Al día siguiente, desperté completamente renovado y con una cierta ansiedad por un sueño que había tenido. Creo que era algo relacionado con una idea bastante alocada pero que en ese momento creí necesaria.
Aún recuerdo lo insoportable que fui y me da cierta vergüenza, pero bueno, no puedo borrar el pasado.
El sol seguía oculto pues eran las cinco de la mañana, y despertar en completo silencio y sumergido en la oscuridad de mi habitación no era algo que deseaba para nada. Ya no estaba a gusto en mi cama, si no estaba Fabián para despertar junto a mí. Me sentía en completa soledad en mi propia casa. Caminar por los pasillos en los que corría de niño o sentarme en la mesa en la que disfrutaba la mejor comida que podía probar; no significaba ya nada para mí, no me importaba, ya no quería permanecer en esa casa.
Me quedé observando la quietud de la noche a través de la ventana; las polillas en el poste de alumbrado y la constante sensación de nervios por alguna razón extraña; pensé en que si quería irme con Fabián, simplemente debía hacerlo, hablar con él no estaba de más, debía notificárselo, aunque estaba más que seguro que accedería.
Me había quedado dormido y un estruendo en la cocina me despertó se golpe ya en la mañana. Escuchaba gritos ininteligibles de varias personas, no sé qué habría pasado pero tampoco me importó. Me duché rápidamente y me vestí para salir de una vez.
La esposa de mi hermano, mi madre y él que se estaba metiendo estaban discutiendo por temas monetarios. «¿Acerca del restaurante, quizás?», pensé. La verdad no quería saber nada y simplemente salí de la casa.
El día transcurrió sin mucho alboroto, Fabián y yo tuvimos poco contacto debido a lo ocupado que ambos estábamos. En el taller me encargué de varias máquinas debido a la ausencia del señor Edgar y otro empleado. Mis brazos me mataban y solo quería acabar con la jornada. Y ni siquiera quería pensar en que debía volver a casa.
Después de salir del trabajo quería ir a distraerme un poco. Aunque estaba muy cansado, no pretendía volver, tampoco podía ir a casa de Fabián ya que él no estaría allá, y mis amigos estaban muy ocupados como para contestar el celular.
Nunca había entrado a algún bar solo, pero esa tarde me atreví, por el simple hecho de estar aburrido. Me senté en la barra, lo más alejado de la puerta principal y escondido de los adultos mayores que jugaban dominó con escándalo. En estos lugares lo más frecuente es que se pida alguna clase de cerveza, pero como era lo que menos me gustaba, decidí pedir un cóctel suave. Lo bebí de un solo tirón, pedí otro y ese también, luego pedí un tercero, y me quedé observando su fondo unos minutos.
De reojo pude ver cómo de una mesa, alguien se dirigió hacia la barra para pedir algo, y sentí su mirada puesta en mí. Era un señor mayor, parecía de cuarenta o algo así. Lucía bien conservado y que los años no le afectaban mucho, era ciertamente atractivo.
Una mujer, como de su misma edad, se acercó a él para agarrar la cerveza que le había pedido para ella, para después besarle los labios y volver a su mesa.
El señor se acercó a mí y se sentó a un espacio de diferencia. «Qué elección tan extraña. ¿No bebes cerveza?», dijo. Negué con la cabeza.
Me preguntó si frecuentaba ese sitio muy seguido; se puso a elogiar a su esposa y preguntarme qué me parecía ella, y también me invitó a jugar dominó pero realmente no entendía a qué venía todo eso. Volteé a mirarlo y le dije que quería estar solo. Dijo que estaba bien, que podía dejarme tranquilo. Sin embargo, al mismo tiempo, se agarró la entrepierna y pude notar que estaba erecto.
En voz alta, como queriendo que yo supiera, dijo que iba a mear, al beber su último sorbo de alcohol. Mis piernas temblaron, mientras observaba cómo se aseguraba de que lo estuviera viendo dirigirse al baño.
Me da pena admitirlo, pero quería ir con él, porque el morbo podía más conmigo. Ese gesto me excitó de sobremanera. Esas señales me hacía ver que le resultaba atractivo para alguien y cómo me dejaba llevar por aquellas sensaciones que tanto me deslumbraban tiempo atrás. Y fue como que mis piernas tuvieran vida propia, porque de un segundo a otro ya estaba frente a la puerta del baño.
Entré y uno de los cubículos estaba cerrado, los otros dos, abiertos. Me moví lo más sigiloso que pude, sospeché que aún no notaba mi presencia. Me agaché y vi por debajo de la puerta que estaba sentado. Retrocedí hasta llegar a los lavamanos y me sostuve con fuerza. Y fue allí cuando caí en cuenta lo que estaba haciendo, y no, no me gustaba en lo absoluto. Escuché cómo gemía mientras asumo se tocaba.
Mi mente estaba en blanco, ya no sabía lo que hacía. Me repetí una y otra vez que estaba engañando a Fabián. Engañaba a un ser perfecto, ¿en qué me convertía eso? Un demonio de lo más profundo del infierno, un fenómeno sin salvación.
—¿Estás ahí, verdad? —escuché entre suspiros—. ¿Por qué no entras?, si te voy a dar lo que quieres.
No me quedaron más ganas de estar allí y me fui de inmediato. Dejé uno billetes en la barra y salí sin más. Por encima de todo, estaba molesto, molesto conmigo mismo. Y entre mi molestia, una decepción muy grande.
Volví a casa, ya cerca de anochecer por completo, pero no entré, me detuve frente a la puerta y me senté en la acera. No podía dejar de batallar conmigo mismo, era una cuestión personal que no dejaba de atormentarme. Yo mismo me autoproclamaba débil, era una burla, sentía que le faltaba el respeto a Fabián, a mi relación con él, incluso a mí mismo.
Agradecí no entrar en contacto con ese viejo, pero el deseo de cometer esos actos permanecían, ¿era verdaderamente tan importante? Resonaba en mí una voz de alguien de mi pasado. Me golpeaba la cabeza para evitar pensar en eso. Deseaba una y otra vez que Fabián estuviera a mi lado. Deseaba que Fabián me abrazara, tan fuerte como para unir ambos corazones. ¿Dónde estabas en ese momento, Fabián? ¿Por qué no estábamos juntos?