Nos acercamos hasta un parque para sentarnos un rato a continuar comiendo nuestras chucherías. Terminamos de comer las galletitas y proseguimos con las gomitas coloridas y ácidas, justo como me gustan. Él no las había probado, solo la versión azucarada, y le di a que probara un mordisquito.
Definitivamente no era algo que disfrutara mucho, me di cuenta enseguida por su expresión. Comprimió sus labios, masticó unos muy tensos segundos y tragó la golosina sin más. Le ofrecí otra solo para ver cómo la rechaza cortésmente para no herir mi gusto por el tremendamente agrio caramelo.
Un rato después, sentimos un poco de sed, nos fuimos de allí y entramos a una cantina que estaba a unos metros. Sé que pedimos bebidas coloridas, con poco alcohol, y adivinamos qué ingredientes tendría cada una. Fue una actividad improvisada pero divertida. La cantinera se prestó también para aquello y nos servía varias copas en fila para catarlas todas. Nos contó algunos chismes de las personas que entraban al sitio y pasamos minutos llenos de risas que contagiaban a las personas a nuestros costados.
En un instante, se me ocurrió tomarle unas cuantas fotos a Fabián con mi celular. Unas cuantas de improvisto, en las que su rostro lucía de los más adorable, y otras en conjunto con la cantinera, la decoración del sitio y autofotos juntos.
—Si las vas a publicar, te digo mi nombre de usuario para que me etiquetes —mencionó la cantinera mientras recogía algunas de nuestras copas vacías.
—No puedo, no tengo tarjeta SIM.
—Ah, pues usa nuestro wifi.
Ella buscó dentro de su bolsillo un trozo de papel y me lo dio, contenía la contraseña para usar el wifi del lugar. Le agradecí y lo introduje en mi teléfono. De repente me llegaron muchos mensajes de distintos contactos; algunos de mi padre, otros de Teo, Susana, número desconocido... Al verlos, caí en cuenta de que no avisamos a nadie nuestra llegada, todos tenían días sin saber de nosotros. «¿Le avisaste a tu hermano que llegamos bien, Fabián Torrealba?», le pregunté indignado. Pude ver en su rostro el terror y la sorpresa al darse cuenta de lo mismo.
Exclamó que lo había olvidado. Aunque me resultó gracioso en ese momento, no me puedo imaginar la preocupación de doña Julieta o Teodoro cuando ni una señal de vida fuimos capaces de enviar. Le di el papel a Fabián para que se pudiera conectar en su teléfono, mientras yo le escribía a mi padre. Nada relevante, que seguía vivo y que estaba bien, ni más ni menos.
Fabián realizó una videollamada a Javier y pude escuchar como este le echó un buen regaño por no haberse reportado. Y vaya, sonaba bastante afectado, mucho más de lo que imaginaba. Doña Julieta también aportó su granito de arena e incluso preguntó por mí para también caer en esa red. Sabiendo lo que venía, pretendí que hablaba con mis padres y me alejé del bullicio; intentando contener mi risa por la situación.
Entré al baño y me recosté de la pared para escribirle a Teo. Estaba en línea, lo vería enseguida, pero antes de que pudiera hacer nada, solicitó hacerme una videollamada por igual. Respiré hondo y contesté con una sonrisa compungida.
—¡Mira, pero si el niño no está muerto! —gritó Susana, que le había arrebatado el celular a Teo—. ¿Se puede saber por qué no nos habías escrito? ¡Estábamos preocupados! ¡El pobre Teo ya no tiene uñas!
—¡Susana, no exageres! —exclamó detrás de ella—. Seguro estaba muy ocupado con su novio, la vida... de enamorado lo tiene en las nubes.
Las palabras de Teo me estremecieron por dentro, sentí su preocupación... ¿su tristeza? No lo entendí de inmediato, solo pensé en que debía disculparme.
—Lo siento, es que, de cierta forma, lo que dice Teo es verdad. Estos días han sido muy especiales. Fabián es la mejor persona del mundo, todavía no creo que esto me esté sucediendo. No parece real lo maravilloso que es el mundo cuando estoy con él.
No recibí más que mimos y elogios por parte de ambos. Susana añadió:
—Te lo mereces, Elvis. Me alegra verte así de feliz —al terminar, se corrigió de inmediato mostrando una sonrisa—. Bueno, nos alegra a los dos.
Fijé mi vista en Teo y este sonrió casi por instinto, ocasionando que le preguntara con cierta burla si estaba celoso. Fue Susana quien respondió por él:
—¡No seas iluso! —dijo entre risas de ambos, a lo que continuó, como siguiendo el juego—. Además, Teodoro ya le está echando el ojo a Gabriela.
—¡Ella tiene como treinta años! —exclamé, como una mofa al panorama que me imaginé.
—Tú no puedes hablar mucho, tu novio también se acerca a esa edad —replicó ella.
Teodoro rio casi escondido. Quizá para no hacerme molestar, le mostré que no me interesaba en lo absoluto, diciendo:
—Es cierto, parece que los viejos son la moda, porque si nos fijamos en la gente del pueblo que es de nuestra edad...
Todos nos echamos unas risas como, en ese momento, extrañaba hacer. Lo interesante es que sentí algo en ese instante: que los días habían transcurrido en un tiempo diferente. Aunque sabía que no habían pasado tantas noches, el ciclo parecía ir lento y rápido al mismo tiempo. Con Fabián, la realidad era única y las horas se distorsionaban de una forma que jamás hubiera pensado. ¿Sería una de esas señales del universo y los astros para decirme que es el indicado? Lo aceptaría si tan solo creyera en esas tonterías.
Teo se despidió luego de recordar que había dejado palomitas preparándose en un caldero en su cocina. Dejé de verlo en la pantalla y quedamos Susana y yo charlando unos minutos de cómo iba su relación con Daniel, cómo se encontraban sus padres y ella preguntando cuándo volvería a casa.
—Estoy seguro que no nos quedan muchos días, más pronto que tarde volveré.
—Debes avisarnos cuándo para preparar el día, la noche, las sorpresas y todo, ¿entendiste? ¡Y ni se te ocurra perderte otra vez! —recalcó con autoridad.