El rey de las nubes

Primera cita

Nuestras manos estaban entrelazadas y mi dedo índice dibujaba la silueta del dije con delicadeza. Me llenaba de curiosidad la forma de la nube; tal vez simplemente escogió ese diseño porque sí le parecían bonitas las nubes, como me reveló, o podía ser que había una historia fantástica e interesante detrás de su elección, pero supongo que era solo mi capricho por merodear activando mi imaginación inmadura.

Debía admitir que no se me apartaba el disgusto por Teo al revelarle mi cumpleaños a Fabián, pero al ver su sonrisa, ese momento juntos, las maravillas que crean nuestro tacto entre nosotros, y cómo el mundo parece ser pequeño al reflejarme únicamente en sus pupilas, ese disgusto no era nada en comparación con estas emociones.

La camarera llegó para tomar nuestra orden; Fabián pidió una copa con pan suave, crema de yogur por encima y frutos del bosque. Yo quería una red velvet, deseaba probarla después de tanto tiempo, pero me dijo que se les había terminado. Entonces pedí una merengada de banana, pero solamente había de fresa y mango. Con todo el fastidio del mundo me recliné y solo dije que me trajera lo mismo que Fabián, con un «por favor» entre dientes.

Noté cómo la misma camarera se dirigía a la mesa del muchacho moreno y recogía una copa vacía, parecía que había comido helado. Vi cómo le pagó una propina y se fue junto a ella hacia las escaleras para irse, no sin antes guiñarme el ojo, gesto que evité reaccionar.

Fabián llamó mi atención señalando que estaba listo para conversar sobre mis preocupaciones. Y me pregunté si realmente valía la pena que se tomara la molestia. Tal vez sí sería mejor idea mantener nuestra relación sin nombre, pero no es lo que quisiera que piense, que solo lo utilizo, porque no es así. ¿Sí sería capaz de amarme por cómo soy? Porque es posible que llegue a engañarlo.

—¿Es posible que llegue a engañarte? —pensé en voz alta, en realidad lo dije más para mis adentros, pero fue muy obvio que Fabián se percató de lo que decía—. Disculpa, temo que llegue a arruinar esto en algún momento.

—No te imaginaba tan inseguro de ti mismo.

—Ni yo. Creo que solo estoy nervioso por cómo podría actuar en una relación.

—¿De verdad es eso?

¿Estaría solo engañándome a mí mismo, o solo es mi inseguridad? Quisiera ponerme en la piel de Fabián y verme en este momento; lloriqueando si seré capaz de mantenerme firme en la tierra que quisiéramos erigir.

»Elvis, escúchame —soltó mi mano y se acercó lo suficiente como para estar a pocos centímetros de mi rostro—, no te culpo por sentirte nervioso o de la manera en que te sientas. Puede resultar intimidante y creo que varios factores tienen que ver con eso: por ejemplo tengo veintiséis años y tú veinte, quizá te preocupe esa diferencia, y que precisamente estés experimentando todo esto conmigo puede ser uno de esos factores, o algo más, quién sabe...

La edad ciertamente era algo de lo que me preocupaba, era como una astilla invisible en mi dedo gordo del pie, no obstante, yo no puedo controlar mis emociones, y la verdad después de hacerlo varias veces con él dejó de importarme progresivamente, tampoco es que sea una gran diferencia, aunque es algo que no ignoro por completo.

»Además, sé a lo que te refieres con que podrías engañarme.

—¿Ah sí? —pregunté, deseando que dijera todo sin dejarse nada en el tintero.

—Te preocupa tu promiscuidad, ¿no es así?

—Mi promiscuidad pasada —remarqué—. Desde que establecimos esto, no he hecho nada con nadie más.

—Bueno, ¿quieres explicarme tú mismo?

¿Una persona puede cambiar enteramente a otra? No lo creía posible. Le gritaba a las personas en programas de televisión por cambiar tan radicalmente por un amante o una pareja, no me parecía orgánico. ¿Abandonar completamente su anterior esencia por complacer a alguien más?, me parecía absurdo. ¿Mi anterior esencia de verdad me pertenecía?

Yo me conformaba con un par de cuerpos extraños reposados en la cama del motel, donde podía hacer lo que quiera con ellos, donde me parecía que la vida florecía con sensaciones placenteras. Manos, cuello, lengua, labios, pechos, ombligo, pies, glúteos, espalda; toda pieza encajaba perfectamente en la máquina que decidí usar para manejar los caminos de la vida.

Y es que nada me parecía más placentero que eso, ni las buenas notas en la universidad, las risas entre colegas, o los besos entre amigos, nada se le comparaba, y me conformaba con eso.

Sin embargo, Fabián dejó huella en mi cuerpo y mi mente y dejé de preguntarme cómo lo hizo, simplemente llegó a mí. Lo miré a los ojos, me dejó entrar a sus aposentos y le entregué el mío con devoción, y fue como caer desde el pico más alto del planeta, y nunca llegar al suelo, porque él me mantenía a flote, entre nubes blancas y el cielo azul.

—Si supieras... Hay tantas cosas que pienso ahora mismo —solté, junto a una risa leve—. Pero sí, confieso que, digamos, disfrutaba mucho mi soltería. Y como sabes, eso me llevó hasta ti... Irónicamente, ya no deseo a nadie más, mas que a ti. Por otra parte, no dejo de pensar en que puede ser que llegue a caer en la tentación nuevamente y volver a coger con cualquiera y...

—¿Es eso lo que quieres?

—¡No, para nada!

—¿Y qué te preocupa?

—La remota posibilidad de que suceda.

Fabián respiró hondo y me regaló una expresión seria, se estaba convirtiendo en un momento algo tenso, y todo por mi culpa. No sabía si lo que decía tenía algún sentido, pero para mí tenía todo el sentido del mundo.

Comencé a sudar la espalda y mi pie no dejaba de tambalearse bajo la mesa, mis ojos no se apartaban ni un segundo de su rostro, de sus labios a punto de modular alguna oración pero retractándose quizá para pensar mejor en sus palabras.

Todo el desastre que armé no era para nada mi intención, solo buscaba ser sincero con él, desahogar mis preocupaciones, tal vez buscando que me solucione la vida, qué sé yo. Solo quería oír que todo estaría bien.



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En el texto hay: juvenil, romance, lgbt

Editado: 22.05.2024

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