Ya está, ya tenía ordenadas todas mis ideas. Cada palabra y expresión estaba fríamente calculada. Imaginé todo escenario posible y sus probables desenlaces. Dibujé planos mentales sobre cualquier lenguaje corporal que debía y no debía hacer.
Necesitaba mantener una postura erguida, fuerte y segura. Un tono de voz suave pero a la vez enérgico. Sabía lo que quería y apuntaba a mi objetivo, y se lo iba a decir con la justa seguridad que me jactaba de mantener durante mis encuentros casuales.
Y como apoyo moral, decidí llevarme a Teo y Susana. No lo había planeado en lo absoluto, pero Fabián me dijo a último momento que podía llevar a un par de amigos si quería. Eso me produjo un par de incógnitas que traté de descifrar con ellos dos.
¿Por qué me pediría que llevara amigos a su casa? Teo dijo que entendía si solo él iba, que sabía que era más que bienvenido en esa casa. Susana le hizo una mofa. Ella tampoco tenía una respuesta concreta hacia eso. ¿Para despistar a su abuela y hablar con tranquilidad, quizás?
En cualquier caso, subimos y llegamos en poco tiempo, gracias a que fuimos en el auto del padre de mi amiga, por suerte. Entre todos compramos un pastel de queso para compartir, uno de nuestros favoritos.
Al acercarnos a la casona, pudimos notar que habían varios vehículos estacionados en los alrededores. Quería desaparecer, dar yo mismo la vuelta o arrojarnos por la colina para huir más rápido. «Al parecer nos invitaron a una fiesta», remarcó Teo. No lo quería ni pensar, era una locura, pero con todo y eso, decidí mantener mi plan inicial.
Llegamos a la puerta y allí nos recibió un hombre joven y alto, se notaba la diferencia de altura entre nosotros. Con cierta despreocupación nos preguntó si éramos amigos de Fabián.
«Sí, lo somos», contesté, él me miró como si no estuviera muy convencido. Nos ofreció pasar, y nos dimos cuenta de que habían unas cuantas personas en la sala de estar. Varios rostros se nos hicieron conocidos, posiblemente les habríamos visto en la universidad en alguna ocasión. Fabián salió de la cocina y caminó hacia nosotros demostrando una cortesía y afabilidad en su saludo del que realmente merecíamos.
Nos presentó con todos, unos cuantos como de su edad, casi treintones, y otros de aspecto un poco más joven, aunque no tanto como nosotros.
Quien nos abrió la puerta, resultó ser su hermano, Javier. Él poco más de nuestra edad, ya estaba en su último año. Nos preguntó qué estudiábamos, Susana se encargó de responder por los tres: «Psicología». Los rostros de los invitados cambiaron, como si se hubiera contado un mal chiste.
No me importó demasiado por la carrera, ni siquiera era lo que quería estudiar aunque fuera bueno en las materias, pero ver sus asquerosas caras como si fuéramos unos apestados me enervó.
Javier tomó el pastel y por poco lo llevaba junto con el grupito de la sala, pero Fabián se lo arrebató, ofreciéndose desinteresadamente en sacar las porciones justas. Muchas gracias, Fabián, ahora pégaselo en el rostro, no me molestaría.
Seguí a Fabián a la cocina mientras Javier integraba sospechosamente a Susana y Teo a su grupo. Me daba cierta mala espina pero necesitaba hablar con Fabián de una buena vez.
Le reclamé en voz baja el por qué no me había dicho que se trataba de una reunión. Me dijo que se había enterado esa mañana que Javier y su novia tendrían una reunión para celebrar su graduación, que vendría en poco tiempo. No quería cancelar el plan y dejarme plantado, así que pensó que sería buena idea incluirnos, y por supuesto, no dejarme venir solo a este circo.
No estuve nada de acuerdo. Hubiéramos salido a otro sitio, llevarme a una cafetería o algo y hablaríamos sin nadie que nos molestara. «¿En qué momento podría hablar contigo?», le dije, algo molesto, la verdad. Él me miró y me acercó un pedazo de pastel a la boca, miré a mi alrededor y me lo zampé entero. Sonrió con picardía, desviando completamente mi leve enojo. Si esto es una reunión, al menos hay que disfrutarla, pensé.
Nos unimos con el grupo y estuvimos charlando de puras tonterías durante un rato. Susana, Teo y yo descubrimos que quienes estudian Ingeniería, como ellos, suelen pensar que la psicología es una falacia y que no sirve para nada. Educación de pueblo, supuse. Pero estaba claro que sí existían personas así.
No me molesté en explicar ni opinar al respecto; cualquier duda o comentario, se lo hacían a Susana. Mi amiga sabía cómo persuadir a los demás, incluso para eludir a incrédulos que la psicología era sumamente importante. Otros temas salieron a relucir, como el incremento del P. I. B. del país, las medidas anticlimáticas de la nueva empresa de vehículos de la ciudad más próxima, o de quién ganaría el certamen mundial de belleza.
No fue una reunión muy alocada. Al cabo de un rato, la gente se dividió en grupos; Susana y un par de chicas se quedaron en el jardín de enfrente; Teo y tres muchachos más se quedaron en el piso de la sala a jugar Uno; Javier, su novia y otra chica hablaban en la cocina. Y yo estaba detrás de Fabián mientras este charlaba con otro tipo a la vez que asaban el cerdo en la barbacoa de detrás de la casa.
Solo estaba allí de pie, escuchando conversaciones sobre cosas que no me interesaban en lo absoluto. Cuando él me llegaba a preguntar algo, trataba de hablar lo menos posible, y Fabián se daba cuenta, pero continuaba hablando y hablando, me tenía frustrado.
Creo que Javier se dio cuenta por la expresión tan malhumorada que posiblemente mantenía. Llamó mi atención y me invitó a beber algo. Al darme el vaso, me dijo que habláramos un rato allí mismo, cerca de la puerta, lo suficientemente lejos para que nadie nos escuchara.
Me preguntó por mí; con quién vivía, si tenía hermanos, planes a corto y largo plazo, parecía un interrogatorio. Luego de un par de preguntas que parecían querer llegar a algo más, se pone frente a mí, dándole la espalda a Fabián.