En la mañana, nuestro desayuno fue el pastel magullado que me había regalado Fabián. Estaba en un estado deplorable porque con el enfado, guardé la caja sin cuidado en una de las mochilas.
Teo lucía incluso más preocupado que yo con toda la pelea que hubo en mi casa, no paraba de repetirme que debería hacer las paces con ellos para no crecer un rencor insano hacia mi familia.
Yo en cambio, ignoraba todo aspecto que tuviera que ver en rebajarme a tener que disculparme cuando yo no era el villano de la historia, quienes estuvieron mal fueron ellos, y son quienes debían dar el primer paso. No obstante, Teo también sacó a relucir un aspecto importante, y es que mis padres me ayudaban en el pago de mi educación universitaria. Ni siquiera pensé en las consecuencias que eso hubiese acarreado, no lo tomé para nada importante.
Le dije que me preocuparía por eso luego, en ese instante no tenía cabeza para pensar en la universidad, y solo pensaba en mi futuro con Fabián, era lo que más me importaba. Teo me comprendió cada palabra, y asintió finalmente cuando observó cómo jugaba con la nube que colgaba en mi cuello.
Recordé no haber contestado la llamada de Fabián durante mi arrebato de ira de anoche, y yo mismo le llamé de inmediato. Lo primero que hizo fue preguntar si me encontraba bien, respondí que sí, y asentí como si pudiera verme.
No quise tener que explicarle mi problema familiar, y solo le comenté que podía irme con él ya mismo. Traté de evitar que continuara indagando y le dije que me encontrara en el parque central, gracias a que la casa de Teo quedaba relativamente cerca.
Luego de colgar, Teodoro me ayudó a cargar una de las mochilas y caminamos hasta el parque. Nos sentamos en una banca a esperar por unos minutos, mientras discutíamos qué sorpresa tendría preparada Fabián. «Debe ser algo muy grande si debe ahorrar tanto dinero», concluyó mi amigo. Me mordía el labio de la emoción con solo pensar en las posibilidades.
Al cabo de un tiempo, Fabián llegó y tomó la mochila que yo cargaba para llevarla él mismo hasta el auto. Dejó todo en el maletero y nos despedimos de Teo que volvía a casa para después irse a la universidad.
Mientras nos acercábamos a la casa, no dejaba de pensar en cómo cambiaría mi vida a partir de ahora. Será una travesía larga y placentera, llena de días en los que no dejaría de ver a través de los ojos de Fabián. Me dejaría consumir por su alma. Ni el árbol más grande ofrecería tanto oxígeno como el que estoy dispuesto a entregarle. Le veía al rostro, y entendía todo lo que quería decirle, con solo mi mano sobre la suya.
Llegamos y desde el porche pude escuchar el llanto de doña Julieta. Fabián soltó mis cosas y se apresuró lo más que pudo a abrir la puerta. Me asomé con ligera curiosidad y preocupación, y la anciana sollozaba en una esquina del sofá; enseguida, me percaté de inmediato que las cartas, las de corazón verde con una hoja trébol en el centro, se hallaban regadas en el suelo.
—Madre, ¿qué fue lo que habíamos conversado? —dijo Fabián en tono bajo, pero firme.
—Lo sé, lo sé, hijo, pero no puedo soportarlo... —secó sus lágrimas con el cuello de su blusa—. Anhelo aquellos días en que éramos una familia, cuando no teníamos preocupaciones de nada. Y reías todos los días, reíamos todos, y la vida no era nada cruel. Prefiero irme antes de que...
—Ya es suficiente; yo lo acepté, Javier lo aceptó, y tú también debes hacerlo —Fabián volteó a mirarme al escuchar que mis pasos se acercaban más y más, exhaló con fuerza y encaró a doña Julieta de nuevo—. Sé que es duro, pero así son las cosas. Papá Samuel nos ve desde arriba, y no es como que se olvidara de nosotros, él nos cuida a todos, debes estar tranquila, ¿sí?
Doña Julieta se percató de mi presencia por fin, y sonrió mientras intentaba borrar cualquier rastro de humedad en su rostro. Estiró su mano, queriendo que yo la tomara, y cuando lo hice, me hizo sentar a un lado de ella. Volteó a mirarnos a ambos y nos deseó los mejores deseos y muchas bendiciones. Estaba aprobando nuestra relación, pensé, como cuando hace muchos años el hombre debía pedir la mano al padre de su enamorada.
Fabián contó un chiste que ahora no recuerdo cómo iba, pero todos reímos y el ambiente tenso que rondaba en esa sala desapareció esporádicamente. Él le contó a doña Julieta que estaría viviendo con ellos un tiempo a lo que se puso muy contenta, tanto que se levantó queriendo preparar algún dulce en el horno para comerlo todos juntos. No creo que se haya olvidado de su tristeza, pero sabía muy bien esconderla de los demás.
Volví a por mi equipaje y subí hasta la habitación. Dejé todo a un lado de la cama y sonreí al visualizar en dónde me encontraba nuevamente. Me tumbé en la cama y estiré mis extremidades tanto como pude, haciendo que algunos de mis huesos tronaran.
Oí algunos pasos desde la puerta y me di cuenta de que Fabián dejó una escoba y una pala a un lado, mientras se alejaba, gritó: «No se te olvide recoger la lámpara rota, podrías lastimarte». Y pensé: «Rayos, sí lo notó».
Pasaron días y luego semanas; nuestros días viviendo juntos habían sido divertidos y bien aprovechados. Era la mejor decisión que había tomado, no hacía falta nada más. Sin embargo, no pasé tanto tiempo con Fabián como hubiera querido, porque se enfocaba mucho en conseguir dinero para su gran plan.
Cuando no daba clases, ayudaba a los vecinos con tareas sencillas pero rentables, como lavar automóviles, pintar casas o cuidar de los jardines, que por cierto, le encanta cuidar las plantas y todo eso.
De vez en cuando le prestaba mi ayuda, pero doña Julieta también me pedía colaboración con el jardín y con ello creció un poco mi aprecio a la flora del lugar. Regaba constantemente los girasoles del camino, desmalezaba la hierba o trasplantaba raíces a tierra más fértil. También me enteré que era Fabián quien sembró toda la hermosa vegetación que había por esos lados. Jamás habría imaginado hacer estos trabajos viviendo abajo de la colina, pero me gustaba mucho.