Ambos estábamos sentados muy juntos en el columpio de jardín. El cielo se despedía del color rojo que mantenía gracias al crepúsculo. Ya se podían contar los destellos de las estrellas. Y la luna se mostraba tan radiante como un sol bañado en leche.
En el silencio del momento, no pude evitar mirarle, él observaba con atención al cielo, como si estuviéramos en un cine y nuestra pantalla mostrara la película más grande del universo. Le veía muy tranquilo, demasiado, su calma me producía un cosquilleo en mi interior, una sensación plácida de confort.
Siempre me preguntaba al verle tan apacible qué ocurría en su mente, qué monstruos divagaban por los recuerdos que yacen bajo un cofre encadenado, qué colores se derretían en su hemisferio. Mi curiosidad aumentaba con cada segundo que lo miraba, cada momento que estuviera cerca de él. Era tal que incluso veía posible permanecer a su lado toda la vida hasta que lo descubriera. Lo sé, parece una locura.
Por fin volteó a verme, expectante a mis palabras, creo que no había mucho por decir. Era claro que estaba un paso adelante de mí, será por la edad o las experiencias de la vida, quizá. De cualquier manera, soltó un leve «Te escucho», lo interpreté de una forma muy exagerada. Pensé en que no le importaría qué tontería dijera o cuán enrevesado resultara mi enunciado, estaría de acuerdo en todo, con tal de escucharme.
Su nombre brotó de mí con un sentimiento edulcorante, melodioso al son de nuestros oídos. Él repitió el mío, dando entender que tenía toda su atención. Le pedí que tratata de comprenderme, porque ni siquiera yo podía desenmarañar mis propios pensamientos respecto a él. Se me ocurrió decir algo que, en mi cabeza, tenía todo el sentido del mundo:
—Es muy extraño cómo el mundo de una persona parece conformarse con los hábitos que se han mantenido desde su nacimiento. Yo creía que todo estaba bien, que cada cosa estaba en su lugar. Pero desde que te vi, no en la farmacia, sino frente a mí, ambos a cuerpo expuesto, y lo hicimos; desconocí cuál era mi lugar. Moviste mis cimientos más fuerte de lo que alguna vez llegué a pensar que alguien podría hacerlo. Comencé a apreciar la esencia desnuda que compartimos en los brazos del otro. Y ahora nadie me parece digno de verme a los ojos, salvo tú, por tan cursi que suene...
»Me repito una y otra vez "Esto no durará, no seremos un 'Vivieron felices para siempre', no somos los indicados para ser esos personajes". Me digo a mí mismo que deberíamos quedarnos con estos sentimientos, que si lo llevamos más allá, podríamos ser lo peor que nos haya pasado. Vivo con el miedo de arruinarlo todo, como cualquier alma confundida con las decisiones importantes de esta vida.
»Me pregunto: "¿Acaso esto podría mejorar de alguna manera? ¿Qué tal si esta es la mejor parte de todo y lo restante solo nos hace odiarnos de por vida?". Y estoy aquí, sentado a tu lado, para que me des una respuesta, a todo esto que te planteo. A las dudas de un veinteañero que cree que esto es solo una bomba de tiempo. Dímelo, Fabián, dime lo que busco escuchar, porque comenzar algo en las condiciones en que lo hicimos, suele no durar.».
Se mostró taciturno y ensimismado, absorto completamente en sus meditaciones. No dejaba de ver mis manos inquietas, así que las sostuvo. Acarició el dorso con sus pulgares, con tal suavidad como agua deslizándose sobre la tela más fina. Me hubiese encantado imitar su tranquilidad. Supe que tenía la respuesta cuando alzó la vista hacia mí, estaba preparado para oír por fin qué tenía para decirme.
—Estoy completamente de acuerdo contigo, Elvis. Aunque no lo creas, me siento exactamente igual que tú...
En ese momento no entendí muy bien, abrí la boca para decir algo pero me mantuve callado, con altas expectativas.
»Debimos mantener la primera vez como la última. Probar solo un bocado y no tragarnos la fruta prohibida. Pero no lo quería así, quería más. Por eso te traje la primera vez y te revelé aquello, porque me atreví. Entendí que no quisiste, y me dije a mí mismo «¿Para qué hacer planes si esto no va a durar?». Estaba consciente de que me engañaba a mí mismo.
Cada palabra resonaba en mi interior, quería escucharlo hablar hasta el anochecer.
»Nunca dejé de pensar en ti, Elvis. Incluso cuando te hacías el duro diciendo que solo querías sexo y nada más. Como en el auto, pensaba: «Puede que sea el ser humano más molesto que haya conocido, o quizá sea lo mejor que pudiera pasarme». No tenemos porqué ser un 'Felices para siempre'. El poder está en el '¿Qué pasaría si...', ¿lo entiendes? Tú dijiste: Podríamos ser lo peor que nos haya pasado. En ese mundo misterioso, ante un futuro utópico, qué tal si lo peor que nos haya pasado, fuera lo mejor de nuestras vidas.
Y entonces lo llegué a comprender, gracias a él. El ayer pudo ser lo mejor de mi vida, ¿qué me asegura que mañana será mejor? ¿O peor? Nada. No existe tal fuerza. Debía descubrirlo, o mejor dicho, debíamos descubrirlo juntos. Simplemente queda actuar de la mejor manera para construir los buenos momentos. No entendía muchas cosas, pero el saber que Fabián me comprendía e incluso me sabía dar respuestas a mis interrogantes, me hizo apreciarle mucho más.
¿Debería, no debería? Al diablo las consecuencias, al diablo el «¿Qué pasaría...?». Hay que darlo todo para ganar o perder, y así es la vida; ¿ganaste?, disfrútalo, lo mereces. ¿Perdiste?, a la mierda, levántate y quita esa expresión derrotada, sigue intentándolo y persevera.
Sonreí, de una forma genuina. El corazón me latía tan fuerte y rápido que creí que ya no la contaba. Es seguro de que se trate del placer más grande que haya sentido en mi vida. La sangre bajo mis mejillas ardían la piel, al contrario de mis manos, frías por la falta de su tacto. Estiré mis brazos para encerrarle con ellos, tenía un deseo inmenso en abrazarlo, me parece un acto mucho más hermoso que un beso. Bastante extraño, pero cada vez que lo veía, descubría sensaciones nuevas que no pensé que tendría.