Volví a casa, abatido, me sentía como un perro que no era el mejor amigo del hombre. Me sentía desahuciado. Ya todos estaban durmiendo, menos yo. No podía cerrar los párpados, porque cada vez que mi subconsciente se hundía en la oscuridad, su silueta me atormentaba.
Repetía una y otra vez esas palabras de despedida, las últimas que llegué a escuchar de su voz perteneciente a un coro de guerreros. Cada sílaba, cada entonación, se reproducía tal cual en mi cabeza. Su cuerpo, más alto que el mío y con contextura más gruesa también, parecía arrojarme al mismo vacío con un movimiento del meñique.
No llegaba a entenderlo, aunque me lo preguntara cien veces, el resultado era el mismo. Cabía la posibilidad de solo haber sido un pasatiempo para él, que su mujer lo hubiese descubierto y le prohibiera verme, tal vez... Un escenario parecía reemplazar al otro, pero ninguno me daba lo que quería, todo era un fiasco.
Un mensaje apareció de repente, de nuevo esa aplicación infernal. No podía pensar en nada más que no fuera Fabián. Necesitaba ponerle un fin a todo eso, volver a ser quien era.
Quizá sí era lo que necesitaba, después de planteármelo mejor. Me enfrasqué demás en el cuerpo de Fabián, en mi deseo de poseerlo, de que me poseyera, de fusionarme con él. Solo debía olvidarlo, atravesando el bosque en el que tanto adoraba vivir. Saltando de rama en rama, como decía.
Leí el mensaje, y vaya que me sorprendió. Fabián, una vez más en el anonimato.
—«Veámonos en el motel, ya».
Mi acción, tan repentina y satisfactoria, sancionó el asunto. Bloqueé su usuario. Ya no podía enviarme más mensajes. No molestaría y ya no me ordenaría. Parecía ser que ni siquiera una relación carnal funcionaría entre nosotros, y lo mejor era cortar todo de raíz. Olvidar lo sucedido.
Sentí un deja vu. Tal vez me estaba repitiendo, no estaba muy seguro, pero ahora, finalmente, decidí que no pensar en él y borrar casette era lo mejor para mí, y por lo que sabía, para él también.
Al día siguiente concreté un encuentro casual con un chico muy simpático que conseguí en la aplicación. No lo había visto antes, lucía muy distinto a los vagos que generalmente rondaban por la página principal. Pensé en la posibilidad de que sería un turista, que solo pasaba por el pueblo de visita. Sin considerar nada más, me puse en marcha al motel.
Me vestí con ropa casual pero mi atuendo favorito de esa tarde era mi sonrisa, bien mantenida durante todo el día. En el taller recibí inesperadamente un bono por el trabajo pesado que logré anteriormente. Planeé con Teo una noche de películas (con la condición de que la escogía yo) y mi mente se mantenía tan ocupada en cosas más importantes como lo despejado del cielo o la inmortalidad del cangrejo.
Llegué sin prisa y noté que el chico estaba listo. De inmediato se dio cuenta de que poseía una alegría bastante desubicada, así que me relajé al instante para ponerme a lo mío.
Me acerqué al chico, de una altura similar a la mía, y comencé lamiendo sus labios mientras se puso erecto al momento. Le mordí y besé su rostro y cuello. Todo lo hacía con ojos cerrados, como debía ser. Y lo besaba. Y peiné su cabello con mis dedos.
Mordí su mentón y bajé lentamente hacia el pecho y abdomen, lo aproximé a la cama y me arrodillé. Comencé dándole un oral que noté que él deseaba con todo su ser. Se retorcía del placer, estirando sus piernas y tronando los dedos de sus pies. Me encantaba cada gemido que soltaba, subí hasta sus labios y lo besé una vez más. Luego él hizo lo mismo conmigo.
Me volteó y estuvo dentro de mí y apreté mis párpados lo más que pude. Nuestra sincronía era casi como un acto musical en piano. Las notas eran suaves y correctas, todo melódico y espléndido. Sonreí entre mi éxtasis. Y acabó más rápido de lo esperado.
Y aterricé, desplomándome tan fuerte contra el suelo como el meteorito que acabó con los dinosaurios. Me mantuve en silencio ahí tumbado en la cama.
Él me agradeció por el momento y se marchó luego de despedirse con una cordialidad que no esperaba. Segundos después, mirando al vacío, caí en cuenta. Todo ese peso estuvo sobre mí, con un globo de aire caliente que por alguna razón no me elevaba. Todo ese tiempo estuve pensando en Fabián.
Desde el instante en que cerré mis ojos y mi boca tocó su piel, supe que no era él y que me iría disgustado. Pero me quedé, porque su imagen estuvo allí, y era como si estuviera conmigo.
Me incorporé en la cama y me fijé en las sábanas; estaban limpias, blancas y secas. Él no estuvo allí. No las empapó de su sudor. No jugamos con ellas y no las volteamos por completo. Sentí decepción de mí mismo.
¿Qué estaba haciendo? Sí, era una actividad totalmente normal para mí; sin embargo, ahora parecía un crimen. Una traición que demandaría mi destierro directo a las pailas del infierno. ¿Era una traición hacia mí mismo o...?
Tomé mi teléfono, necesitaba ver su imagen una vez más. Intenté buscar el perfil para desbloquearlo, pero ya no existía, lo había borrado. Descubrir eso incurrió en un arrebato incomprensible. Apreté los puños con fuerza y quería gritar a todo pulmón. Pero pude controlarme.
Caminé al baño y me lavé el rostro, una y otra vez, como si eso pudiese aclarar mis propias ideas. Me vi al espejo y me pregunté a mí mismo qué significaba todo eso. ¿De verdad era posible que sintiera cosas tan fuertes por Fabián? No, definitivamente era solo un deseo sexual muy intenso por él, nada más. Ese hecho parecía tan lejano dentro de las probabilidades, pero era un escenario que tenía presente y pudiera ser que me tendría preparado el destino, y eso ya era decir bastante.
Mientras me vestía, mi celular sonó, era Teo llamándome. Me dijo que ya salía para mi casa pero le detuve, le pedí que se encontrara conmigo en la parada de autobuses del antiguo salón de maquinitas.
Él llegó primero que yo, por supuesto me preguntó por qué estábamos allí, y le expliqué que tenía que hablar con Fabián sobre algo muy importante. Me reflejé en su expresión confusa, solo sabía que debía verlo, no importaba para qué, pero necesitaba a Teo a mi lado, alguien de mucha confianza como él me salvaría de cualquier estupidez.