El rey de las nubes

Promesas con un beso en las nubes

Solté su mano y nuevamente me crucé de brazos. Me mantuve caminando detrás de él, admirando su espalda, otro de los atributos que elogiaron aquellas muchachas, y bueno, Mariano igual. El tipo casi le lamía cada músculo de su cuerpo; expresaba reiteradamente su deseo de conseguir un cuerpo como el suyo. Preguntaba su rutina de alimentación, a qué gimnasio iba, su rutina de ejercicios, y pare de contar.

—¿Quieres un postre para acompañar con la cena? Puedo comprarte un helado, un batido, tu pastel favorito...

Yo no respondí. Guardé mis manos en los bolsillos y miré en otra dirección. ¿Estaría celoso de los demás, o de mi propio novio? 

Él me encerró con su brazo y me susurró «Te tendré cerca de mí para que no te rapten los marcianos, ¿te parece?». Carajo, me hizo sonreír. Él continuó con una risa exagerada solo para forzarme a hacerlo también. Ni siquiera fue tan gracioso, él lo sabía, por supuesto.

Caminamos hasta que el cúmulo de personas se dispersaba. Fabián comenzó a tararear una canción, la cual no pude identificar, pero su suave voz llegó hasta el centro de mí, me sentía como flotando en las calles junto a él. Cuando terminó la dulce melodía de sus labios, lo miré con tanta satisfacción, que confesó que era una canción inventada por doña Julieta, que le cantaba de niño. «¿Antes de ir a dormir?», pregunté. A cualquier hora y con cualquier estado de ánimo, contestó.

Creo que fue como amenizando el ambiente para que no continuara con mi enfado. Indagó nuevamente en lo que me sucedía, pero solo bajé la mirada, no supe qué contestar en el momento. Simplemente me disculpé por mi actitud, y que quería pasar tiempo con él finalmente que estábamos juntos y solos.

Él me comprendió de inmediato, estuvo de acuerdo en que debíamos disfrutar todo el tiempo que se pueda juntos. Observó pensativo a su alrededor sobre qué sería buena idea para hacer los dos.

—Allí hay un puesto para hacer un duelo de retratos. Podríamos pintar juntos y ver quién lo hace mejor, ¿te gustaría? —preguntó con entusiasmo, sin embargo, le di a entender con mi rostro que no me fascinaba la idea.

Continuó pensando y posando su mirada en distintos puntos. Escuché a un grupo grande de personas que ir a los bolos sería una buena idea, y entre ellos estuvieron de acuerdo. Fabián también les escuchó y nos miramos casi que al mismo tiempo. ¡Los bolos!, gritamos entre risas.

Seguimos al grupo cruzando la esquina y un par de cuadras más hasta llegar hasta los bolos, un centro con fuente de soda, mesas de billar a un costado y la pista de bolos al fondo. Mi novio pagó por un juego y, luego de cambiarnos las zapatillas, nos posicionamos en la pista seis.

—¿Hace cuánto no juegas? —me preguntó mientras restregaba sus manos, poseía cierto nerviosismo en su postura.

—Vaya, hace muchos años en la bolera de la ciudad. Teo nos invitó a Susana y a mí, sus padres nos llevaron. Aún recuerdo el dolor de espalda de las caídas —nos echamos a reír—. ¿Qué tal tú?

—Primera vez.

En ese momento aparecieron los pinos, casi como burlándose de nosotros. Dudábamos en si lograríamos hacer alguna chuza, lo veíamos tan improbable como una repentina invasión extraterrestre. Nos dimos una mirada desafiante muy marcada y apostamos en que si alguno daba una chuza durante uno de los diez tiros, debía cumplir un reto que le imponga el otro. Y le exigí que debía ser una promesa.

Estiré mi mano para sellar el trato, sin embargo, él alzó una ceja. «Tengo una mejor idea», dijo. «A partir de ahora, nuestras promesas las sellamos así...». Tomó el dije de mi cuello y le dio un beso, y replicó con que yo debía hacer lo mismo con el suyo. Debí sonrojarme un poco, no sé si por vergüenza ajena o algo, pero lo hice de prisa y me aseguré de que nadie me hubiera visto. Qué manera tan cursi de sellar promesas, pensé en ese momento.

Por ser quien ya había jugado anteriormente, Fabián me concedió el primer turno a mí. Tomé disimuladamente la bola más pesada, pero rayos, no pude ni alzarla apropiadamente. Hice que mis dedos caminaran hasta una bola más liviana, aunque no tanto. Me puse enfrente de la pista, respiré profundamente, y la arrojé con tan mala postura que la bola antes de llegar a los pinos se desvió hacia el canal derecho. No derribé nada.

Fue un tiro decepcionante, pero tenía otra oportunidad. No me desanimé en lo absoluto, tomé la bola que continúa en el peso de la que arrojé. El deseo de derribar al menos un pino me hizo evitar pensar en su peso. Me puse enfrente, y logré imitar la postura de lanzamiento del joven en la pista de a un lado. La bola giró y se fue desviando progresivamente, no obstante, derribé con éxito cuatro pinos.

La alegría me invadió, y por consiguiente, la esperanza de ganar el juego. Choqué los cinco con Fabián y luego le tocó el turno a él. Mientras observaba las bolas hizo un par de preguntas chistosas, como que si el color de cada bola daba alguna clase de velocidad en la pista o si los números son la cantidad de pinos que puedes derrumbar con ella. Solo me vacilaba, eso quería pensar.

Me fijé en que agarró la bola más pesada y la tomó con cierta duda. Tomó la que venía detrás de esa y las comparó en cuanto a peso. Sujetó la menos pesada entre las dos y se puso enfrente de la pista. Intentó tomar vuelo pero por poco se resbala, retrocedió en sus pasos. No apartaba la vista de él, sabía que no podía hacerlo mejor que yo y estaba predispuesto a animarlo.

Por fin arrojó la bola y esta fue directo a los pinos. No se desvió hasta casi al final, y pudo derrumbar seis pinos en su primer tiro. No se vio tan orgulloso, me sonrió y solo pude levantarle el pulgar. Tomó la siguiente bola, no sé de cuál peso porque mi vista estaba en los cuatro pinos restantes. No se esforzó mucho en hacer el tiro, solo lanzó la bola y esta salió disparada, tumbando los pinos restantes, logrando un semipleno.

No pude evitar quedar boquiabierto mientras él celebró corriendo hacia mí y dándome un corto abrazo. Me separé con cierta seriedad, y le declaré la guerra inmediatamente. En el siguiente turno, tomé una bola más pesada que las que usé anteriormente. Respiré profundo, retrocedí y avancé con los pasos que imité de Fabián. Lancé la bola con fuerza desmedida y cerré los ojos para no ver el resultado. Escuché cómo la bola chocaba con un montón de pinos y me excité, no obstante...



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En el texto hay: juvenil, romance, lgbt

Editado: 22.05.2024

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