El rey de las nubes

Envejecer juntos

El recepcionista, al vernos entrar al motel, nos saludó como si fuéramos viejos amigos. Nos entregó la llave de la habitación que siempre utilizábamos, la número catorce del segundo piso. Caminamos muy juntos hasta llegar a la misma, y se sentía como si fuera la primera vez que entrábamos.

El piso de baldosa blanca era el mismo, las paredes no perdían su color mármol, el baño se veía bastante limpio y la cama grande estaba preparada con las sábanas tan blancas como la nieve. Era la primera vez que detallaba el cuarto, que lo distinguía muy alejado a la idea que tendrían quienes nunca hayan entrado aquí.

Quería comenzar de una vez pero me detuvo. Lo miré confundido, él me dio un beso y me sostuvo de la mano hasta llegar al balcón. Estuvimos allí de pie, recostados de la barandilla por un rato.

En un momento, me preguntó por qué no me gustaba que supieran de mi cumpleaños. Creí que se le había olvidado, y se dio cuenta por mi expresión que no me provocaba hablar en lo más mínimo. También sabía que no me dejaría salirme con la mía, buscaría manera de hacerme hablar, y cedí para dejar el tema a un lado por fin.

—Creo que es por la ansiedad de hacerme mayor.

—¿Por qué es eso?

—No sé, la sola idea de que inevitablemente crecerás hasta envejecer ya de por sí me parece de terror.

—¿Odiarías envejecer?

—No me hago el panorama. Llámame egoísta, vanidoso o frívolo, pero no quiero verme arrugado, posiblemente barrigón y que así ya no le guste... a nadie.

Sí, apareció otra vez esa imagen frente a mis ojos. Me veo a mí mismo viejo, cansado por los golpes de la vida, con poco cabello en la cabeza y mucho vello en todo el cuerpo, caminando solo en el frío de la noche. Un viejo triste y solitario.

Me petrifica el solo pensarlo. A medida que pasara el tiempo, me convertiría en un ser errante que con solo mirarlo haría a los demás salir corriendo. Y por eso no me gusta que me recuerden que envejezco, que cada año se suma un número más a mi contador.

Aunque claro que me encantan los regalos, solo que preferiría que me los dieran en otros días del año.

Fabián suspiró mientras me despeinaba. Lo observé, y tenía una mirada llena de melancolía sobre el cielo. Pensé que solo le parecía una tontería de jovencitos eso de temer crecer, pero que no me lo quería decir.

Le pregunté si le pasaba lo mismo, solo para escuchar su opinión. Me dijo que no, que no le daba miedo envejecer, que era lo que más esperaba en la vida. Mi entrecejo se arrugó tanto como una pasa. Volteó a verme con una sonrisa; dijo que le encantaría envejecer junto a mí, solo para que dejara de temerle a la idea.

Se me erizó la piel a causa de una brisa fría que nos azotó. Plasmó un concepto sobre la posibilidad de envejecer junto a mí, eso por algún motivo, me seguía pareciendo atemorizante. Y no en un mal sentido. Creo que Fabián estaba totalmente decidido a estar conmigo, y ocasiones como estas, me hacían preguntar por qué. ¿Lo habría dicho jugando o quizá solo quería hacerme sentir mejor?

En cualquier caso, solté un cálido «Gracias», para apreciar el gesto tan lindo. Tenía tanto para decirle, para expresarle, pero de entre todo lo que rondaba mi mente, le dije que agradecía haberlo conocido. Él respondió con que le alegra haber venido a visitar a su madre, ya que gracias a eso, es que estaba por aquí.

No lo pensé en ese momento, ya que enseguida nos besamos con tal pasión como un jaguar persigue a su presa, pero algo de lo que dijo no abandonó mi mente en todo ese rato. Sin embargo, eso no evitó que finalmente retrocediera hacia la cama y me sentara a verlo desnudarse frente a mí. De pies a cabeza, no dejaba de parecerme el ser más atractivo del mundo. Babeaba con solo mirarlo ahí de pie, frente a mí, a pocos centímetros de mis manos.

Me levantó y procedió a quitarme la ropa, de un momento a otro, estábamos frente a frente, como llegamos al mundo. Como la bombilla estaba apagada, encendió la lámpara de la mesa de noche. Y aunque quise comenzar por besarle cada parte de su cuerpo, inicié por guardar en mi memoria cada rincón del mismo.

Comencé por su cabello, rojizo como una colina encendida entre flamas de poder y deseo, un mar rojo del que provocaba ahogarse y enredarse entre sus algas marinas. Su rostro me parecía el más atractivo que jamás había visto, con una pequeña marca en la frente, quizá de nacimiento, y minúsculas pecas en el centro de su nariz.

Su cuello y sus hombros parecían encajar perfectamente, hechos a la medida, ni un hueso salía de su lugar. Sus brazos inflados por el ejercicio, al igual que sus pectorales, lograban hacerme caer sobre mis rodillas. Y sus piernas largas y velludas, listas para asfixiarme para siempre.

No podía creer la clase de hombre que tenía para mí, que había llegado a mí, que me quería a mí. En esos segundos de silencio, quise demostrarle tanto, pero era un manojo de nervios. Estar ante el eterno prometeo me producía un sinfín de dopamina, mayor a cualquiera que hubiera sentido.

Nos acostamos, sin dejar de vernos y con nuestras manos recorrimos todo nuestro templo. Nuestros diez soldados corrían por la pradera libres de cualquier guerra, saludando al sol y abrazándose unos a otros. Significa que nuestras manos se entrelazaron mientras que con las otras acariciábamos nuestros rostros incesantemente. Finalmente nos besamos, fue un beso agradable, que te causan una sonrisa al separarse y abrir los ojos y descubrir a esa persona frente a ti.

Continuamos besándonos, cada segundo con más intensidad que el anterior. Y nos separamos, nos miramos un momento, y volvimos y nos encerramos en nuestros brazos mientras nuestros dientes chocaban y las lenguas bailaban. Dimos un par de vueltas en la cama, quedé encima de él y pasé mis manos por su rostro mientras lo besaba. Quería tatuar mis huellas dactilares en toda su piel.

Ahora él estuvo encima de mí, me sostuvo de las muñecas y se sentó sobre mi pelvis. Me percaté de que intentó decir algo, pero se enmudeció a sí mismo. Soltó una pequeña risa al mismo tiempo que no me apartaba la mirada. No pude preguntarle qué pasaba por su mente ya que continuamos besándonos enseguida, entre sonrisas que para ese momento, se sentían genuinas. No lo dudé ni por un segundo.



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En el texto hay: juvenil, romance, lgbt

Editado: 22.05.2024

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