Pasaron varios días en los que Fabián y yo estuvimos en la posada conviviendo con los demás. Yo me disculpé por mi comportamiento tan odioso y durante ese período me encargué de entablar una buena relación con todos.
Aunque mi novio y yo queríamos salir y aprovechar el tiempo, siempre surgía algo con los muchachos que nos mantenía allí en la posada. Sin embargo no nos molestamos en absoluto, la pasamos muy bien. Exploramos un poco los alrededores, contamos historias, organizamos un concurso de dibujos, por supuesto perdí porque soy pésimo en el arte, intentamos acampar afuera una noche, decidimos que fue una terrible idea y volvimos adentro... En fin, días realmente interesantes.
La mañana del cinco de agosto, inesperadamente, Fabián me apresuró para ir a desayunar con los demás. Asimismo, recalcó que teníamos el día lleno por todos los planes que había ideado. Me tomó de la mano y le dio un beso, y dijo que todo el día estaríamos solo nosotros, sin nadie más. Le agradecí correspondiéndole el beso. Salí junto con él de la habitación y llegamos hasta el comedor principal con las manos entrelazadas.
Las chicas se pusieron coloradas al vernos así. En palabras de ellas: «Era demasiado temprano para un postre visual tan meloso». Fue un buen chiste introductorio. Rematé con una broma de que posiblemente se debía al cambio de clima. Creo que estaba muy ruborizado porque entre ellas se miraron con picardía.
Mientras estuvimos desayunando, Luna no dejó de lanzarnos miradas de una forma curiosa. En un momento, le pregunté si le sucedía algo y dijo que no, sonriendo para sí misma. No fue sino hasta el final del desayuno, cuando se habían retirado casi todos, que Luna permaneció en la mesa junto a Rosa y acercaron sus sillas hacia mi dirección. «Estas dos qué querrán», pensé de inmediato.
—Disculpa si te incomodo, Elvis, pero en todo este tiempo no he dejado de pensar en algo... O bueno, quisiera creer... Es que tú...
—Entiendo, ¿quieren preguntarme algo?
—Solo... una duda, ¿eres completamente gay?
—Soy bisexual —me crucé de brazos con una postura algo a la defensiva. Luna preguntó lo mismo por Fabián y, aunque recordé su situación con Natalia, respondí que él sí era todo un homosexual. Así no se les ocurrirá alguna tontería—. ¿Por qué preguntan eso?
—Entonces tú sí puedes ayudar —Luna se hizo a un lado con su asiento para poder dejarme tener una vista clara de Rosa—. ¿Qué opinas de Rosa, verdad que es muy linda?
La chica se mostró evidentemente avergonzada, esquivó la mirada e intentó restarle importancia alegando que no era una pregunta en serio. A pesar de ello, en cuanto respondí que sí se me hacía bastante linda, volteó hacia mí y cuestionó todo rastro de veracidad en mi enunciado.
—Eres hermosa, ¿pero a qué viene todo esto?
—Rosa me ha contado que ha tratado de que el chico que le gusta de su instituto se fije en ella, pero que ni el saludo le da, y eso ha hecho que se menosprecie. A mí no me hace caso cuando la elogio, así que pensé que un muchacho lindo a quien le gusten las chicas podría hacerle cambiar eso.
—¿Cuántos años tienes?
—Diecisiete —respondió.
—Vale, eres joven y bella, podrías tener a cualquier chico en la palma de tu mano, aprovecha tus atributos y deja de estar lamentándote.
Eso le dije, con suma franqueza pero con una sonrisa de por medio para no verme tan hostil. Por suerte, no le molestó, aunque sí se vio algo penosa. Luna agregó algo parecido a lo que yo dije, pero con palabras más bonitas. Allí entendió por completo y me agradeció.
—Gracias, Elvis, intentaré invitarle a la fiesta de nuestra promoción de graduados —finalizó una Rosa más animada.
Fabián volvió de la habitación, cargaba mi mochila y se veía que tenía bastantes cosas dentro. Caminó hasta la puerta para ya irnos de paseo. Me despedí de las chicas y en cuanto tomé la mano de mi novio, Luna gritó «¡Los amo, Elvián, pásenla rico!».
Y aunque a Fabián le dio risa y la llamó «perspicaz», a mí me extrañó la combinación. Luego remató con «Se ven tan lindos juntos... A Rosa le gustó el apodo y les puso así. Quería saber qué tal se oía en voz alta».
La chica se puso tan roja como un tomate y se retiró repitiendo en un tono fastidiado que odiaba a Luna, ella replicando en cambio con alaridos burlescos, que la amaba, entre carcajadas.
Ya cuando estuvimos al borde de la avenida, Fabián dijo con voz tenue: «Elvián... ¿Se te habría ocurrido a ti?», solo lo dijo para molestarme, le di un leve golpecito en el hombro seguido de un par de risas que se desvanecieron a la hora de preguntar a dónde iríamos primero.
Un automóvil se acercaba cada vez más, «Ahí está, nos iremos en un taxi que Micaela contactó para nosotros». Entramos al vehículo y le pidió que nos llevara a la ciudad.
Fue un viaje ansioso. Fabián no dejaba sus pies quietos y sonreía a sí mismo a cada minuto. Quién sabe lo que estaría pensando. Su expresión me hizo sentir la emoción como si fuera mía, ya quería ver lo que tenía preparado.
Llegamos a la ciudad, nos detuvimos frente a una tienda de mascotas y se pagó el viaje. Además, el señor dijo que como no tenía forma de comunicarse, estaría en ese punto en dos horas para confirmar si nos iríamos o nos quedaríamos un poco más de tiempo. Fabián se quedó pensándolo por un instante, le agradeció y le respondió que no sería necesario. Tendría una forma preparada para que regresáramos. Finalmente el taxi se fue y quedamos ante el panorama citadino.
—Bueno, ¿qué haremos primero? —pregunté con curiosidad palpable.
—Por ahora, vamos sobre la marcha.
Fabián y yo caminamos un rato; observábamos con asombro el desfile que había en la calle principal, con muchas personas alzando la bandera del país y los instrumentistas entonando poderosas melodías. Las fiestas del sitio eran muy vivaces y ciertamente tenían un estilo muy patriótico y cultural. Como los turistas que éramos, no dejamos de maravillarnos con el entorno, sobre todo Fabián, que se movía al son de la tonada de los instrumentos. No podía escuchar un mínimo de música porque ya se echaba a bailar.