El rey de las nubes

La posada del campo

En un punto del vuelo, me sentí extrañamente mareado, así que preferí descansar. Mi novio ofreció su regazo y como pude me recosté. Estuve dormido más tiempo del que pensé. Cuando abrí los ojos, aún continuaba de noche, faltando pocas horas para el amanecer.

Me di cuenta de que Fabián tenía el dije de mi collar en sus manos; recorría la silueta con sus dedos, al mismo tiempo que con los otros me acariciaba el cabello. Estuve reacio a levantarme para que continuara, pero ya me estaba doliendo el cuerpo y necesitaba volver a sentarme como debía.

Cuando pude verle el rostro, vi que mantenía los ojos cerrados, no obstante, aun así me preguntó si había dormido bien. Respondí afirmativamente. Allí abrió los ojos y nos miramos por unos segundos, sonreí al mirar su mano, aún con el dije en ella.

—Oye, ¿recuerdas nuestra primera cita? —pregunté. Él asintió—. Ese día me dijiste que había una historia detrás de tu encanto por las nubes, ¿es cierto? —tomé el dije de su brazalete y lo admiré como él admiraba el mío.

—Mmm, podría decirse que sí —rio en un tono bajo, soltó mi dije y se acomodó en su asiento, como dando a entender que finalizó la conversación.

—¿Y... —me quedé confundido—, ...piensas contármela?

—¿De verdad te interesa?

—Es decir, si tanto te fascina, quisiera conocer ese lado de ti, si no es mucha molestia —le tomé de las manos.

Divagó varios minutos, mostraba cierta vergüenza en querer hablar del tema. Yo decía «¡Por faaa, cuéntameee!», y él respondía «Es que me da penaa». Y yo «¡Por faaaa!». Y él «Aayyy ya te digooo». ¡Y no me decía! Le hacía cosquillas para que hablara y él contraatacaba, y cuando nos dimos cuenta, algunas personas voltearon a vernos con cierto incordio. El auxiliar de vuelo, a medio pasillo, nos pidió que hiciéramos silencio poniendo el dedo en sus labios.

Recobrando la compostura, le pedí una vez más que me contara, porque realmente me parecía adorable. Él tomó su propio dije y procedió a hablar: 

«Ya sabes que no tengo padres, sino que esa dulce pareja cuidó de mí desde que era muy pequeño. Siempre fueron muy buenos conmigo, pero me sentía triste cuando se iban a trabajar.

Un vecino era quien me vigilaba cuando estaba solo, a veces asomaba su cabeza por la valla del patio trasero para preguntar cómo iba todo y otras jugaba conmigo. Era muy amable con mis papás y les hacía ese favor. Yo fui un niño muy independiente, sabía hacer de todo y por eso no me morí en soledad...», reímos juntos. Intenté hacer preguntas al respecto pero me frenó, alegando que si quería escuchar la historia debía ser hasta el final y de la forma en que me la cuenta. Entendí de inmediato y escuché atentamente.

«En fin, me gustaba jugar un juego de cuando era más chico». ¿Cuál juego?, pregunté. «Me creía "El rey de las nubes"», cerró en comillas ese nombre tan peculiar. Me mostré perplejo y pregunté de qué trataba ese juego. Se quedó pensativo unos cuantos segundos, puede que intentando ahondar en sus recuerdos.

«Básicamente era que me creía un rey, y como rey, era el dueño de todas las nubes del cielo; donde tenía muchos amigos, súbditos, sirvientes y todo eso. Incluso mamá Julieta y papá Samuel de vez en cuando subían a mi nube y eran ciudadanos allí... o algo así, no recuerdo bien», se echó a reír, procurando no alzar el tono de voz.

—¿Así que... era eso? —pregunté con cierta insatisfacción.

—Sí, esa es la gran historia.

Como pensaba, no era la gran cosa. Yo me esperaba alguna otra fantástica razón, pero se quedó en un simple juego y un encanto raro pero simplista por las nubes. Me quedé callado unos momentos. Él me besó la mejilla y se cubrió hasta la cabeza con la cobija, dijo que trataría de dormir antes de arribar, y para no ser el único despierto, decidí cerrar los ojos también.

Ya más tarde, el piloto avisó que aterrizaríamos en poco tiempo. Allí me di cuenta de que me había quedado dormido. Ya el sol se asomaba desde el horizonte. Se podía ver la ciudad debajo de nosotros a una altura considerable. Todos estaban despiertos, a excepción de Fabián, que aún seguía con la cabeza cubierta por la cobija.

Justo durante el aterrizaje, mi novio se exaltó de repente por el temblor de la nave. Le tomé de la mano mientras trataba de encubrir mi pequeña burla por su gesto. No hubo problema al salir del aeropuerto, nos encontramos sumamente fascinados por el entorno. Alrededor del mismo, podían verse hoteles, casinos, restaurantes, bares y una multitud de personas con vidas aceleradas.

Quería adentrarme más en aquellas pobladas avenidas, cada esquina lucía única entre sí. Me sentí maravillado de tanto esplendor en las calles, era obvio, en aquel pueblo no se suele ver un escenario como el que presenciaba. Todo era muy soso y aburrido, todo lo contrario a lo que se mostraba ante mis ojos.

Antes que nada, debíamos llegar a la posada donde nos quedaríamos. Fabián tomó uno de los taxis del aeropuerto, que condujo al sur de la ciudad, dirigiéndose hasta una zona algo rural, lo que nos tomó más de una hora y tanto en llegar. Al bajarnos del auto, lo primero que noté en el rostro de mi novio fue que se sentía decepcionado. Él esperaba que nos quedásemos en la ciudad, en el hotel al que ya había averiguado incluso el color de la toalla del baño. Enseguida le dije que eso ya no importaba y que no se sintiera mal, lo importante es que habíamos llegado con bien, ya era momento de disfrutar.

Entramos y avanzamos hacia un pequeño mostrador en la sala principal, no vimos a nadie, e intentamos llamar un par de veces. Observé el sitio y no se veía nada mal, asumí que se trataba de una casa o finca a la que habían remodelado para alojar personas. Tenía una decoración muy característica del lugar; como cuadros de la naturaleza y animales, muebles de madera... También había un aroma un tanto peculiar, algo desagradable, y fue cuando me asomé por una ventana del costado donde alcancé a mirar unos cerdos en un establo y dos caballos caminando cerca de allí.



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En el texto hay: juvenil, romance, lgbt

Editado: 22.05.2024

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