El rey de las nubes

La calle de la soledad

Sus palabras me desarmaron por completo, desajustaron mi acomodado hábito de desentenderme de aspectos que me molestaban.

Era tanto así que a los días siguientes no rendía como usualmente lo hacía en el taller. Dejaba expuesto ante todos mi desconcierto y eso no me gustaba para nada. En mi casa también notaban que algo me perturbaba. Me preguntaban cada cierto tiempo sobre mi estado, si me hallaba intranquilo por algo y si podían hacer cualquier cosa para remediarlo, pero no tenía caso, no tenían la más mínima idea.

Los humanos somos seres tan incomprensibles que incluso hasta los secretos del océano tendrían más probabilidades de ser descubiertos a los de la mente humana. Una mirada, una sonrisa, un gesto corporal; cada acción de una persona tiene un significado distinto, y si no fuera por la magia de las palabras, no tendría ni el más mínimo sentido ser un ente social. Sería un tormento inimaginable. Como vivir sin los cinco sentidos en lo absoluto, eso no sería vida.

Una noche, encerrado en el silencio de mi habitación, iluminando mi rostro con la pantalla del celular, admiraba el chat de Fabián. No despegaba mis ojos de las letras que escribió, ni mucho menos de la foto que envió. Quería saber de él, quería escribirle, quería... ¿Qué era lo que quería?

Sacudí mi cabeza con molestia, y simplemente le mandé un mensaje directo al grano:

«Veámonos en el motel, ahora mismo».

Sin importarme en lo más mínimo de esperar alguna confirmación, me vestí con prisa y salí de casa luego de decirle a mis padres que llegaría en unos minutos.

Caminé cierta distancia, alejándome lo suficiente de mi hogar, y me detuve a la mitad de la calle. La brisa fría de las montañas me produjo una tembladera que, a decir verdad, me encantaba.

Habían unas cuantas personas aún transitando por ahí, noté algunas parejas tomadas de las manos, otras personas compraban pan y pasteles en la panadería de dos pisos de la esquina, la más grande del pueblo. Todavía habían niños jugando en el parque con sus padres vigilándoles; algunos comiendo helado mientras se deslizaban por el tobogán y otros solo corrían unos detrás de otros. 

El cielo estaba despejado y la luna deslumbraba tan fuerte como solía hacer en esa época del año. Parecía un gran faro en el centro del universo, aquel que ayuda a navegar el planeta durante su existencia en un eterno mar negro lleno de oscuridad.

Me apoyé del tronco de un gran árbol cercano al parque para observar mi celular, otra vez con los ojos puestos en el chat. Sin embargo, no hubo respuesta a mi mensaje, nada. Esperaba que accediera de inmediato, tal como yo hice cuando él me lo pidió hace tan solo unos días. 

Y caso contrario que no hubiese querido verme, al menos debería haber enviado un gran y rotundo «No, gracias». Pero no, silencio. El globo de mi mensaje debajo de la fecha parecía oxidarse, que estuviera tan solo durante tanto tiempo, aunque fuera solo unos minutos, le entristeció. ¿De verdad era mi mensaje el triste? Dios, qué estupideces pensaba.

Me adentré en la calle principal del pueblo, ignorando a cada persona que pasara junto a mí. Desviando la mirada a cualquier chico que me observara con ojos lujuriosos, y hubo algunos en ciertas esquinas. No me importaba, no quería ni siquiera pensar en el sexo con desconocidos, aquel que tanto anhelaba y gozaba, como un viaje por una pradera de flores. Todo eso era insignificante en ese momento.

Lo único que rondaba mi mente era la insolencia de Fabián, de ignorarme por completo, hacer como que no valía lo suficiente como para levantar el celular, ver el mensaje, y escribir cualquier cosa, tan tonta como fuera.

Y me cuestioné a mí mismo, algo no estaba bien en lo que pensaba. Mi mente me jugaba de manera muy sucia. Traté de evitar cualquier pensamiento o sentimiento respecto al silencio ensordecedor de Fabián, sin mucho éxito, debo decir.

Y me resultó exhausto, me sentí inquieto, quería aclararme y respirar manualmente. Controlar mis respiraciones ayudaba en algo a despejar la cabeza. 

Me sostuve de un poste de alumbrado, y poco a poco me encontré algo mejor. No debía dejarme llevar por sentimientos tontos por alguien que ni conozco ni me importa, me dije a mí mismo. Por supuesto, él no tiene poder sobre mí, yo tengo control de mis emociones y aún no existía nadie que pudiera desmoronarlo todo. O eso pensaba.

La gente comenzó a salir de las salas del Cine Estelar, el único cine del sitio. Aunque pensé en entrar a la próxima función, en la cartelera no había ninguna película que verdaderamente llamara mi atención.

Buscaba algo de terror pero solo mostraban de romance, comedia o algunas animaciones para niños. No obstante, el verdadero terror me invadió al notar que entre la multitud que salía del cine, Fabián estaba allí. Y no estaba solo, sino con una mujer tan alta como él y tan hermosa también. 

Su vestimenta casi formal daba entender que era una noche importante. Ya está, tiene novia, o quizás esposa, cómo podía competir contra eso. Sentí un vuelco en mi interior que me hacía recordar que era de carne y hueso, desgraciadamente.

Aunque se iban alejando sin notar mi presencia, la mujer se percató de que había extraviado algo, pues buscó desesperadamente en su bolso sin conseguirlo, y se devolvió al cine para buscarlo.

Yo estaba detrás del poste a varios metros, pero igual podía verme si llegase a voltear hacia mí. Lo manifesté tanto como pude en mi mente, y al final lo hizo, mientras recibía una llamada. 

Colgó de inmediato sin apartar su vista de mí y aun cuando quería llegar hasta él, tenerlo frente a frente, sin saber con precisión para qué, ninguno se movió.

La mujer volvió enseguida con una sonrisa tan deslumbrante como las luces de un reflector, encerró su brazo en el de él, y se alejaron por fin. No sé por qué algo dentro de mí repetía una y otra vez que volteara, que girara su cabeza hacia mí, que me penetrara nuevamente con sus ojos, solo eso deseaba.



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En el texto hay: juvenil, romance, lgbt

Editado: 22.05.2024

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