Habían pasado unos cuantos días desde la última noche en el lugar secreto de Fabián. De forma curiosa, habíamos optado por decir que amábamos el habernos conocido.
En una ocasión, que Fabián me había llamado por teléfono, estaba en mi habitación con Teo, el cual jugaba en mi escritorio con mi portátil, y se lo dije antes de colgar la llamada. Recuerdo que Teo volteó súbitamente su cabeza como si se fuera a despegar de su torso, y abrió tanto los ojos que probablemente le habrían dolido.
Se abalanzó con prisa hacia mi cama y no dejó de mirarme con un rostro tan aterrador que no pude evitar alejarle con mi mano. Preguntó si se trataba de Fabián, le dije que sí, y se mostró tan alegre como nunca me hubiera imaginado.
Quería saber todo; desde cuándo éramos novios, qué tan frecuente nos veíamos, quería saberlo todo. Yo no era alguien quien solía contar mucho sus cosas, y sobre lo que tenía con Fabián mucho menos, pero al ver tanto interés, no me pude resistir.
Iba a comenzar a relatar todo pero me detuvo, dijo que debía hacer algo por mí, celebrarlo; o pensó mejor, me quería invitar a una cena. Planeó allí mismo y con tal rapidez que no pude procesar la gran mayoría de su palabrería. Solo capté que sería en la noche, en un restaurante donde solo va gente mayor con dinero y turistas, por eso sirven los mejores platillos del pueblo. También me ordenó que me vistiera elegante y llevara a Fabián, por supuesto.
Creo que me contagió de su ilusión, porque me pareció una idea genial y un gesto muy bonito, sería una oportunidad perfecta para convivir junto a otras personas. Tenía la leve idea de que sería una cena en parejas. Mencionó que le dirá a Susana de camino a su casa. Miró a la ventana y dijo que se iría, pues tenía que preparar todo y hacer las reservaciones. Se despidió con un inesperado beso en mi mejilla y se largó. Me dejó pasmado, a decir verdad.
Ya el ambiente se distorsionaba a un color sepia, lo que quería decir que ya el sol estaría por ocultarse totalmente. Busqué en mis ahorros y recogí mi tarjeta de débito, metí todo en mi billetera. Antes de arreglarme y escoger lo que me pondría, decidí llamar rápidamente a Fabián para notificarle los planes. El celular sonó un par de veces, pero en ninguna ocasión cayó la llamada. Recibí un texto diciendo que estaba trabajando, y preguntó qué sucedía. Me disculpé y le expliqué sobre la cena ideada por Teo, le pareció una idea encantadora y que allí me vería.
Sentí una emoción como si de una cita a ciegas se tratara. Mis padres habían salido esa noche y estaba completamente solo. Mientras me preparaba, puse en mi equipo de sonido mi música favorita del celular, y le subí tanto como fuera mi gusto. Bailoteé por toda la casa, me sentía en un video musical, hacía poses como tal y me monté mi propia historia. ¿De verdad estaba enamorado? Creo que podría decirse, así supongo que se sentía el amor. Y si no es eso y tiene otro nombre, yo mismo estreno este sentimiento tan agradable, es mío, y me encantaba.
Ni las aves se sentían tan libres como yo. Ni los volcanes estaban tan ardientes como mi corazón. No había nada en el cielo estrellado que nublara los sueños que tenía con Fabián. Todos y cada uno, indicaban que solo había una persona alojada en mi mente, en mi corazón y en mi alma. Bailaba al son de la música que hacía vibrar los vellos de mi cuerpo, los que estaban saborizados con su saliva y sus huellas dactilares que eran tatuajes invisibles, y su aroma que adoraba más que nada. No había ducha que eliminara eso.
Me vestí con una camisa color salmón, un poco abierta en el cuello. Era un regalo de Fabián de hace unos días atrás, simplemente porque le recordó a mí, por algún motivo. Andábamos caminando por el centro y la vimos en un maniquí. Entramos a la tienda y la vimos al mismo tiempo, me miró de arriba abajo y me dijo «Estás hecho para esta camisa», y yo «¿Qué?», y él «Es que me recuerda a ti». Aun mientras pagaba por la prenda no comprendía por qué le recordó a mí, pero me agradó el detalle.
Sin embargo, al culminar mis pensamientos sobre la camisa que tenía puesta, también se me vino a la mente la falta de detalles que había tenido con él. Es decir, lo material no lo es todo, pero es que no era ni la cuarta parte de lo que le daba. Está bien, me decía que solo bastaba con que estuviera a su lado, pero, ¿demostrarle su valía con regalos también vale, no?
Tal vez le daba muchas vueltas, pero es que es inevitable pensar en que un detalle, por minúsculo que fuera, le traería una sonrisa a su dulce rostro. Debía tomarlo en cuenta para el futuro.
Ya eran cerca de las nueve de la noche y había recibido un mensaje hace minutos de Teo, diciendo que estuviéramos allí a esa hora para confirmar los asientos. No había tenido noticias de Fabián desde que me dio su confirmación. Leí nuevamente su mensaje, y sus palabras al final del texto fueron «Te veré allí». ¿En el restaurante?, pensé. Solo le escribí que iría en camino para confirmar nuestros asientos, recibí un emoji de pulgar arriba, justo antes de cerrar la puerta de mi casa para salir.
Aunque el pueblo no es muy grande, tampoco llegaría caminando al sitio. Tomé un taxi que pasaba por mi calle y le pedí que me dejara allá. Por suerte tenía efectivo, y le pagué al llegar. Entré y me acerqué a una señorita que al parecer verificaba si los clientes de las reservaciones llegaban a tiempo. Le dije que mi pareja estaba aparcando el auto, y que nos tachara para poder pasar. Amablemente lo hizo, y me acompañó hasta la mesa donde estaba Teo.
Al verme se levantó de su asiento y me abrazó con varias palmadas en la espalda, sobre su hombro noté que en la mesa había una botella descorchada y otra sin descorchar. Él bebía desde una copa con líquido dorado burbujeante. Qué extraña elección para beber, remarqué. Se echó a reír y dijo que valía la ocasión.
No entendí por qué tanta formalidad, y no pensé mucho tampoco, solo me pareció curioso y divertido. Al preguntar por Fabián, respondí que no tardaría en llegar, aunque me hizo pensar nuevamente por qué tardaba tanto.