Creo que me había quedado dormido nuevamente porque Fabián ya no estaba acostado a mi lado. Afuera se escuchaba una música de esas antiguas, probablemente de las que le gustan a doña Julieta. Me vestí de inmediato para no sentir que abusaba al dormir por tanto tiempo.
Mientras bajaba las escaleras, detecté el aroma del café. Este flotaba por el pasillo que daba hacia la cocina. La música se desenvolvía con mayor claridad a medida que mis pasos me llevaban a su origen. Pude percatarme de un plato con avena aún humeante sobre la encimera, y doña Julieta se acercó para tomarlo con cuidado, allí notó mi presencia.
La dulce anciana de cabello reluciente por sus canas llamó mi atención para que me acercara a comer con ella. Le había sobrado avena en el caldero y vertió lo que quedaba en otro bol solo para mí, para luego llevármelo hasta la misma encimera, en donde comeríamos.
Después de casi quemarme la lengua por lo caliente que estaba, pregunté dónde se encontraba Fabián. Doña Julieta me miró con una sonrisa, continuó por sorber de su café, y procedió a contarme que Fabián se había levantado bien temprano para terminar todos sus deberes sin contratiempos. «Es un hombre muy ocupado, últimamente ha salido mucho más seguido que antes», mencionó, sin dejar de fijarse en su humeante tazón.
—Pensaba que solo daba clases particulares —dije.
Ella asintió lentamente.
—Así es. Gracias a Dios se ha corrido la voz y muchos más jovencitos buscan de su tutoría; pero también me ha dicho que quiere ganar más dinero para ciertos planes que tiene en mente. No estoy muy segura de adónde va o qué es lo que hace, pero cuando llega a casa, desde hace un tiempo para acá, le veo mucho más radiante. Con una sonrisa de oreja a oreja, y contándome cuánto dinero logró hacer en el día.
Me quedé pensando por unos minutos, mientras doña Julieta continuaba elogiando a Fabián y su determinación. Creo que sonreí al imaginar que yo podría estar incluido en sus planes. Fue simple deseo de que fuera así, pero no podía evitarlo, mantenía una expresión de gozo en mi rostro de solo tener una imagen junto a Fabián en mi cabeza.
Trabaja incansablemente y tiene buenos detalles conmigo, aunado a eso, mantiene esta casa y a su madre feliz y estable. No había conocido persona más noble que él, eso me reconfortó el alma.
Doña Julieta llamó mi atención, fijándome en una sonrisa que cargaba, muy risueña. Ella me miró con ojitos achinados y me agradeció por la buena compañía que le hacía a Fabián. Dijo que mi sola presencia iluminaba su día, que lo había notado desde que cada día mi nombre salía de los labios del pelirrojo.
»Tú eres muy especial para él, hijito. No ha sido un hombre con mucha suerte en su vida, pero gracias a ti, no ha parado de sonreír, y eso era lo que más quería para él.
Sus palabras me hicieron lagrimear un poco. Le dije que no era nada, que también a mí me alegraba su compañía, además, con una sonrisa más que reluciente, le dije que me encargaría de que Fabián sea el hombre más feliz del mundo. Hizo mención a ese tópico de que hace años no podía imaginar que un chico hiciera tan feliz a otro, pero que agradecía que ese chico fuera yo.
Después de acabarnos nuestro tazón de avena, comentó algo acerca de que debía limpiar un poco la casa ya que se acumulaba el polvo de días. Le dije que no se preocupara en lo más mínimo. Llevé una taza de café a sus manos y le subí el volumen al equipo de sonido, luego de notar que había un celular con una lista de reproducción con sus canciones favoritas, me hizo gracia ese detalle.
Tomé los artículos de limpieza del armario y me puse los guantes tan amarillos como el plumaje de los pollitos. No era muy bueno en eso de la limpieza pero traté de hacer un esfuerzo.
Doña Julieta parecía disfrutar la música tan plácidamente que realizaba bailes improvisados en son de los instrumentos. Yo, mientras tanto, decidí seguirle el juego. Una danza en la sala, y el trapeador debajo de los muebles. Un giro en la cocina, y rociadas de cloro sobre los estantes y cajones.
La anciana dejó la taza vacía sobre la encimera y se acercó a mí. Me ordenó, con cierta gracia, dejar de limpiar para que le conceda un baile. Me dio algo de vergüenza, porque verdaderamente no sabía bailar, pero ya que no nos veía nadie, accedí. De igual forma se lo hice saber, pero no le importó, solo quería disfrutar un rato. Nos movimos de aquí para allá, esquivando la mesa del centro de la sala y el estante de vidrio con esculturas de cerámica.
Era una sinfónica tremenda, cada instrumento nos abrazaba con suavidad con sus notas. Parecía que la música nos llevaba donde quería. Doña Julieta permanecía con los ojos cerrados y una sonrisa de oreja a oreja, así que yo hice lo mismo. Me sentía muy a gusto por hacer sentir tan feliz a esa mujer, que se evidenciaba lo hermosa que logró ser en su juventud.
De un momento a otro, hubo silencio, se había terminado, pero aun así seguíamos bailando. Abrí los ojos y aún continuaba sumida en su propio estrellato, me pareció muy adorable. La llamé por su nombre y abrió los ojos con perplejo. Echó a reírse con picardía y me agradeció por bailar con ella y hacerle recordar sus años de júbilo. «Bailas como mi esposo, yo debía guiarlo también», dijo entre pequeñas risas.
Un rato más tarde se había sentado en el sofá a ver la novela de la mañana; de esas con la misma trama que muchas, una mujer humilde enamorándose de un ranchero y el hermano de este se enamora de ella y hay un triángulo amoroso que dura los más de cien episodios que usualmente tienen esas producciones. Decidí subir para ducharme y cambiarme para salir a trabajar al taller.
Cuando entré a la habitación después del baño, di un breve vistazo a las pertenencias a plena de vista que tenía Fabián. No era un espacio muy grande, y muchas cosas se veían amontonadas. No quise indagar mucho para no parecer entrometido, pero quería conocer un poco más de él.