Estuvimos un rato más en nuestro espacio secreto, donde la naturaleza mostraba su máximo esplendor para nosotros solos. Parecía que ni un alma cruzaba esos parajes, nadie se detenía a admirar la laguna o respirar el aire fresco de la montaña, solo Fabián era lo suficientemente humano para hacerlo, y me dejó entrar a mí también, lo que me convertía en parte de su alma, quería pensar.
No dejaba de ver su rostro sonriente, feliz, satisfecho y complacido con mi sola presencia. Me lo reiteraba siempre que podía. Algunas ocasiones jugábamos a escondernos y siempre que me encontraba pensaba que le daba gusto verme y que no hubiera salido corriendo, como me había dicho un tiempo atrás, que su mayor temor era que me alejara, no obstante, ahora tenía asegurado de que eso no sucedería.
Yo a veces me preguntaba si podía confiarse tanto, ni yo mismo me confiaba de mis acciones. No quería pensarlo, no quería imaginarme engañando a Fabián, sería suficiente como para acabar con mi vida. Odiaba imaginar ese escenario. Tenía la certeza de que él no lo haría, no después de tantas demostraciones de amor hacia mí, por eso quería ser como él, desear tanto como él.
En ese sitio, podíamos ser nosotros mismos, sin miradas de nadie más. Corríamos, saltábamos y nos reíamos de lo tontos que podíamos ser, nunca había sentido algo como esto, y era lo mejor que había sentido nunca.
Sin embargo, Fabián lucía mucho menos cohibido que yo, como si volviera a ser un niño, de los que no les importa ensuciar su ropa con tierra o de los que creen que saltando tan alto alcanzarían el cielo; me parecía algo muy curioso. Incluso yo me cansaba mucho más pronto, por otra parte, él irradiaba una energía de lo más pura. Le pedía que por favor nos sentáramos bajo el árbol para recobrar el aliento. Un día me llamó anciano, irónico.
Una tarde se recostó en el tronco y yo me acosté en el suelo con la cabeza en sus piernas. Estuvimos un rato así, con el viento refrescándonos y en completo silencio. Quería admirar el cielo, el paisaje, los granos de la tierra, pero toda mi atención se enfocaba en Fabián. En querer abrazarlo y nunca soltarlo, en que me recite mil cantos solo para que me hipnotice con su voz, ser parte de su piel, parte de su ser... ¿En qué hechizo me atrapó?
Mostré una leve sonrisa, me regaló una igual, aun más resplandeciente que la mía. Pasó sus dedos por mi cabello y luego bajó hacia mi rostro, terminando en mis labios. Tomé yo mismo su mano y la apoyé en mi mejilla. Cerré los ojos. Dios, cuánto quería fusionarme con él. Adoraba su calor que me revitalizaba. Bastaba solo sentir su vibra para saber que todo estaría bien.
—Amo... esto.
—¿Qué cosa? —murmuró, como si no quisiera perturbar la deliciosa calma.
—Esto que siento, que solo logro cuando estoy contigo.
—Je —expulsó aire de sus fosas nasales—, con solo decir eso, supera todo lo que escribiste en esa carta.
Abrí los ojos y me di cuenta de que ya no observaba la ruta de las nubes sobre nosotros, me miraba a mí. Mi cuerpo se estremeció, un escalofrío agradable, posiblemente me habré puesto tan rojo como la sangre misma. Ahora su tacto era todo lo que sentía, y sus ojos oscuros eran todo en mi mundo. Ninguna sonrisa que le mostrara bastaba, quería regalarle cada deseo que albergaban las estrellas.
Me levanté sin dejar de mirarle. Se mostró nervioso, y trató de explicar que no malentendiera su oración. Que le había gustado lo que había escrito, pero que le dijera algo bonito sin preparación alguna se le hacía mucho más importante. Le dije que no se preocupara, no me había molestado en lo absoluto. Es más, me alegré de que se hubiera sentido así con mis sentimientos.
—¡Me siento muy bien contigo, en paz, como si la vida ya estuviera resuelta! —solté con emoción.
—¡Eso, vamos, saca todo eso que me quieres decir! —sonrió lleno de júbilo, y retrocedió sobre sus pasos alejándose de mí—. Es más, ¡grítalo!
—¡Quiero sentirme siempre así, y solo es posible contigo a mi lado, por favor, promete que siempre estaremos juntos!
—¡Prometo que cada día nos querremos más, mi amor por ti no desaparecerá, Elvis, jamás lo dudes! —gritó a todo pulmón.
—¡Si así es el amor, no quiero vivir más sin él. Dejaría toda emoción de lado solo para vivir enamorado del amor, del amor a ti!
Ya teníamos una buena distancia entre nosotros, incluso debía entrecerrar los ojos para enfocar bien su rostro. Grité su nombre, él gritó el mío, una y otra vez. Luego, formuló una frase que me llegó en lo más profundo de mi ser: «¡Que hasta las nubes se enteren de cuánto amor siento por ti, que perdurará por siempre en ellas!». Ya no me importó nada más después de esas palabras, el mundo se hizo pequeño de repente. Solo existía un angosto pasillo que me conectaba a otra persona, a Fabián.
Corrí con todas mis fuerzas a su dirección, me estaba riendo, verdaderamente lo hacía, de felicidad. Cada paso que daba hacía retumbar la tierra un poco más. Destruía cada impureza y formaba una estela brillante que dibujaba nuevas montañas de muchos colores. Todo parecía posible. Incluso sentí que nos hacíamos gigantes, y que el valle en que nos encontrábamos se volvía un pequeño jardín. Sentía todo como una historia, una leyenda, que hablarían de nosotros en el futuro.
Llegué hasta sus brazos y fue como un enchufe conectándose al tomacorrientes, hicimos click. Nuestros cuerpos fueron moldeados para estar juntos. Ahora podía verlo. Nuestros labios se juntaron en un beso que ni respirar nos dejaba. Pecho a pecho y encerrados en nuestros brazos, un nuevo ser era posible. Uno lejos de cualquier desastre, uno que late por los ojos café en nuestros rostros.
Desde ese instante, supe que le quería a mi lado siempre. Tan fuerte como fuera el sexo, mayor era el amor que sentía hacia él. Y cada día que pasaba crecía más y más.
Quería todo de ti; la manera en que encontrabas las palabras apropiadas para todo, como si me conocieras desde que nací, como si yo fuese un libro y me hubieses releído mil veces. Tu estilo tan formal y pulcro me daba vueltas siempre en la cabeza. Y es que enumerar cada aspecto de ti daría lo mismo, cada parte de tu ser era lo más hermoso del mundo.