventud saliendo de los poros, convirtiéndonos en fenómenos para los aburridos mortales.
Susana estacionó el auto frente a la universidad. Esta no era muy ostentosa y pasa mucho desapercibido. El campus se compone de dos edificios principales, la facultad de Psicología y el edificio de Ingeniería; esto, debido a que este no era más que uno de los tantos núcleos que tiene. El campus principal se encuentra a muchos kilómetros, demasiado lejos para ir con poco presupuesto. En fin, el patio central es pequeño y la parte de atrás, en contraste, mucho más grande, aunque deshabitada y descuidada. Pensaban construir otro edificio pero nunca se concretó, cosas de universidades públicas.
Todos bajamos en silencio y nos acercamos a la caseta del guardia de seguridad. No había nadie, pensamos que seguro se encontraba rondando la parte de atrás del campus, junto a los demás, pues esa zona se prestaba mucho para delincuentes. Aprovechando de que las cámaras delanteras no servían, saltamos la valla y aterrizamos en el suave pasto.
Nos acercamos al edificio de la facultad, era evidente que la puerta estaba cerrada, pero Andrés trató aun así de abrirla en un acto de demostrar su presunta fuerza descomunal. Te faltó entrenar el cerebro, pensé, pero aun así nos reímos de su tonta actuación.
Dimos una vuelta por el edificio y notamos que la ventana trasera, que daba hacia el armario de las escobas, sí se encontraba abierta, pero hacia falta impulso para llegar. Decidimos que alguien se quedaría a vigilar mientras los otros entraban y concretaban el estúpido ritual. Teo se ofreció incluso luego de ganar el juego de piedra, papel o tijeras, y le dio impulso con sus manos a Andrés para que escalara hacia la ventana. Luego Mónica, vino Susana y por último yo.
Ya adentro, subimos a hurtadillas por las escaleras, casi gateando, para evitar vernos a través de los ventanales. Un guardia estaba en el tercer piso, y parecía que se dirigía hacia las escaleras para bajar, fue un pánico que nos heló la sangre el que nos llegara a descubrir.