El rey de las nubes

Seres frágiles

Junto a Rosa me sentía más calmado. Quién mejor que andar con alguien que conoce la ciudad. Sabía qué dirección tomar y cuándo cruzar y hacia dónde. Me preguntó si compré lo que necesitaba. Afortunadamente, en la droguería se consigue casi de todo. Mariano lo confirmó, por eso acotó que desde hace días quería entrar allí. Ella todavía le faltaba recoger el vestido para su fiesta, así que fuimos a por él.

Entramos a la tienda y ella le dio el comprobante a la chica que atendía. Gabriel se acercó a unos vestidos y los observaba todos con asombro, incluso por el tamaño de algunos. En un momento, sostuvo uno con sus manos. Rosa y yo nos percatamos de la fascinación del pequeño y me acerqué a él. «¿Te gusta?», pregunté. Él se puso muy nervioso y negó con la cabeza. Intenté decirle que podía gustarle, que no tenía nada de malo, pero francamente no quise ganarme problemas si le llegaba a comentar algo a su padre. Evité cualquier otro comentario.

Cuando salimos de la tienda, continuamos con nuestro andar hacia el automóvil. Por fin divisamos la plaza después de unos minutos. Estaba después de cruzar una avenida y pudimos ver al señor Joaquín esperando a un lado del auto, se veía intranquilo, y cómo no.

El chiquillo se emocionó tanto que soltó la mano de Rosa, solo gritaba «¡Papá, papá!». Rosa, con todo lo que traía encima, se echó a perseguirlo. Y fue muy tonta, porque en plena calle, venía un autobús con prisa.

Gabriel pasó corriendo sin problema, sin embargo, a Rosa le costaba alcanzarle. Corrí como pude y empujé a la chica hacia la acera, tumbando todo junto a ella. Con el corazón a mil, me eché a un lado para recobrar el aliento. Tal vez pude evitar que la mataran pero se torció el tobillo al caer al suelo.

No dejaba de quejarse por el dolor. El señor Joaquín, después de un buen regaño a su hijo y dejarlo dentro del auto, salió corriendo para cargar a Rosa y volver al vehículo. Mariano tomó sus cosas y me ayudó a levantar, ambos volvimos.

El adulto aceleró y trató de llegar lo más rápido posible al centro ambulatorio. Por suerte, no nos tomó mucho encontrarlo. Dejamos todo en el auto y el señor Joaquín y Mariano bajaron como pudieron a Rosa, con el primero llevándola adentro. Yo tomé de la mano a Gabriel y todos entramos.

Mientras el señor Joaquín entró con ella, nosotros esperamos en la recepción. Fueron varios minutos, tantos que no estuve seguro cuántos, en los que aguardamos allí. El niño al menos nos divirtió con historias de su escuela o juegos que inventó con sus amigos. Además, conocí un poco más a Mariano. Creo que en otra situación no me habría caído nada bien, no congeniamos en muchas cosas, es muy egocéntrico y comelibros, pero ese tiempo en que charlamos logramos conectar más de lo que pensé.

El señor Joaquín salió del pasillo y me indicó que debía entrar a la sala de fisioterapia. Yo, inseguro de por qué me querían allá, entré. Rosa estaba sentada en una camilla, con el tobillo cubierto por un vendaje. El doctor me pidió que confirmara la historia del autobús. Ella estaba algo ida por los calmantes, pero seguía consciente de todo.

Después de entregarme unas pastillas que, mencionó, debía tomar e indicar que debe descansar varios días, nos dejó ir. Insinuando en su despedida como que éramos novios o algo, creo que lo miré mal al escuchar eso. Rosa me agradeció por evitar que se la llevara el autobús, y me dio un leve codazo por el esguince del tobillo.

Ya dentro del auto, el pequeño Gabriel nos nombró a Rosa y a mí, y con un puchero nos pidió disculpas por su imprudencia. Su padre le acarició su cabellera, y nosotros le dijimos que no era su culpa, pero que tuviera más cuidado la próxima vez y nunca cruzara la calle sin tomarle la mano a un adulto.

Y sin tanto ajetreo, volvimos a la posada en menos tiempo del que nos tomó dirigirnos a la ciudad. Intenté ayudar a que Rosa bajara del auto, pero Gabriel quería ayudar él mismo y se ofreció en que se apoyara de él. Obviamente no recibiría todo su peso, su padre estaba allí para guiarlos a ambos. Cuando vi que todo estaba bajo control, entregué las pastillas de Rosa al adulto y salí disparado hacia los dormitorios, incluso casi resbalé en las escaleras, y claro que no me importó, solo quería ver cómo se encontraba Fabián.

Abrí la puerta completamente y con un chiste de «¡Cariño, ya llegué!», de por medio. Él seguía en la cama, bebiendo una sopa mientras reía levemente junto a Micaela, quien al parecer le relataba historias de cuando era niña. Me desconcertó su presencia allí y lo cómodo que se veía mi novio. Ella estaba sentada en una silla a un lado de él, con una mano en su hombro mientras reían tan deliciosamente.

Fabián me saludó con una sonrisa despampanante, lucía mucho mejor que cuando lo dejé más temprano. La chica se levantó y se alegró de que ya hubiésemos llegado para poder concretar las tareas que le faltaban. Se despidió de nosotros y abandonó el cuarto. Yo me acerqué a mi novio y me senté en la silla. Mostré la bolsa con los analgésicos y las solté de un tirón sobre la mesa. Él agradeció con un beso.

—Veo que ya no los necesitas, te noto más recuperado —dije, quizá con una pizca de celos en mi tono.

—Le dije que no se molestara, pero es cierto que me animó y que la sopa ayudó en mi estado.

—¿Y por qué no me pediste que me quedara, no querías mi compañía?

Luego de mirarme por unos segundos con una expresión un tanto confusa, dejó la sopa en la mesa de noche y me tomó de ambas manos. Me dijo: Elvis, esa preocupación que tuviste al verme con malestar y que hiciste lo posible para traerme esto, me deja en claro lo mucho que te importo, y te lo agradezco. Eres mi ángel y nada ni nadie cambiará eso.

Tales palabras me derrumbaron como a un castillo de arena. Así de frágil me sentí. No pensé en más nada sino en encerrarlo en mis brazos. En ese momento, eliminé cualquier estupidez que llegué a pensar sobre mi novio y Micaela. Sí, tal vez algún escenario se me cruzó fugazmente; pero cómo pude pensar en que algo así sucedería...



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En el texto hay: juvenil, romance, lgbt

Editado: 22.05.2024

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